Una de mis jaulas es la de sentir que no tengo desarrollada mi seducción o mi erótica. Es un sentimiento de incapacidad, como de no saber hablar el lenguaje del Eros. Es un sentimiento de mudez, de no saber qué decir o cómo decir para expresar qué siento por alguien. Es un sentimiento de estar atada irremediablemente de manos y pies. Es el sentimiento de que, sabiendo que la práctica hace a la maestra, yo no tengo motor ni para arrancar para dar los pasos más básicos.

Sin embargo, todo eso es falso.

Yo he hecho todo, todo, todo aquello que digo arriba que no sé hacer. El sentimiento es muy real, pero también lo han sido los momentos que he vivido. Los ha habido preciosos y los ha habido más difíciles, pero han existido. “Entonces, ¿por qué sufres tanto, Ariadna? ¿Por qué te contradices entre sentimientos y vivencias?”.

Hace unos cuantos años, viví lo que coloquialmente podríamos llamar “una amistad con derecho a cierto roce que derivó a una noche de más roce”. Sexológicamente hablando, esos roces eran encuentros sexuales. Lo que pasa es que no eran unos encuentros muy normativos, ni siquiera la “noche de más roce”. Aquella noche sí que fue de una intimidad preciosa que ni nos esperábamos porque el plan no había sido ese… pero y tanto que fue un encuentro en el sentido más profundo porque las dos, por razones muy personales de cada una, necesitamos aquella noche sentir y darnos cariño con nuestros cuerpos y con nuestras palabras. Y más allá de esa noche en particular, en general, nuestra relación siempre mantuvo un ingrediente muy erótico… a veces lo expresábamos con pequeñas cosas, pero siempre jugábamos, siempre estábamos buscándonos en una seducción sencilla que a veces acababa más física que otras, pero con mucho deseo… y mucho amor.

Sin embargo, la no normatividad que vivíamos juntas en nuestro vínculo a mí me dejaba confundidísima: disfrutaba muchísimo y a la vez sufría muchísimo. A grandes rasgos, sufría porque no entendía cómo esa amistad había adquirido rasgos que para mí, en ese momento, debían conducir a una relación “en serio”.

Yo con ella me movía como pez en el agua en el lenguaje de la seducción. Nos decíamos de todo, teníamos un código propio, nos atrevíamos a fantasear, nos acompañábamos físicamente, teníamos nuestras citas y nuestras tonterías. Había ciertos juegos, incluso. También nuestras peleas y nuestras reconciliaciones. La relación no era solo eso. Había mucha confianza. Conocí a su familia. La acompañé en un post-operatorio. Ya lo dije antes: era una amistad y muy profunda. No solo era el juego, no, para nada. Pero el Eros era importante para nosotras. La intimidad era importante para nosotras. No era una intimidad normativa, pero estaba.

Ah y ella tenía un novio que jamás supuso un obstáculo para nada entre nosotras. Al principio, cuando la relación con ella comenzó a tomar notas un pelín más eróticas, la situación me mareaba un poco, porque no entendía muy bien qué estaba pasando. Al final hasta compartí tiempo con él y yo creo que él sabía lo que estaba pasando. La verdad, siempre respetó lo que había entre nosotras dos.

–Eh, Ari, a ver, me estás diciendo que encima tienes experiencia no-monógama y hasta con un metamor.

Bueno, había más metamores.

–¡¡Tíaaaaa!! ERES GILIPOLLAS SI TE SIENTES LIMITADA Y MIERDAS Y…

Calma 😌

Pero es que los sentimientos que mencionaba al principio están. El malestar está. He escrito sobre ello aquí. Los momentos de parálisis están. De hecho, mis huidas ante propuestas están ahí muy recientes.

Es por esa contradicción que planteo esto como una reconquista de mi erótica, no como una conquista. Es una reconquista porque, en palabras de mi sexóloga: “Ari, tienes todos los ingredientes: solo te falta montar el pastel”. Sí, en determinado momento momento se me desmoronó el pastel… pero, en realidad, sé prepararlo y montarlo de nuevo… ¡y con una receta más sabrosa incluso!

Lo que pasa es que el pastel que he contado antes no estaba bien montado. No, no me estoy juzgando, querida; sigue leyendo. En buena medida, viendo ahora las cosas con la perspectiva de los años, las dos fuimos víctimas de mucha falta de educación sexual o sexológica y yo venía del infierno conservador del que vengo. No teníamos vocabulario no-monógamo, metamor es una palabra que he aprendido hace pocos meses, hicimos, pero sin conciencia ninguna y cualquiera que sepa algo de no-monogamias sabe que eso a la larga no es sostenible: si no hay conciencia, no hay acuerdos, no hay límites… era todo muy improvisado. Precioso, pero a veces muy feo. Teníamos las herramientas de adultas estándar que intentaban arreglar las cosas, pero no las herramientas específicas para una relación de esa naturaleza.

Una de esas herramientas para el Eros es… el Logos. La palabra. La comunicación. Expresar. En el primer párrafo hablo de la jaula de no sentir que no sé expresar, pero obviamente expresaba cosas yo con ella… ¿Entonces, qué ha pasado para que yo ahora sienta que “no sé expresar mi deseo”? ¡Que yo me acuerdo de lo que era capaz de decir y hacer! ¿Qué me pasó?

Ay, nena…

Hace unos días escribía improvisadamente esto:

¿No te has parado a pensar, pequeña diosa, si, en realidad, Eros no ha estado esperando a que, primero, florecieras como mujer?

¿No te has parado a pensar que Eros, quizás, solo quizás, tenía reservado para ti un lugar junto a Safo y ambos te han estado esperando pacientemente a que llegaras aquí?

¿No te has parado a pensar en que Eros te quería enseñar las lecciones de amor que solo se aprenden como mujer?

Ahora, pequeña diosa, ya no hace falta pensar. Siéntelo. Sabes en tu corazón que es verdad. Lo sabes.

Es que yo tardé en descubrirme como mujer. Tardé décadas. Podéis llamar esto transexualidad, aunque yo prefiero expresarlo como eso: que tardé en entender cuál era mi sexo. Sí, obvio, mi cuerpo tiene sus características, pero mi vida ha desembocado en que yo me he descubierto mujer y que, por tanto, en otras etapas de mi vida yo tenía un desarrollo de mi sexo incompleto: mi sexuación estaba menos desarrollada que ahora, hasta el punto de no ser capaz de ver mi sexo en esos años, pero estaba encarrilada irremediablemente a ser la Ariadna que soy ahora, con todas mis particularidades.

Es importante entender que la sexuación no es nada extraño ni exclusivo de mujeres como yo. Es algo que vivimos todos los seres humanos: yo lo definiría –sin querer ser muy pesada– como el desarrollo que vivimos por el hecho de ser de un determinado sexo… entendiendo que el sexo es mucho más unas partes del cuerpo: es una identidad, es una forma de vernos, pensarnos y de entendernos. Claro que la fisonomía tiene que ver, claro que nos vemos influidos todos por la cultura en la que nos toca vivir, pero lo que nos define y nos sexúa está en el significado –aquí sale la lingüista– que nos damos y compartimos respecto de nuestro sexo, el que somos.

Sexuarnos nos sexuamos durante toda la vida. La sexuación puede tener ritmos más lentos o más abruptos, pero detenerse solo se detiene en la muerte. Puede haber hitos en nuestra vida que marquen momentos muy señalados en ella, como puede ser la menopausia, la cual trae consigo un cambio en la percepción de una misma, cambios en el cuerpo, cambios en las expectativas, en el deseo… en algunas más y en algunas menos… O puede ser un momento de crisis como el momento en el que me parí a mí misma porque, de pronto, todo condujo a descubrirme mujer: y eso me llevó a unas decisiones como, por ejemplo, la terapia hormonal, que retroalimenta la sexuación con cambios físicos y de sensaciones… Porque es que el desarrollo de nuestro sexo es –para todo ser humano– siempre es un diálogo entre nuestro espíritu y nuestro cuerpo. Y, a veces, un diálogo con marejadas… y, a veces, con la calma de un día soleado. La vida, nena, es así.

La historia que conté arriba la viví desde una mirada que no es la actual. Yo he tenido que reaprender a mirar el mundo y a mí misma, ahora a través de los ojos de una mujer… la de una que ha tenido que, conscientemente, permitirse vivir como tal después de mucha confusión y represión. Ha sido un proceso muy, muy bonito y duro y muy rico y todo lo que os podáis imaginar, multiplicado por dos, porque no hay manera de explicar hasta dónde llegan las sorpresas en un viaje como el mío. He vivido cómo las experiencias van moldeando mi mirada y mi mirada va guiando la experiencia. La conciencia cambia. Vivo otras cosas ahora, distintas. Entiendo mi pasado de otra manera también. Mi cuerpo me da sensaciones nuevas que adoro, pero que he tenido que hacer mías en ese descubrirme. Quitarse la armadura tiene eso. Veo ahora mi propio sexo de una manera nueva, porque ahora disfruto de una mirada mucho más completa y experimentada.

Todo esto cambia radicalmente la erótica, que es el lenguaje por el que comunicamos nuestro deseo. También cambia el deseo, que cambia siempre, porque nadie se mantiene deseando igual toda la vida. Si te ves de una manera más completa, más rica, al final tu erótica cambia –se enriquece–, tu deseo cambia también aunque siempre desearas a mujeres… No es lo mismo desear a una mujer desde la certeza de tu propio sexo que desde unos cimientos tambaleantes y una mirada oscurecida por la confusión. Para nada es lo mismo.

Yo en aquella relación no era “más valiente” que ahora, ni sabía expresar mi deseo mejor, ni era “más segura”. De hecho, al mismo tiempo, ella me animaba a ligar con otras chicas y yo me encontraba rápidamente paralizada y con unas sensaciones mucho peores que las actuales. Con ella yo me sentía más segura porque –y no voy a entrar en detalles– reconocía en mí algunas cositas que, bueno, la hacían sospechar de qué estaba pasando conmigo. Su erótica me daba un espacio que yo sentía casa. Había un amor de su parte de querer ayudarme a sacar las cosas que llevaba yo dentro… solo que, claro, yo iba a remolque: no era autónoma en ese momento en el desarrollo que me ha tocado. En ese momento yo necesitaba eso.

Durante mucho tiempo he visto esa historia de amor como una historia triste. No acabó bien y yo la recordaba muy confundida. Hoy la leo como un vínculo muy bonito y ahora comienzo a apreciar cuánto ayudó entonces a plantar en mi corazón el bosque hermoso que está brotando ahora.

Hay que entender –y aceptar– que la erótica siempre es personal y que va a cambiar con el tiempo. Me decía alguien hace unos días que hoy quizás no me veo haciendo una determinada práctica sexual de la que hablábamos, pero que a veces encuentras a alguien con quien te animas porque te la hace vivir de un modo que te hace sentir a gusto. En el sexo siempre estamos personas y por eso no valen los consejos generales de “haz esto para tener éxito en el sexo” o “haz esto otro para ser más atractivo o atractiva”, porque es un lenguaje personal –porque la mirada lo es–… y la erótica de la persona seducida también… Y como estamos hablando de personas –historias de vida– que se encuentran, también hay una erótica propia de la diada1 que es más que la suma de las partes. Lo que sirve para un vínculo no va a servir para otro… ni para el mismo vínculo en otra etapa de nuestras vidas…

Es que nadamos en el río del tiempo, querida. Todo cambia. Todos cambiamos. Yo cambiaré… ¿O no me fijo en cuánto he cambiado yo desde que tengo uso de razón hasta este preciso instante?

La resistencia al cambio es la que me ha dificultado poder aceptar que ningún encuentro me prepara para el siguiente. Creer que sí solo puede ocurrir si creemos que hay un criterio inmóvil independiente de las personas que se encuentran sexualmente. Pues no. Otra vez: somos cambio constante. Es normal, supongo: ante cambios profundos surgen las inseguridades, los miedos, las culpas, los juicios, etc., y estos “piden” estabilidad –una estabilidad que no existe–, porque los cambios plantean retos a todo ello. Con tanto cambio, te aferras a que algo vaya –¡por favor!– un poco más lento, ¡que me mareo! Y la tentación de que algo podría ser inmóvil es un consuelo fácil del que echar mano… pero es un autoengaño. Es un autoengaño que lleva a que, por ejemplo, yo siga sintiendo que mi erótica es la de un pasado que ya no es…

Y no me tengo que ir tan lejos en mi vida para darme cuenta de que soy capaz de todo aquello que digo que soy incapaz de hacer. Si me dejo llevar y no me someto a mi ansia de controlar lo incontrolable, surge siempre una versión muy erótica de mí que a mí me encanta.

Eso sí, yo estoy convencida de que mi sensación de parálisis ha tenido una función, aunque sea triste y haya sufrido. Un cambio de mirada como el que he vivido es mucho, como he dicho: nadie puede con todo. De algún modo, este camino tenía que ser así. De algún modo, creo que la parálisis y la vergüenza me han llevado a que yo me afianzara sobre todos estos temas, a un periodo largo de autoconocimiento… para descubirle una forma nueva a mi erótica, a cómo busco y encuentro, qué busco y qué encuentro, cómo siento mi cuerpo, los ajenos y cómo respondo en ese baile… Necesitaba acomodarme otra vez, porque ha sido y es un proceso muy profundo… ¿De veras me sorprende que necesitase darme tiempo y volver a conocerme, de dentro hacia afuera? En eso consiste mi reconquista. Ahora me toca aceptar que esa parálisis ya no me sirve y apartarla “agradeciéndole sus servicios”. Me toca aceptar que mirarme de forma real implica reconocer y amar mi propio lenguaje, mis formas, mi deseo… todo, sin juicio, sin pretender que no habrá cambios. Sí, me tocará también amar los cambios por los que ha pasado mi erótica y por los que pasará, porque vendrán.

Si me preguntases ahora cómo me siento, claro que sigo sintiendo vértigo. A veces fantaseo y me siento insegura. Sí que menos que antes, sí que mi corazón ha derretido más el hielo… Obvio, quizás si ahora estuviera viviendo un cortejo, habría momentos en los que sentiría el suelo moverse. Lo sé y es bueno. El cambio positivo lo siento en que ahora busco abrazar esas partes de mí para que se sientan queridas y para que vean el Eros con alegría. Me he acostumbrado a abrir mi vulnerabilidad y a aclarar las cosas, a ser honesta con lo que ha sido mi vivencia… Y eso facilita mucho las cosas, en serio. Ya me las ha facilitado en otras vivencias sexuadas que no son el cortejo en sí. Así que, sí, claro, el vértigo aparece… pero la mirada –y con esta, la intención y concepto– es mucho más llena de luz y sólida y segura hoy que antes.

Y, la verdad, debo decir que ha sido y es un camino sumamente hermoso.


  1. Diada es un concepto muy bonito. Es la unidad que forman dos personas que se encuentran sexualmente… “y punto”. Esa unidad tiene vida propia y tiene su desarrollo propio. Como concepto es mejor que pareja o relación porque no tiene el peso cultural que se le da a estos. Una diada puede ser fugaz y no por ello menos valiosa ni profunda, por ejemplo, entre dos personas en un trío en una fiesta. Quizás queden otro día para tomar un café o hasta acaben compartiendo años de encuentros o no, pero se recordarán. Como sea. La diada habla de la calidad, no de las reglas cumplidas o incumplidas. ↩︎