Cuando estudiaba filología odiaba las asignaturas de literatura. Siempre fui lingüista y, encima, desde muy pronto especializada en lingüística formal: el lenguaje y las lenguas vistos desde el prisma de lo computable. Por tanto, siempre he sentido que no sé escribir una reseña bien y, por eso, las dejé de lado, aunque en algún momento fueron un plan dentro de este blog. De hecho, me da mucha vergüenza lo que estoy por hacer aquí porque La seducción de Sara Torres creo que merece mucho más que lo que sé hacer yo.

Sin embargo, me atrevo porque no recordaba llorar tanto leyendo una novela y no recordaba detener a posta una lectura para estirar el tiempo con la obra artificialmente porque no quería abandonar ese espacio, ese mundo, esas voces, esas vidas narradas que me estaban abrazando e hiriendo a la vez. La seducción me ha hecho sentir muchísimo y también me ha invitado a hacerme muchas preguntas sobre mis deseos, mis seducciones y hasta diría sobre quién soy. Confieso que en algún momento la novela me empujó al abismo de pensamientos y recuerdos muy dolorosos, incluso… para luego encontrar en la frase o párrafo siguiente palabras que me abrazaban y me decían: “Cielo, ¿no ves que eres como nosotras? Tranquila, ¿sí?”.


Primero, hagamos bien la tarea; he aquí una pequeña sinopsis del argumento.

Las dos protagonistas son una fotógrafa joven y una escritora unos veinte años mayor que ella. Ambas comparten correspondencia muy fluida durante un tiempo y es la escritora la que la invita a la joven a que pase el final del verano en una casa cerca de Altafulla con ella. La excusa es un proyecto fotógrafico, pero, animada por la intimidad que encontraba en las obras y en los mensajes de la escritora, la fotógrafa se imagina que va a pasar de todo ahí inmediatamente, pero, en cambio, se encuentra con lo que ella interpreta que es un vacío de erotismo… Lo considera casi hasta un insulto porque ella se había hecho la idea de que “la cosa iría rápido”… A pesar del vacío y el desconcierto que siente junto a sus ganas de tener algo con la escritora, la joven se queda en la casa, dudando de cada paso que da ella y de cada no-paso que da la anfitriona.

A lo largo de la lectura presenciamos y acompañamos cómo La fotógrafa vive ansiosa por interpretar hasta el más mínimo gesto –como la obsesión de la escritora por poner flores en la habitación donde se aloja la invitada, por ejemplo– porque va reviviendo heridas del pasado en su identidad. Tras una infancia y adolescencia complicadas, se ve una bollera fea, poco atractiva, pero hambrienta y ahora desilusionada porque no entiende nada de lo que le pasa… o de lo que no le pasa, más bien, mientras convive con la escritora en la casa de verano. Escuchamos sus pensamientos y vemos su vida en escenas cortas, fragmentarias, algunas más largas y otras más cortas… más de alguna solo es una frase lapidaria… Este estilo engancha, porque juega con estallidos de atención que no sabes mucho adónde te llevan y que reflejan la ansiedad de la fotógrafa, muy casi como post de Instagram a veces… Cada escena es un microcosmos, pero hilada con la siguiente forman un universo: el del cortejo que se está formando escena a escena.

Es una novela de amor entre mujeres, donde en ningún momento ningún hombre pronuncia ni una sola palabra. De hecho, creo que, hombres, solo hay algún camarero y el repartidor de agua mineral en todo el universo que plantea esta novela. A ninguno se le da voz. Es un universo de mujeres, donde lo obvio es que se amen entre ellas. Es lesbianismo definido desde dentro, sin casi oposición explícita –la implícita la hacemos nosotras, porque conocemos la sociedad– con la heterosexualidad salvo en un momento muy concreto, hacia el final de la novela en la que la escritora narra una parte de su pasado en una reflexión que hace ella…

Y esa es otra: el multiperspectivismo. La delicadeza con la que Sara Torres lo introduce de a poco es increíble: Primero con las referencias a los correos electrónicos entre las dos protagonistas… luego, con un vistazo robado que le damos –desde la perspectiva de la fotógrafa– al cuaderno de notas de la escritora… y luego, ya, comienza a aparecer la voz de ella a través del propio cuaderno, cuyas páginas ocupan ya la narración de capítulos enteros. Cuando es la voz de la escritoria, el hilo de escenas da paso a una prosa “tradicional”, pausada, como es ella y su cortejo. La forma es parte del fondo aquí… y los cambios de forma que se van produciendo, reflejan los cambios en las dos mujeres a las que acompañamos.

El viaje de la narración es una seducción a la lectora. Y aquí… aix…

Siento que estoy siendo demasiado filóloga. Podría hablar de cómo hay un mecanismo metaliterario de dos niveles: el cortejo que viven las dos protagonistas, a la par que cómo la narración le sirve a la autora para seducir a la lectora poco a poco para ir hilando un ensayo sobre la seducción… porque la novela plantea una tesis… y la practica con la pobre lectora dulcemente atrapada en sus líneas…

A ver, aquí entra el conocimiento de quién es la autora, claro. Aunque no es necesario para entender el nivel metaliterario que hay en la novela, Sara Torres está jugando al “ensayo acurrucado”, como dice ella en esta entrevista en El Ciberlocutorio… porque ella no es solo una autora de ficción, sino una mujer cuya obra gira en torno a la exploración filosófica, no solo literaria, del deseo, especialmente el femenino y lésbico. Al final, la autora es quien lleva el consultorio de sexualidad de El Diario.es, es doctora en filosofía, es divulgadora, investigadora, conferenciante… Así que es muy natural que ella no quiera dejar de lado su parte más mental dentro de su ficción, pero es sumamente orgánico… Te seduce, cariño. Te seduce mucho con una voz suave y una precisión ternísima para llevarte a su idea de seducción… Hay un punto perverso que me encanta ahí: no es una seducción pasional, sino una invitación cuidada que en nuestros tiempos imagino que habrá quien la llamará fría, pero es que de fría no tiene nada. Lo que no es es pirotecnia abrasadora de un fogonazo, que es lo que confundimos tanto a veces con seducción… que es la confusión de la que parte la fotógrafa, aunque satisfaga algunas necesidades emocionales que tiene ella y que tenemos todas, ¿no?

Pero no, es que podré ser filóloga, podré decir que hace mucho que no leía una prosa tan delicada, tan dulce y tan visceral a la vez, porque hay unas escenas eróticas lésbicas de una visceralidad y realidad potentísimas… Podría dejarme llevar por mi parte más mental, que al final yo soy doctora en lingüística –aunque no lo parezca– y este sería un artículo muy sencillo…

No… Yo quiero romperme en mil pedazos y ser la lesbiana transexual desgarrada que he sido mientras leía la novela… Lo he dicho antes: no había llorado nunca leyendo ficción antes… Lo he dicho antes: la novela me ha removido y, a la vez, me ha acogido en la caída una y otra y otra vez.

Cierro los ojos y revivo el KO: acabo llorando doblada como un trapo sobre el apoyabrazos del sofá de mi habitación. El Kindle corre peligro de mojarse con mis lágrimas. Ahogo los gritos de desgarro en un cojín para que no me oigan mis compañeras de piso, que están en el salón viendo una serie.


De hecho, las emociones comenzaron a ser tan intensas que dejé de leer la novela en público para leerla sola en mi casa por miedo a cómo iba a reaccionar al pasar la siguiente página… En público iba o a acabar preocupando a alguien o me iba a reprimir, con la consecuencia de destruir el encanto de la inmersión en la novela. No, hubo un momento en torno al cuarto o quinto capítulo que decidí que el lugar para leer bien La seducción era mi habitación, mi sofá, desmaquillada para no hacer un destrozo con el eyeliner y la máscara…

Es que, querida Sara, esta novela se lee diferente si eres una lesbiana trans que ha pasado por una doble prohibición –te robo el discurso, lo siento–: la prohibición del objeto de deseo homosexual pero también de la identidad de mujer. Como decía yo en el post anterior, lesbiana es una etiqueta especial porque es un 2x1: es identidad y orientación. Lesbiana es más que homosexual y evoca más que mujer homosexual, sinceramente… sí, semánticamente son sinónimos, pero hay un punto pragmático ahí… Significado vs. denotación… Vale, la lingüista se calla; lo prometo.

¡Que vuelva la Ariadna ensaetada, que sangra herida por una novela que le hizo de espejo!

Hasta aquí nunca había leído ficción erótica lésbica. De hecho, caso no tengo imaginario erótico lésbico porque lo he evitado mucho de pura vergüenza, porque, como he explicado muchas veces, a mí me ha costado años de terapia estar en el punto que estoy ahora de poder aceptar que soy una tía a la que le gustan las tías y con un cuerpo con una configuración no normativa. Yo durante mucho tiempo me he sentido horriblemente la excepción: “Me acepto, pero soy algo raro, inexplicable… ¿seré deseable?”. Entonces, la verdad, una no tiene ganas de mirar o de leer nada porque una no quiere enfrentarse a relatos con el riesgo de no verse representada.

Yo no me esperaba escenas tan explícitas en la novela… y no me esperaba que la fotógrafa reprodujera escenas, acciones, pensamientos que he sufrido yo en la misma situación que ella: el ansia de querer atajar un cortejo para comprobar que una no ha sido abandonada y que una es deseable… Yo, honestamente, identificaba esas taras con la transexualidad, no con ser lesbiana… Ya, es que, quizás, son taras muy de mujer, en realidad. O ciertas partes de fantasías… no las acciones que ella sueña, sino el tono, el ángulo por el que ella vive en su cama, sola, su lujuria desbocada… y motivada por la frustración de no saber qué siente la mujer a la que ella desea… y se la imagina… y entonces una dice: yo he hecho eso.

Y he sido la que se ha callado comiéndose las croquetas aburrida y mal porque tu deseada se ha traído a una amiga. Y he sido la que, sin entender de dónde sacara la valentía, se ha puesto a jugar con la mano –yo más el muslo– de la mujer con la que quisieras algo…

Y… y… y…

Es que el sometimiento a la represión y al abuso nos engañan. He creído durante mucho tiempo que soy una excepción rara, pero es que no es así: me ha costado, pero ahora veo que estoy acompañada, que existo y pertenezco a un mundo que me ocultaron, que me quisieron robar… lo que quieras… pero que es mío. La Aldea de algunos posts de este blog, ¿no? Esta novela es un recordatorio: otra luz más en mi camino para mirarla cuando me sienta perdida.

Ari, que eres la fotógrafa y la escritora, como todas nosotras, y que esta novela la ha escrito alguien como tú… Mira y regodéate en las similitudes, no te pierdas en diferencias absolutamente irrelevantes. Sí, grita y celebra cada similitud como victorias de reafirmación, porque te las mereces y las necesitas, boba. ¡Sin vergüenza y con todas las lágrimas nerviosas mezcladas de risa que necesites!

Por eso es necesaria la representación, querida. Esta para mí no es solo una novela sobre la seducción, sino también de representación que llegó a mis manos en el momento correcto… cuando yo ya estoy decididamente abierta a la vulnerabilidad que hay en una seducción… y que, bueno, ahí voy… insegura como un flan y sufriendo un poquito a veces. Pero ahí está el tema: yo ahora ansío ese ritmo “lento”, de guiso castizo que necesita horas de cocción para prepararse… que no es “lento”, porque esto no va de tiempo exactamente, sino de aprenderse mutuamente los lenguajes la una el de la otra. El tiempo que puede tomar la seducción es más una consecuencia de la profundidad de la tarea que es aprendernos las dos y no tanto una causa o un mandato.

He aprendido y vivido lo bonito y, a la vez, amargo que es sostener el deseo a veces en la “temida” espera… pero esa espera, diría yo, se siente como una fidelidad a una misma pero también honra el proceso. Ese proceso, en realidad, nos cuida. A veces los cuidados no son dulces y golosinas, a veces son lágrimas y reconocer dificultades que no dependen ni de aquella a la que yo desee ni de mí.

Por eso la novela llegó a mí en el momento correcto. Sin haber cosechado en estos meses lo que he sembrado en años de terapia sexual y de tránsito muy duros, creo que no la habría entendido. La habría disfrutado pero no habría estado receptiva a que me atrapase y me sintiese representada en ella.

Y he aquí que quiero mencionar algo que quizás pasa desapercibido en la novela. Además de ser un mundo de mujeres, es un mundo no-monógamo sin decirlo… pero reconociendo las emociones incómodas: hay un momento hacia el final en el que la escritora reconoce en su cuaderno de notas una emoción muy incómoda y decide navegarla con un gesto hermosísimo que desconcierta durante unos días a la fotógrafa. Esto importa porque socialmente relacionamos la seducción con dos extremos: con el Don Juan –bueno, o la Pícara Justina, su equivalente femenino aurisecular– o con la seducción que se entiende confundida con el amor romántico. O seduces para “usar” o para “casarte”… y eso es un agobio cuando lo que necesitas es otra cosa mucho más basada en crear reglas propias, porque ser queer, ser lesbiana, tiene mucho de crear reglas propias ante una sociedad que te clasifica como “fuera de la norma”. La mayor aceptación social –y muy relativa– no nos salva de la no-normatividad, ¿vale?

Esa naturalidad que muestra Sara Torres de un mundo donde las reglas relacionales las ponen las mujeres que están participando de su microcosmos también lo he sentido como representación. En lo personal, soltar la exclusividad a mí me ha quitado las prisas y me ha hecho sentirme muy, muy cerca de la escritora veinte años mayor que la fotógrafa… o sea, también veinte años mayor que yo. En un texto improvisado en Instagram decía yo que no tengo la prisa de llegar la primera, antes que nadie, a echarle el cerrojo a una amada –y que eso me hace peligrosa para el sistema, agregaba en el texto–. Tal y como lo siento, ahora mismo, y tiro aquí del hilo de algo que me pilla cerca, hay una calma en el saber que no necesitas ser la única. Y de hecho, esto en la novela está representado de forma clara pero sin usar etiquetas…

Entonces, si me he visto ahí, leyendo palabras escritas por una mujer que no me conoce ni yo a ella, que me permiten encontrar y desarrollar y seguir construyendo mi lugar en el mundo… después de toda una vida peleando por ese derecho, haciéndome mucho daño… tía, cómo no voy a llorar y gemir y ponerme re-imbécil murmurando con la voz aguda y congestionada: “Pero es que yo… yo aquí estoy en casa…”.

Y, claro, entonces yo caigo rendida a los pies de Sara. Seducida. Absorbida en la construcción del tercer espacio –es una de sus tesis, la explica en el podcast, pero obviamente está en la novela metida– que se ha ido creando entre la autora y esta lectora agradecida…

¿Es esta reseña una muestra de cortejo? Es que no deja de ser una respuesta a una atadura que he sufrido con gusto y que volvería a repetir –no me engaño, la voy a volver a leer–. Venga, lo digo: sí, Sara, te estoy devolviendo la invitación y me permito decírtelo aunque la vergüenza me coma entera, ¡pero qué importa!