Es abril de 2024 y, como mostraba un poco en el el último post, hoy miro para atrás mi vida con otros ojos. Quizás aún no tenga muy claros mis proyectos personales: tengo la idea de querer divulgar, montar talleres, estudiar sexología y dedicarme a poner un granito de arena, pero no hay un plan –lo reconozco–. A veces dudo en si soy la persona correcta para ello, también. Sin embargo, a pesar de esas dudas, hay una parte muy importante de mí que está muy sólida.

Ahora soy capaz de responderme a las preguntas: ¿Quién soy, qué valores tengo, qué deseo, qué no deseo, cómo sí, cómo no, cómo me veo, qué límites tengo, cómo quiero relacionarme conmigo misma y con las demás…? Y aceptar también que esas respuestas cambiarán seguro, quizás no en contenido –también puede pasar–, pero sí en formas.

Yo quizás he tenido que hacer algo que no sé si es común: contestarme con valentía y honestidad a preguntas muy explícitas y muy difíciles que me he tenido que ir haciendo para ir reconociendo quién soy en este momento, la que escribe estas líneas ahora mismo. Sí que en el entorno en el que me muevo este camino parece ser común: un entorno muy queer, con sus particularidades, además. ¿Quizás es porque las personas con historias y búsquedas vitales similares estamos “condenadas” a encontrarnos? Como fuera, sé que no estoy sola ni lo he estado en un proceso así de autoconocimiento que ha partido desde la reparación de una identidad sexual que estaba anuladísima.

Primero, quiero explicar por qué ligo el autoconocimiento con la identidad sexual… o, mejor dicho, con el proceso de sexuación. El autoconocimiento es sexuado y no, no es porque una tenga una fijación con estos temas.

El título de este post, al principio, era Madurez sexuada e iba a plantear las ideas con esa palabra, madurez. Sin embargo, me di cuenta de que esa palabrita evoca muchas cosas, la gran mayoría de las cuales son muy equivocadas o no me gustan demasiado, especialmente cuando la introducimos en un discurso sobre los sexos. “Madurar sexualmente” se entiende coloquialmente como pasar de la infancia a la adultez, pasando por la pubertad. De hecho, nuestro concepto de adultez tiene unas raíces profundas en la idea de “esta persona puede procrear”.1 La “madurez física” se vincula a este aspecto casi exclusivamente y la “madurez emocional”, al final, también: el adulto “responsable y maduro” es el que tiene una serie de características de personalidad y un cierto recorrido vital que se relacionan con una estabilidad que daría espacio a mantener una familia… y este peso recae con muchísima más fuerza sobre nosotras, claro… ¿Qué es una mala mujer sino una mujer que no cumple con los requisitos para ser buena madre, no?

Sin embargo la madurez no existe como tal estadio final, porque estamos en constante desarrollo y cambio. Y, además, nuestra sexuación comienza en el momento que nacemos y acaba cuando morimos; no es cierto que tengamos una infancia asexuada y, de repente, oh, somos sexuados… y luego… bueno, a partir de cierta edad ya no…

–Pero, Ari, ¿qué rábanos es la sexuación?

Pimpollín, te voy a ahorrar horas de lectura, aunque recomiendo leer El sexo: historia de una idea de Efigenio Amezúa, que es mucho más genial que yo.

La sexuación es el proceso por el cual, a lo largo de la vida, se va expresando y determinando nuestro sexo, entendiendo sexo como el sexo que somos, no si tenemos o no algo colgando de entre las piernas ni tampoco qué es lo que hacemos o dejamos de hacer –una persona asexual es sexuada–. El sexo nos pone en relación con los demás. Yo soy mujer y me entiendo como tal por una compleja red de sensaciones internas, vivencias, relaciones con las demás personas –por semejanza o por diferencias–, estructuras culturales de las que es muy difícil escapar, cambios que he vivido en mi cuerpo, y un larguísimo etcétera. Quien intenta reducir el sexo a uno o dos factores, creedme, os está intentando vender algo o engañaros de algún modo. La sexuación es, hablando en jerga de ex-lingüista, la mirada diacrónica a nuestro sexo: es cómo se va dando nuestro sexo a lo largo de nuestra biografía.

Evidentemente hay etapas y en cada etapa las necesidades son distintas. La biografía no es lineal, pero tampoco es un caos sin orden.

Y todo esto para explicar por qué descarté madurez en favor de autoconocimiento. Lo sé: soy terrible… Pero es que es una cuestión de coherencia.


Voy a pegar un pequeño volantazo que, en realidad, no lo es tal. Hablemos de mi ginerastia vs. ser lesbiana.

Que me gusten solo las mujeres (ginerastia exclusiva) es algo que tengo claro desde bastante temprano. Tampoco es que sea yo una Golden Star, ¿eh? Mi primera relación fue con un chico, aunque mis intenciones ahí fueron sumamente confusas y estaban muchísimo más dirigidas a ser vista yo como una mujer por él.

Yo comencé mi tránsito sabiendo que me gustaban solo las mujeres. Sí, luego vino una fase de rebote complicada en la que intenté una locura por pura vergüenza: forzarme a estar con hombres, sin que me gustasen la verdad, porque yo estaba muy, muy, muy destrozada; estaba buscando validación, sin más. De eso he hablado, por ejemplo, en este post. En general, la verdad, mi ginerastia exclusiva siempre ha estado ahí.

Ya, pero una cosa es que te gusten las mujeres desde una identidad rota que es, pero no se ve a sí misma, y otra cosa es reconocerte lesbiana: es decir, mujer a la que le gustan solo las mujeres. En lesbiana hay una afirmación de la identidad junto con la orientación del deseo. Sin hacer aquí un desvío muy largo, creo que esto es una de esas cosas que nos diferencia con las mujeres bisexuales, donde la palabra bisexual no tiene esa carga de identidad sexual por sí misma. Por eso creo que las lesbianas tenemos ese punto a veces de “rabia identitaria”: la palabra que describe nuestra orientación no solo describe la orientación, sino también la identidad en un 2x1 que no sucede ni con heterosexual ni con homosexual ni con bisexual. Eso sí, esa “rabia identitaria” hay que saber llevarla bien para que no se vuelva un arma contra quienes no son como una.

Claro, aquí la diosa estupenda necesitó mucho trabajo para poder reconocerse como lesbiana, más allá del deseo hacia las mujeres, porque necesitaba reconocerse como mujer también. Y no estoy hablando del acto de autodeterminación, sino de la vivencia. Para mí la autodeterminación es una declaración de intenciones, necesaria y que es necesario que la sociedad respete para que esa persona pueda vivirse, pero la parte interesante viene después… literalmente toda la vida que tienes por delante.

Yo creo que mi aceptación y salida del armario “ya en serio” como lesbiana fue en torno a octubre de 2022, después de forzarme a buscar validación en hombres y rompiéndome en mil pedazos, tanto, que volví a terapia sexual muy desorientada y destrozada. Sí, sí, en julio de 2020 yo me reconocía mujer y decía que me gustaban las mujeres, pero la mujer que yo soy necesitaba reconocerse, reconstruirse y autoconocerse como tal. No es que “antes” yo fuera un hombre: era una mujer que se veía en un espejo destrozado, habiendo reprimido muchas vivencias pasadas de la infancia y la primera parte de la adolescencia, y que sabía a cierto nivel que estaba reprimiendo, pero, al mismo tiempo, no tenía capacidad real de conectar con su propia identidad… o muy esporádicamente, con mucho miedo y en momentos extremos de vulnerabilidad. Performar ser hombre no es serlo; recordemos eso. Y era performance porque la disonancia era terrorífica a niveles que he ido describiendo en el blog, pero creo que jamás llegaré a ser capaz de explicar del todo.

No considero que fuera realmente lesbiana hasta que no se colocaron en mí en su lugar ciertas cosas. Era… bueno… era una mujer en reconstrucción, que estaba saliendo de una situación grave.

Y todo esto lo sé por la vivencia, la biografía… o sea… la sexuación. Viví cosas que me hicieron conectar con otras mujeres sáficas, fui entendiendo mi relación con las mujeres en general y, también, fui entendiendo mi relación con los hombres. Es que claro que he tenido mis momentos de: ¿Seré bi? La mejor metáfora que se me ocurre es el Big Bang: después del Big Bang los elementos se fueron organizando a lo largo de los eones de forma más o menos caótica, pero configurando el universo como lo conocemos y tal como sabemos que sigue configurándose… Pues lo mismo conmigo.

Aquí doy otro volantazo, porque os he engañado “un poquito”. He dicho que ser lesbiana es ser una mujer a la que le gustan solo las mujeres. Gustar es un verbo malísimo, que usamos coloquialmente, pero que yo creo que confunde más de lo que ayuda. Es un verbo raro –aquí habla la lingüista– que a veces dan ganas de analizarlo como un verbo con sujeto en quirky case: un sujeto en dativo… el me en Me gustas… Sin embargo, si bien en islandés sí que hay sujetos en dativo, se puede demostrar que en castellano ese me, aunque se le parezca mucho al mér en Mér líkuðu islandés, es un simple oblicuo en dativo que destroza cualquier fantasía de que tengamos una agencia en el gustar.

En realidad, es mejor hablar de orientación del deseo. Es mejor hablar de ¿A quiénes deseamos? Ahí tenemos un verbo con una estructura argumental de sujeto-agente con objeto-tema clásico, sencillo y transparente: A desea a B. Yo solo he deseado mujeres y solo he reconocido como deseo deseos a mujeres. Uso el perfecto muy conscientemente. Sé la implicación que tiene. Y aceptar ese télos posible implícito –uy, se ha puesto fina la Ariadna– es parte fundamental de mi autoconocimiento sexuado como lesbiana. Si uso a partir el presente, que se entienda como un presente aoristo: como un presente neutro, sin pretensión de habitualidad ni de actualización.

Dicho esto, nuestro deseo es un buen ejemplo de cómo nuestra sexualidad es parte integral y definitoria de quiénes somos. No es un apartado que activamos o desactivamos –que es una mirada basada en el practicar sexo–, sino que nos define y nos define en relación con los demás. Mirad: incluso entendiendo que cada una es distinta, que los límites de cada una son distintos y que también cada una echa mano de las etiquetas a partir de su vivencia, evidentemente una lesbiana tendrá unas formas de relacionarse con otros seres humanos que muy probablemente se va a ver diferente a las de una mujer heterosexual o bisexual… Al final, una lesbiana no erotiza a los hombres y sí erotiza a las mujeres; eso, quieras que no, configura tu vida. Hay una parte de tu vida que se verá diferente según cómo sea tu sexualidad, desde cuál es tu sexo, hacia dónde orientas el deseo… y luego otros temas.

Pero querida amiga hetero que me leas: la vivencia de tu deseo hacia los hombres y no hacia las mujeres también configura la tuya.

Ciertas cosas pueden parecer idénticas en abstracto, pero en la práctica –por las asimetrías que existen en la sociedad– no lo son. Por ejemplo, sí, el cortejo es algo universal independientemente de orientaciones… pero las mujeres sáficas nos quejamos mucho de “qué difícil es ligar con mujeres”. Las mujeres hetero no se quejan de la dificultad, sino de la calidad. Entonces las que queremos una relación sáfica nos acabamos buscando espacios… una mujer heterosexual tiene el mundo como su espacio de cortejo… No, cariño, las mujeres bisexuales no lo tienen más fácil ni pueden “desactivar su queerness”: tienen unos cuantos problemas incluso ligando con hombres porque la bifobia puede ser muy real. Os recomiendo, obvio, el librazo de Elisa Coll, Resistencia bisexual, que a mí me espantó con hasta dónde puede llegar la bifobia, que encima está súper invisibilizada. Mejor ella que yo para hablar de tales temas.

Si entramos en lo que puede ser el tránsito de una lesbiana en situación de transexualidad, entender qué es lo que deseamos en cuanto a tránsito y qué es cuanto a deseo erótico es una parte muy gruesa del inicio del proceso. “A mí también me pasa: ¿quiero ser ella o la quiero a ella?”, fue uno de los primeros momentos de sororidad lésbica que tuve con una lesbiana cis. Nos pasa a todas, pero en las trans me atrevo a decir que tiene unas consecuencias más profundas. Saber hacer esa criba es muy, pero muy, pero muy importante para (re)situarte en el mundo, en este caso como mujer… como la mujer que eres, en todo lo que eres, a quién deseas y quién deseas ser.

Y todo este excurso viene a desembocar exactamente en esto… La sexualidad nos afecta en cómo estamos en el mundo, cómo nos mostramos, cómo estamos con nosotras mismas y con los demás, cómo actuamos en los espacios, qué espacios nos pertenecen. Por tanto…


Es imposible autoconocerse y, por tanto, desarrollarnos como personas, vivirnos en el día a día, sin mirar nuestra sexualidad desde dentro hacia fuera, navegando nuestra biografía lo más que podamos sin juicios –que se traducen en imposiciones que nos inventamos “para cumplir”–. Autoconocerse implica un conocimiento sexuado de una misma.

Aquí hago un parón muy importante. Autoconocerse sexuadamente no es masturbarse. A ver, para mí es una herramienta maravillosa, pero es que por algo he escrito autoconocimiento sexuado y no sexual. Vuelvo al maestro Amezúa, que se la pasa denunciando que en la sociedad usamos equivocadamente sexual como sinónimo de genital. Pues… a ver… que el autoconocimiento genital yo lo apoyo mucho, pero de lo que hablo aquí es de algo diferente, aunque pueda incluir lo genital.

En primer lugar, creo que se trata de plantearse las preguntas como las que he ido recogiendo que me he planteado yo en todo este proceso. Obviamente las preguntas que te hagas tú no serán las mismas que me haga yo… o sí… Hablo de preguntas que parten desde el cómo entendemos nuestro sexo; qué consideramos parte del mismo; a quién y cómo deseamos; qué nos gusta o qué no probar o hacer; qué consideramos erótico y cómo configura eso qué hacemos con quién y cómo y dónde; cómo expresamos esto; qué tipos de relaciones estamos dispuestas a explorar o a mantener o a no buscar de ninguna manera; si queremos o no tener hijos y bajo qué modelo de relación; cuáles son los límites que tenemos para con nuestro cuerpo y en qué contextos y cuáles son nuestras líneas rojas; qué entendemos como amor y qué no y cuál es su lugar en distintas relaciones humanas: de pareja, de amistad, de prácticas eróticas por puro juego, de familia, etc.; o cómo leemos la vida que hemos tenido hasta el momento y cómo soñamos que puede ser respecto de factores como los que planteamos en preguntas como estas.

Ese es un catálogo de propuestas e inspiraciones, nada más. Sí que quiero hacer ver algo: es una lista muy diversa que incluye lo más corporal, pero también a preguntarse por algo tan complejo como qué significa para una el amor. Y las respuestas van a ser muy distintas. Y las preguntas también.

–¿Y qué de los proyectos profesionales? ¿Por qué no hablas de esto también? Eso es autoconocimiento también y no es sexuado. No todo es en clave de sexuación en la vida.

Uy sí… Lo profesional está atado a nuestra sexuación por prejuicios, principalmente. Por ejemplo, la discriminación laboral a las mujeres transexuales es algo muy real y con una complejidad de factores bastante grande. Al final que muchas estemos, de algún modo u otro, rondando en torno a la educación sexual o a temas de sexualidad o, directamente, al trabajo sexual no es una casualidad. O que muchas estén en el sector de la estética como autónomas. Muchas nos hemos visto plateándonos montar un negocio propio porque parece que no gustamos… Yo sé que mis fotos o este blog pueden impactar en mi búsqueda de trabajo “normal”: ¿me escondo, entonces, o qué hago? Esa pregunta es una pregunta de sexuación: ¿cómo muestro mi yo sexuado de manera que me vea integrada de una manera digna en la sociedad y, a la vez, respete quién soy? Yo me he metido en el armario para conseguir un trabajo, por ejemplo. Sí, hay quienes están en puestos “bien” y yo me alegro un montón… sí, la situación comienza a cambiar, pero que eso no borre la situación precaria que hemos vivido muchas… y que está directamente relacionado a un hecho de sexuación…

Pero es que no hay que ir muy lejos, cielo. Los puestos de trabajo que reclaman “buena presencia”, ¿qué es lo que reclaman en realidad? ¿A qué chicas contratan de cara al público en ferias? ¿A cuáles no? ¿Qué pasa en ciertos sectores aún a día de hoy que ser hombre da unas probabilidades mayores de ascenso que ser mujer? ¿Y qué pasa con las identidades no binarias?

¿Contratarías a una antigua trabajadora sexual, aunque fuese doctora en física cuántica con amplias cualificaciones, a dar clases de física en un instituto?

Podemos ir de muy modernos en esta sociedad pero es que nuestros sexos configuran muchas cosas de cómo vivimos. Claro que existe la fuerza de la voluntad, pero también existe el peso de ser minoría para quienes lo somos. Y ser consciente de ambas cosas: del poder que tiene una y de las opresiones también es parte del autoconocimiento sexuado.

Por supuesto, el autoconocimiento no es exclusivamente por razón de sexo, pero esta es tan fundamental que ignorar esta parte es vivir con una ceguera tremenda. Y esta ceguera yo creo que se ve muy, muy patente en quienes sois cisheterosexuales, especialmente los hombres pero también las mujeres.

Cuando eres minoría sexual te acostumbras a ciertos códigos que son más explícitos y más claros, por necesidad: necesitamos reconocernos. Otra cosa es que una no es perfecta y se atraganta, pero la necesidad la conocemos. Una lesbiana se reconoce con otra lesbiana ya sea por unos códigos de expresión o porque se lo dice o porque lo pone en su bio de la app de turno –o su presencia en determinadas apps– o de sus redes sociales… Lo mismo con el kink o con los modelos relacionales… Estamos muy acostumbradas a que jugar a la suposición es demasiado riesgo, así que somos más explícitas. Por eso parece que solo hablemos de sexo; es que lo tenemos más presente, querida… por necesidad… y por rebeldía, claro.

Pero el mundo cishetero no es así. Hay de todo, obvio, pero es un mundo más callado. Y esos silencios a veces reflejan una falta de conciencia grande. Hemos tenido sexo en el mundo cishet significa, en la práctica, una única cosa… y eso conlleva luego a cosas muy confusas como hablar de “preliminares” o a no considerar “sexo” cosas que las partes sí que erotizan pero se niegan a llamar sexo porque se confunde que “lo sexual” solo es la penetración vaginal o anal –a ella–. Entonces aparecen disonancias complicadas que se resuelven con abrazar las preguntas que, por necesidad, muchas personas queer nos tenemos que hacer porque la disidencia nos lleva a ellas.

Por ejemplo, cuando las personas transexuales hablamos de “tránsito” o transexuación, en fino, estamos hablando de algo que es exactamente el mismo proceso que vivimos todos los seres humanos por ser sexuados: la sexuación. Si le ponemos un prefijo trans- es por visibilizar –o sea, por política–, pero realmente la transexuación solo es sexuación sin más. Solo que en alguien como yo quizás es más chocante porque la violencia del cambio es más visible, pero es lo que vive cualquier otra persona de forma invisible… A mí por eso me gusta mucho que se haga educación sobre la menopausia: para que las mujeres podamos tener a nuestro alcance una comprensión –un autoconocimiento sexuado– sobre cómo navegar las nuevas vivencias que nos llegarán y así poder seguir viviendo nuestra sexualidad con soberanía sobre nuestros cuerpos, nuestros deseos, etc. Claro, para una mujer trans es lo más natural del mundo entender –aunque sea intuitivamente, sin lecturas o estudios– que la sexualidad tiene unas raíces muy hondas en el cambio constante o que el sexo que una es tiene un gran componente relacional: todas hemos experimentado cómo nuestro lugar en la sociedad pasa a ser “el de las mujeres”, para bien y para mal. Y de ahí surgen preguntas que intentamos responder.

Insisto. Que para algunas todo esto haya tenido que ser más “explícito” no significa que sea exclusivo para nosotras… Es que cuando hablo del rol sacerdotal y chamánico en torno al amor y a la reproducción que teníamos las mujeres como yo en ciertas culturas es porque es “obvio”: quienes hemos pasado ciertos “umbrales”, “pasos arcanos”, “vivido misterios”, etc., básicamente tuvimos que buscar respuestas a preguntas por nosotras mismas, porque las respuestas “dadas” no nos cuadraban… pues es que eso nos pone en una posición no sé si de más sabiduría pero sí de tener el sexo y el Eros muy presentes y con menos miedo, creo. Por eso tantos sexólogos son queer. No, no ha de ser una posición de autoridad –sacerdotal o chamánica–, sino de tender la mano y, en este caso, yo tiendo la mano para decir:

Es que todos los seres humanos pasamos, de algún modo u otro, por los mismos “líos” por ser sexuados. La clave es conocernos con compasión, con paciencia y con ganas de vivirnos como una aventura bonita, con emociones de toda clase, con encuentros muy distintos y muy similares, con errores y con aciertos… es que todos somos muy humanos.

¿Nos atrevemos a conocernos desde este ángulo?


  1. Sé que esto es una simplificación: no es el único factor que ha moldeado nuestro concepto de adulto, pero es uno de los principales. ↩︎