Escribo esto después de unos días de bastante tempestad en mi alma. Me he sentido muy insegura, hasta los cimientos. Me he sentido de todo menos la diosa que soy. Me he sentido desconectada de mi cuerpo, al punto de no reconocer como míos mis muslos al tocármelos. Me he sentido desanimada, aplastada por imágenes del pasado, errores, mucha culpa, vergüenza. He llegado a pensar en borrar mis redes sociales y borrar este blog, que habría sido casi como una muerte civil en estos días tan digitales.

Me he sentido sola, imposible de amar, incapaz de amar. Rota. Me he sentido atrapada entre mis deseos, que intentaban animarme, y una sensación de fracaso muy grande. Me he sentido un fraude escribiendo sobre sexo, amoríos y Eros: “He aquí la que habla siendo prácticamente una virgen que era una mojigata hace dos días”. Me he condenado, me he juzgado, me he sentido como una mierda.

Me da vueltas el alma –quizás también la cabeza– con muchas palabras y conceptos. Me siento aplastada por advertencias que leo y que yo misma me indico y, al final, me tienta el triste antojo de que, al final, la sexualidad es sumamente complicada y que no vale la pena intentar arreglarla. Que para tantos líos, factores que tener en cuenta, peligros, el daño que tenemos que aceptar que nos podemos hacer, etc., pa’ qué.

Ya, pero es que el pa’ qué es muy natural. Me gusta sentir piel con piel. Me gusta la intimidad sexual y también la emocional. Me gusta estar acompañada. Me gusta el olor. Me gusta el baile de manos. Me gusta que nos podamos decir cosas al oído. Me gusta la expectativa. Me gustan los cariños después de la intensidad y para mí son parte del todo. Me gusta tocarme. Me encanta fantasear. Tengo ganas de probar algunas. Me gusta ser un poco perra. Me fascina que el ser humano tenga algo tan bonito como la posibilidad de compartirse con conciencia, abrirse en cuerpo y alma y cruzar sus vidas con sus alegrías y sus dificultades, por el tiempo y en el modo que haga falta…

No, apenas lo he vivido así. Hablo un poco por destellos que pude sacar en algunos momentos. Sin embargo sé que es posible y posible en mí, no solo porque me quede embobada por historias llenas de riqueza –en las que entran muchas cosas– de otras personas y yo me quede en los labios con un Quiero eso. Y ojo, en esa riqueza yo incluyo y tomo en cuenta los momentos que quizás no son tan agradables, pero que son parte de la sexualidad.

Sin embargo, la vergüenza acecha. También acechan muchas cosas muy, muy duras que he vivido en torno a mi sexo, mi cuerpo y ese cruce entre ambos y quién soy. No quiero repetir cosas que he escrito cincuenta veces aquí en este blog. Lo malo fue bastante malo y me susurra que volverá a aparecer. Entonces mi mente me juega una trampa y selecciona solo las historias difíciles ajenas o propias para que se vuelvan garantía de que yo no estaré a salvo. Se me llena el alma de desánimo de que mi deseo solo me llevará al dolor. La vulnerabilidad se me vuelve peligrosa: “Y si me hacen daño daño, ¿podré soportarlo?”. Empiezo a ver el sexo como un campo de minas. Mi vergüenza se justifica a sí misma. Mi culpa me achaca cosas que pasaron hace mil años y que, seguramente, no fueron tan graves tampoco como me las intenta pintar ahora. “No vas a saber comportarte, no vas a saber defenderte…”.

Y aun en esa oscuridad, Eros no se rinde. Por algún motivo me ha cogido cariño aunque cuando estoy en esos momentos lo maldiga y reniegue de él. Me mantiene la llama encendida, independientemente de mi tormenta. Me espera cual guardafaros a que yo llegue de altamar. Mientras tanto, en mi barca, yo me siento a punto del desgarro. Intento negociar con mi vergüenza y mi miedo y mi deseo: “De acuerdo, voy a protegerme lo más que pueda pero no voy a renunciar al deseo. Venga”. No, para Eros eso no vale: él me invita a que baje la guardia, mientras yo me consumo pensando que, en mi próximo encuentro… no, qué va, en la próxima cita, se van a reír de mí porque seguramente se me notará que voy perdida y… así quién tiene ganas. Venga, apaguemos el fuego. Me rindo y me siento peor porque no me quiero rendir.

¿Sabéis la de veces que he deseado ser asexual? O peor: que la humanidad sea asexual. No, no soy asexual del mismo modo que no me gustan los hombres: cuando me vienen arranques que van contra quien soy es por intentar apagar el dolor. Sí, intenté que me gustasen ellos, pero fue porque creía que sería “más fácil” y que sería “más normal”. Fue un infierno. Era un rebote por miedo a explorar qué significa para mí ser una mujer a la que le gustan las mujeres. Lo mismo con mis arranques de asexualidad. Son por rebote. No son reales. Son anestesia para cuando la estoy pasando mal.

Aprender de sexología me ha venido genial, pero también me viene mal. Reconozco que a veces me pierdo en lo intelectual para tratar el sexo como una pieza de museo que no puedo tocar. Me quedo en la admiración. En cómo los demás son valientes, hablan “como adultos” y me empequeñezco y me excluyo en el papel de eterna espectadora que quizás solo puede hablar pero no vivir… y a la vez eso lleva a no querer hablar mucho porque “no he vivido”.

Me encanta encorsetarme…

Lo más triste de todo esto es que sí claro que he vivido, he sentido, he disfrutado, he sufrido, me he dejado tocar, he tocado, me he expuesto, he escrito, me he sacado fotos en bolas y es cosa de leer este blog en lo que se ha convertido, en cómo he ido explorando una sensibilidad mía. He trabajado límites, he mantenido siempre la mirada abierta sobre mí misma y sobre el mundo… Soy muy sexual, soy muy sensual, soy muy alegre, soy muy tierna, soy intensa… ¿Qué es lo que me falta realmente?

Hace un par de noches, de madrugada, di con algo nuevo. A ver creo que lo he mencionado alguna vez pero no lo he tratado con la profundidad que le descubrí anoche.

Quiero comenzar a ver la sexualidad más como un juego, algo divertido, placentero… y, no sé si más importante que eso, ver que la búsqueda de ese placer es algo muy humano que tiene mucho de bueno. Nos da vida. La seducción, la conquista –me estoy reconciliando con este término–, es un juego y al ser humano nos encanta jugar… especialmente si tenemos a otra persona delante con quien hacerlo. Hay un placer en el juego.

Dicho muy mal y pronto: que ensuciarte de fluidos propios y ajenos, sudar, jadear como una perra, dar rienda suelta al morbo, morder, pasar de un ritmo a otro, besarle el culo a tu amante, darle un masaje, comerle el coño e inventarse maneras de descubrir entre las dos –o las que sean, ahí ya no me meto– qué nos pone es divertido, nos gusta, te la pasas bien y es tremendamente sexy. Tanto que creo que tengo flujo ahí abajo ahora mismo por haber escrito este párrafo.

Y también está el placer de una relación establecida, de la intimidad ya desarrollada que ya no bebe de la adrenalina del descubrimiento, eso también nos gusta y tiene su placer propio. También es terriblemente sexy el plan de pasar una mañana mirándonos a los ojos, acariciándonos sin más… simplemente estando. Nos gustan esas mañanas “muertas” llenas de vida en las que quieres decir Te quiero besando la línea del escote de ella con ternura, mientras ella posa su mano en tus caderas.

Pero luego ella te propone… … … Y así. Jugamos con nuestra corporalidad porque nos gusta.

A veces tengo la sensación de que hablamos de sexo de una forma que, en el fondo, sigue siendo muy poco positiva y poco carnal. Yo soy la primera que se pierde entre el concepto de deseo, qué es el sexo, que si el Eros, que la búsqueda de conexión, cómo gestionar límites y celos… que si el deseo es pérdida y ganancia, que si no hay que caer en la genitalización, que el patriarcado… que… La filosofía está muy bien, pero estamos hablando de una realidad física.1 Y claro, si cargas con vergüenza, abstraer y hacerte la intelectual puede ser una forma de evasión…

De hecho, una de las vergüenzas más grandes que paso es la de “no quiero que se me note que me encantaría hacer de todo con ella”. Aparte del sexismo homofóbico de que las lesbianas tenemos que ser seres de luz súper puros y que cuidado con expresar la parte “guarra”,2 es vergüenza a la realidad del sexo. Si a mí me gusta alguien y quiero quedar con ella porque el deseo es erótico, hay un anhelo de carnalidad.

Sí, quizás, en este momento prefiero que haya una cierta confianza y conocer a la persona y que me conozcan, pero no voy a demonizar el aquí te pillo, aquí te mato más animal –consentido, claro–. Hay muchas veces que el deseo que sentimos quizás no sea tan claro en el inicio, pero si es erótico, es erótico. No buscas una cita para tener una compañera de mesa en la biblioteca, ¿no? (salvo que el plan sea esperar a que la biblio cierre y…). No sé, a veces tengo la sensación –hasta entre sexólogos– de que necesitamos justificar nuestra vida sexual con algo que no sea la atracción física y eso a mí me suena a un retroceso puritano absurdo disfrazado de modernidad interesante. Pues no, oye, que a tal yo me la imaginaré en la cama y en plan bastante fogoso porque es que está buenísima y es que la veo y me salta el “No, no puede ser tan guapa”, sin perjuicio –ahí salió la medio abogada– de que me encantan los proyectos que tiene, sus ideas y su carácter alegre y que es buena tía. Pero para hablar de proyectos interesantes, tener una relación de amistad con mucha confianza y gustarme el carácter de alguien, es que eso ya hasta con hombres, pero a un hombre jamás lo he visto con esa visceralidad carnal que me lleva por delante.

Y la vergüenza lo único que ha hecho es que no he sabido expresarlo cuando lo he sentido con alguien que me activa ese ¡uy! ¿Cómo vas a hablar de lo que te da vergüenza? ¿Cómo vas a ofrecer una relación erótica, carnal, si te da vergüenza? Claro, su origen es importante y yo he ido dando en el clavo con ciertas cosas. Sí, a mí me coartaban la diversión una y otra vez de peque. La sobreprotección no ayudó tampoco. Si ves el mundo como un campo de batalla, pues es que en la guerra no hay nada divertido. Hay que cambiar la mirada, como he repetido muchas veces, cosa que no significa –como me miente la “parte mala”– dejar de ver los riesgos objetivos, pero sí cambiar qué es lo que pongo en el foco de mi mirada: ¿todo lo malo que puede llegar a pasar –como he hecho hasta ahora– o todo lo increíble, mágico, sexy, bonito y humano que puede llegar a pasar?

El nerviosismo ante una primera cita va a estar y es bueno que esté: es vidilla, es el pequeño “abismo” del qué pasará. Lo mismo ante esa primera sesión de fuegos mutuos. El nerviosismo es inocencia, es la risa ante el juego y es la sensación de estar explorando. La vergüenza y culpa se disfrazan de ese nerviosismo sano para engañarme. Se parecen a primera vista, pero no, no, la vergüenza y la culpa quieren encerrarte en el pesar, mientras que los nervios son parte de la excitación, casi diría que son un regalo de Eros. Pero como me he llegado a acostumbrar a la perversa imitación que presentan la vergüenza y la culpa, he llegado a tener miedo de esos nervios, de la excitación, del sentir y, como he dicho, también del deseo.

Menuda tarea tengo por delante, pero, aunque tenga días de mucho desánimo –y los volveré a tener–, me hace ilusión.

Esa es la lucha: recuperar y cultivar el espíritu del juego… bueno, quizás lucha no es la mejor palabra… sigue siendo una palabra del campo semántico del conflicto y, la verdad, dejar de estar en conflicto conmigo misma creo que es parte del camino. Diré que este es mi horizonte: el juego, concentrarme en ver como bueno lo que siento, como sano, como interesante, como alineado con toda esa sexiness que derrocho, como parte que es bueno que acepte de mí. Yo creo mucho en la sustitución: para crecer no matamos partes “malas”, sino que las reemplazamos por nuevas que nos ayudan más. Es que una cosa: la vergüenza sexual tuvo una función en su día –a ver, estaba en un ambiente hostil–. Es jubilarla, no matarla y, en su lugar, colocar la curiosidad.

(Re)aprender a jugar, celebrando que el sexo pasa por nuestra carne, huesos y piel. Esa es la actitud que cultivar. 🌹


  1. Dejo de lado el tema de las relaciones a distancia o en línea. Tengo una opinión al respecto que necesita desarrollo, pero la idea básica es que hacen presente lo físico de otras maneras, dentro de las limitaciones de la situación. ↩︎

  2. De esto hablé un poco de pasada aquí↩︎