Cuando escuché a Sara Torres decir en El Ciberlocutorio que el desarrollo de su erótica estaba marcado, especialmente en la adolescencia, por la prohibición del objeto homosexual, me sentí otra vez en la lona del ring, golpeada por otro KO después del primero propinado por nuestra querida Lesbian Queen.

Es que la prohibición del objeto homosexual… Sara Torres tiene una facilidad de englobar ideas en frases redondas que es increíble. A mí me fascina cada vez que lo hace. Y luego lo desarrolla con tanto detalle… Que si la amiguita de la infancia con la que quedaba para merendar… ella sentía un algo distinto y percibía que era distinto a cómo se relacionaban otras amigas entre sí o esa misma amiga con ella. El objeto homosexual comienza a asomar las orejas en la vida de la escritora… Y así en la vida de todas las que somos mujeres que deseamos mujeres.

Distinta. De repente, mientras a una mujer se le supone gratuitamente –incluso hoy; ¡no nos engañemos!– que le gustan los hombres, a ti resulta que te gustan las mujeres. Distinta. Del distinta al rota hay un paso: muchas veces la diferencia está en cómo fue tu contexto cuando descubriste que eras una mujer que desea a las mujeres… Del distinta puede haber una acogida también… aunque siempre será una acogida consciente de la diferencia, porque… es que la sociedad es muy hetero, chica…

Siempre me he imaginado que sentir deseo por el sexo opuesto tiene la gran ventaja de quitarte la presión de querer estar a la altura de la Otra porque, en nuestro caso homosexual, es que sentimos que podemos y debemos estarlo. No, no podemos ni debemos, realmente, porque esto no va de alturas, pero el sentimiento yo creo que aparece. Supongo que el objeto heterosexual trae la ventaja de la separación –sexus, ¿no?– que una asume que estará siempre ahí, insalvable…

Pero nosotras…

Esa pregunta tan nuestra de ¿Me gusta ella o quiero ser ella? muchas veces se responde con un Las dos cosas porque creo que exhibimos una fascinación por nuestro sexo mujer. Esa fascinación es parte de ese objeto homosexual. Se nos mezcla todo a la vez muchas veces y, al menos en mi opinión, creo que esa mezcla trae cosas muy bonitas, pero que también es necesario aprender a separarnos del objeto de deseo…

Esa fascinación lésbica es peligrosa. Dejo de lado las prohibiciones que heredamos por la religión, aunque estén de fondo… Esa mezcla de emociones, a veces de una amistad profundamente erótica que no resuelve necesariamente en un encuentro pero que es parte de nuestras vidas… La niña que va a casa de su amiguita a merendar, de repente, no es tan inocente… ¿o sí? Hay una duda. La duda borra los límites tan claros que ofrece la sociedad para organizarse. La distinta, además, suele descubrirse como tal pronto e intenta entenderse a sí misma… lo cual la puede llevar a exponer aspectos de la humanidad que escandalicen… Como me decía una querida hermana lesbiana hace unos días: a temprana edad comparaba sus genitales con sus compañeras de clase porque ella quería mostrarlos y quería ver los de las demás… Y no es por “perversión”, sino que es por descubrimiento desde una fascinación que encierra deseo. Yo quizás era más recatada –entonces, ahora miradme–, pero sí que transgredía el orden, sí que hacía preguntas clandestinas y sí que me acercaba porque quería saberlo todo… y en mi cuerpo buscaba aquello que me decían o leía de ellas –de nosotras– hasta que me descubrieron.

Nos da miedo a la sociedad aquellas personas que se saltan las barreras que creemos “naturales”. Es que, por muy moderna que sea la sociedad, en el fondo, en el fondo, en el fondo, sigue operando de hecho pensando que el deseo homosexual es… vuelvo a la palabra: distinto.

Lo prohibimos. O lo caricaturizamos. O incluso decimos que lo apoyamos, pero sin escuchar a las personas que lo vivimos. O juzgamos que el deseo de las mujeres homosexuales ha de ser un reflejo de estereotipos que son cómodos para la sociedad. Al final, la representación parcial es una forma de prohibición a través de desbujar los colores y las formas del querido objeto homosexual…

A mí me lo prohibieron negándome el punto de partida. “No eres mujer. Eres hombre por un detalle anatómico”. Te prohibimos y te vamos a educar de manera que esa fascinación no sea legítima para ti. Que sea sucia, incluso. No sirvió para nada, aunque sufrí para conseguir darme el permiso de desear. Mi deseo –ahora lo veo con mucha claridad– siempre fue profundamente lésbico: siempre se me mezclaba el querer ser con el desear y con las ganas de destrozar el abismo artificialmente impuesto. Había una sed de pertenencia que se mezclaba y amargaba todo… hasta que volví a pertenecer.

Y miro para atrás y me veo siendo justamente la amiguita que iba a merender a casa de un compañero de clase, pero porque quería ver a la hermana de él. Cómo me ponía de triste cuando me decían que ella no estaba. Ne rabiaba muchísimo que a ella la trataran mal porque era un pelín rebelde –dentro de lo que le permitían en un ambiente conservador–. Llegaban a llamarla “mala hija” porque le respondía “faltona” al padre. Creo que fue una de las primeras mujeres que que admiré por el carácter –y sus ojazos– y yo quería tener uno como el suyo, para responderle igual de “faltona” al padre de esa familia, que tenía un deporte sádico de querer humillar a los menores intelectualmente con la excusa de “activar el aprendizaje”. Las comidas en casa de ellos eran una tortura y ella, B., era mi heroína.

¿Me gustaba? Supongo, aunque fuera casi 10 años mayor que yo. Era un deseo de estar cerca de ella, de llamarla por su nombre sin distancias y de, a la vez, ser ella. Nada de esto sucedía en un discurso racional e hilado… Eran mis gestos, eran mis miradas, eran mis emociones…

He ahí otra parte de la prohibición: la prohibición de escuchar el cuerpo… porque este cuerpo es el de una mujer homosexual. “La racionalidad impone la lógica de la heterosexualidad”, me enseñaban para justificar sus ideas sobre cómo son las relaciones entre los sexos y para qué. Esa racionalidad solo parecía verdad controlando al milímetro quiénes éramos y cómo mirarnos… Las emociones, el cuerpo, las intuiciones que no podemos verbalizar eran deslegitimadas a propósito. Hay muchas cosas que estoy sintiendo en este momento que no puedo poner en palabras, pero sé que son verdad, porque si acaricio mi muslo y noto ciertas cosas sé que hay una verdad y unos deseos que, en estos momentos, abrazo con la dulzura que me merezco: son propios, son legítimos, están validados por su propia historia en mi vida y cuerpo.

Lo hermoso es que cuando abrazas el objeto, a pesar de todos los miedos –que los hay–, a pesar de que te sientes distinta –porque lo eres– y a pesar de lo radical que es amar a quien es como tú –porque lo es–, te rindes. En esa rendición las olas van erosionando las murallas de piedra que se erigieron ante el mar… y puede doler… o no… pero es un acto de profundo amor hacia una misma. Superas la prohibición, quizás te sientes sola o confundida o con miedo de que siempre serás menos que las demás, que es un sentimiento muy lésbico y que yo abrazo… es parte de la fascinación. Es violento, pero no como un zarandeo, sino en una lenta profundidad que yo creo que va mucho, pero muchísimo más allá del simple “es que follo con tías”.

El deseo homosexual de una mujer crea una mirada. Es una mirada muy propia. Es la mirada lésbica, que es muy de cada una –porque cada una de nosotras es diferente–, pero que tiene una parte de comunidad innegable porque nos permite reconocernos entre y para nosotras. Esto va mucho más allá de “solo” con quién nos acostamos.

Amor, es que amar a quien es como tú tiene una fuerza y unas contradicciones que vienen justamente de esa igualdad, que viene de unas vidas en las que se nos dijo o se nos intentó decir, como mínimo, que éramos distintas. Y tuvimos que crecer con eso en el puño y en el corazón, hacerlo nuestro y reconocer en nuestros caminos a las que también son iguales en lo distinto a nosotras, en todo el abanico increíble de miles de formas en las que eso se manifiesta en nuestros amores.

El objeto quizás fue prohibido o nos disuadieron del mismo… pero nuestros deseos y amor, la sed por tocarnos y compartirnos, por fundirnos en una complicidad muy propia, por admirarnos y hasta sentirnos mal por admirarnos, pero luego perdernos en los más ínfimos lunares de la piel de la Otra porque es que es una tía que no puedo resistirme cómo puede existir y no no me vengas con que yo soy monísima que nooo… y luego ahí mirándonos a ver cómo nos hacemos esta noche o quizás nunca porque tenemos miedo o porque nunca lo hiciste antes y es que qué raro pero qué guay y cómo hueles, me encanta… me pierdo en esa sonrisa perversa y en esa ternura y hasta rupturas dolorosas pero que llegamos hasta a llamar amigas… y… y… Todo eso que no resume ni la mitad de nuestros relatos, porque son los que recojo escuchando atenta, han sido más fuertes que todo.

Que todo.


Normalmente intento (más o menos) que la foto de portada tenga algo que ver con el texto. Tenía preparada una de un ramillete de lavandas, pero al final he preferido esta porque… porque también quiero darme el homenaje de haber roto la prohibición del punto de partida…