Calipso me miraba por sobre el hombro, posando su mano en mi cadera. Miraba con un poco de escepticismo mi amor reciente por la AeroPress. Por mi lado, esta era la primera vez que presionaba ese émbolo mientras la mano de una mujer sostenía mis caderas… Me dio miedo que pudiera pegarle a mi amiga con mi codo, pero no sucedió.

–Bueno, oler huele estupendo –dijo, a medio proceso.

–¿A que sí? Espera a que se enfríe un poco antes de probarlo, ¿sí?

Acabé de preparar el café para ella. Es lo que tiene la AeroPress: realmente hace café para uno. Le pasé la taza ya preparada, mientras limpiaba los restos y ya preparaba el siguiente para mí. Conveniente es. En pocos minutos yo ya estaba moliendo otra vez, hirviendo y preparando el mío.

–Ari… –me decía– esto está muy interesante… Te diría… sensual…

Dejó la taza en la encimera y me rodeó las caderas por detrás mientras me dedicaba a mi café. Me besó en el cuello. Yo había superado ya una fase “crítica” del proceso, encendí el temporizador de dos minutos y le devolví el cariño… dejando caer un poco la cabeza hacia ella para que me besara la mejilla porque yo…

–Te has vuelto una mimosa, perra –me dijo, besándome pero muy suave.

Nos separamos. Ella se puso a mi derecha, recuperando en su poder su taza. La cocina olía a café… floral, casi a fresa, con un punto a chocolate… Quizás la Diosa, mi querida rubia misteriosa de cuerpazo perfecto que lucía orgullosa en ese momento en ropa interior, tenía razón: café sensual. Sí, puede ser que ese sea el secreto de este método, comparado con la Moka…

Cuando acabé de preparar mi café nos volvimos a mi habitación. Calipso cerró la puerta y nos sentamos en la cama desordenada que había sido patio de juegos hasta hace un rato…

–¿Te acuerdas de cómo te costaba que te diera un simple beso? –me dijo–. Y no hace tanto tiempo.

Probé mi café para esquivar la respuesta. Estaba excelente. Sentí su mano en mis muslos. Me sonreía con gracia, con esa gracia que solo puede tener una divinidad ¿mediterránea? Aparentemente algo de griega tiene, pero nunca me lo ha confirmado. Me encantaría que me contara cotilleos del Olimpo, pero es que no suelta prenda ella…

–Ari, no esquives. ¿Te acuerdas?

–Sí, un poco boba entonces yo, la verdad, ¿no? –balbuceé.

–¿Boba? No, cielo. Necesitabas ir paso a paso. Has crecido mucho, chica, mucho.

Un peso me ahogó un poco el corazón. Me acerqué a ella. Por algún motivo, necesitaba sentir el calorcito de su cuerpo irradiar… sin contacto… solo eso: que me irradiara desde cerca y nada más… Calipso se acomodó para estar más cerca de mí también y, dejando a un lado la taza, cogió las puntas rizadas de mi pelo y se puso a jugar con ellas entre sus dedos. Le decía:

–Pues yo me siento estancada, la verdad… Bueno, no estancada, sino que voy muy lenta y que lo que tengo delante es difícil.

–Todo ha sido y es difícil, pero mírate dónde estás. Mira qué vida llevas ahora, aunque te preocupen cosas como a cualquier mortal…

¿Era eso un desdén? Los ojos color miel de Calipso eran tan inescrutables como el hecho de que Calipso no es ni su nombre real, el cual no puedo desvelar.

–Ya irás resolviendo, Ari –continuó–. Concéntrate en todo lo que has crecido desde que diste los pasos que tenías que dar.

–A veces me da miedo perder lo ganado.

–No va a pasarte. Confía en mí. Has cambiado… Bueno, no, eres la misma, pero ahora sin el miedo a realizar tus sueños…

–Cali, que yo sigo empantanada con mil cosas, que si volver a intentar hacerme los pendientes, que si… en fin, no sé qué decirte… Yo me noto igual.

Ella bebió un sorbo más de café. Dejó de jugar con mi pelo y se puso a recorrer mi clavícula… Si estaba intentando encender las brasas otra vez lo iba a conseguir…

Me cogió del brazo con fuerza, de sorpresa.

Me vi, de repente, en un pasillo que… ay no… Era un pasillo pintado de un color rosa salmón un poco chillón. Colgados en las paredes, los típicos cuadros genéricos de hostal… El suelo era de madera flotante. Plantas artificiales en las esquinas. A la pared derecha, tres puertas de madera…

Yo sabía muy bien qué era ese lugar…

–Calipso, en serio… ¿qué hacemos aquí?

Me di cuenta de que estábamos envueltas ambas con unas togas demasiado transparentes en vez de la ropa interior que llevábamos en mi habitación. Su cabellera rubia, coronada de lavanda… y en su mano, ella llevaba otra… Me la puso…

–Ya que somos Ariadna y Calipso, seamos griegas un rato, ¿no?

–No me gusta esto… ¿Qué es, una visión? ¿Un viaje al pasado?

Ella no contestó. Me dijo que observara la segunda puerta abrirse. ¿Lo? ¿La? ¿Qué género gramatical uso aquí? Si yo fuera leísta sería sencillo, pero es que yo en la tercera persona soy etimológica para el acusativo; le queda descartado… A ver, lo más fácil va a ser decir: Me vi salir de la puerta… Era la puerta del baño del hostal de Logroño en el que caí después de mi huida estrepitosa de Barcelona…

Eso que había salido del baño era ni más ni menos que Ariadna de unos pocos días de edad…

Abracé a Calipso cuando me vi… flaca… mal… hablando para mis adentros, ida… confundida… con una camiseta violeta carcomida en el cuello y un pantalón cargo verde oliva, corto… Aspecto de cualquier cosa menos de una muchacha… como de niño perdido… Cogí el brazo de Calipso… Estaba temblando… Él, ella, bueno, yo… abrió la puerta de su… mi… habitación…

Con un gesto, la Diosa me señaló que corriera con ella para entrar detrás de mi sombra pasada. Lo conseguimos por un pelo.

La habitación era alargada, pequeña… Una cama, una televisión y poco más. Al ser tan pequeña, nada más entrar no tuve más remedio que casi chocarme con mi yo-pasado… Me tuve enfrente. Nariz con nariz. Me quedé helada… Me había descubierto… y yo… desvestida así…

¿No era capaz de vernos? No, no lo era. ¿Era real esto? Calipso estaba sentada al borde de la cama mirando a ambas versiones de mí con mirada tranquila y una sonrisa amorosa.

La cantidad de cosas que tenía ganas yo de decirle a esa sombra de ser humano que yo era ese final de verano de 2020…

–Díselas –dijo Calipso.

Mi sombra tenía ojeras, mala cara, el pelo destrozado y sin crecer… Aunque estaba más calmada después de la ducha, se sentía sola, perdida, sin saber adónde acudir ni entender qué estaba pasando en ese momento en su vida… Quería luchar, pero es que hacía 48 horas había soltado sin querer su secreto más escondido y… ahora sentía que, sin nada más que una maleta, solo le quedaba este camino… con dinero prestado… sin trabajo… sin casa… la familia le había dado la espalda…

Se metió en la cama otra vez. Se hizo una bolita y se puso a llorar. Un llanto desgarrado y desesperanzado. Miré a Calipso… Me hacía un gesto como de que me sentara con esa Ariadna recién parida. Lo hice. Puse mi mano sobre ese hombro y acaricié sus pelos aún húmedos y quebradizos… le vi la calva incipiente que tenía en la coronilla…

Le di un beso. Mis ojos se enturbiaban. Mi instinto era contarle todo lo que había pasado desde ese momento hasta hoy, pero, al final, no sabía si tenía tiempo para ello… Sabía que en Logroño había pasado algo muy feo y esa yo aún no lo sabía… y sé el golpe que fue… y sé lo que vino después… y… Quería ahorrarle el sufrimiento: avisarla del peligro, decirle todos los secretos… pero… pero de mi boca solo salió una frase que me he dicho muchas veces:

–Todo saldrá bien –le dije… me dije–. Créeme. Todo saldrá bien.

–Todo saldrá bien –dijo mi yo-pasado.

¿Me había oído? ¿Me había contestado? Miré a Calipso, como buscando una respuesta en ella pero…

…estábamos otra vez en mi habitación… con nuestra ropa interior… con nuestros cafés. Ella delante mío. Sentí rabia e impotencia. Necesitaba guiar a esa Ariadna. Quería guiarla. No quería que pasara por… Acabé gritándole a Calipso, enfurecida:

–¡¡Devuélveme ahí!! ¡¡Me necesita!!

Calipso me abrazó en el momento en el que rompí a llorar. Mojé su hombro divino de olor a jazmín. Me susurró unas palabras en una lengua extraña que no supe entender, pero que mi corazón se las tomó como una especie de sedante extraño y agradable… Mi respiración se calmaba… Mis lágrimas ya no eran atacadas, sino un hilo constante y suave sin quebrantos ni sollozos…

–Ya está –me decía–, ya está, ya está… Esa Ari ya no te necesita más… ¿Sabes por qué?

Me separó de sí, me besó en mis labios salados y me dijo:

–Ven, mírate en el espejo.

Me cogió de la mano… esta vez con suavidad, como conduciéndome en un baile. Me llevó hacia el espejo de pie que tengo en la otra punta de la habitación y me puso enfrente de él. Ella se recolgó de mi hombro… Me miré y, bueno, vale que tenía la cara hecha un poco un cristo por llorar pero me veía yo y bonita y…

–¿Me vas a decir ahora que te notas igual? Ariadna, ya no eres esa que sufrió sola en Logroño hace 3 años… Eres una mujer adulta ahora. Lo has conseguido. Ahora todo es distinto. ¿Que habrá dificultades? Puede ser o no; yo no te daré pistas sobre tu futuro, querida… pero tu ser es otro… Venciste. Has vencido. Ya está. Ahora solo son detalles que ya sacarás adelante…

Me giré hacia Calipso…

–Pero sigo teniéndome poca fe…

–¿Tú, poca fe? Eres la tía con más fe del planeta. Que no te exijas tener todas las respuestas ahora, cielo. Eso sí, prométeme algo.

Le pregunté qué.

–Prométeme –me dijo– que buscarás ayuda en tus amigas todas las veces que lo necesites… porque ese es tu punto débil: te escondes. ¿Me lo prometes?

Lo prometo.

Bueno, como era un día de esos bobos, Calipso y yo nos pusimos a… En fin, que eso no interesa. Tuvimos un día y una tarde preciosas… También fuera de casa, ¿eh? Por la noche, cuando yo ya me quedé sola en casa me quedé un rato largo despierta en la cama… sintiendo… pensando… respirando… Sí, una mujer adulta; mi querida Cali tenía razón. Y sonreí.