Escribir sobre esto no es fácil. Llevo un par de borradores asesinados y muchas dudas hasta sobre el sentido de escribir sobre una dualidad que es bastante conocida: que las mujeres combinamos en nuestro ser una Dama y una Zorra. No sé si todas: no me gusta generalizar. Yo sí que las siento a ambas, muy diferenciadas… y parece trivial, pareciera que en este párrafo se agotase el tema… pero no. No en mí.

Hace unos días, una mujer muy bonita y sabia me invitaba a que contase una nueva historia sobre mí misma. Ella sabe que vengo de una historia dolorosa en la que se me prohibió ser mujer y, luego, yo continué ese abuso. Pasaron los años y, si leéis este blog, habéis seguido buena parte de mi proceso de despojarme de los malos hábitos de maltrato, de autoexigencia y de perfeccionismo destructivo que son muchas veces secuelas de una vida como la mía. Esta mujer me invitaba no a que olvidara mi pasado, sino a que mirara en el presente con ternura, con mucha ternura… y que dijera: “Puedo contarme a mí misma una historia diferente sobre mí”.

Lo que no me esperaba era que esa ternura, que llevo poco a poco intentando cultivar hacia mí, me iba a enfrentar al hecho de que yo soy dualidad: la Dama y la Zorra… Y que me toca aceptar esa dualidad sin miedo.

Es tarde por la noche y, como ya he dicho, llevo un par de borradores de los que me deshecho –y nada garantiza la supervivencia de este–. No me pidáis una explicación racional y psicológica o sociológica o sexológica sobre por qué en mi corazón, la Ariadna amorosa, tierna, que cuida y que busca amor, ternura y cuidados está desconectada de la Ariadna sedienta de lo más carnal, feral, que quiere o poseer o ser poseída y mira con el rabillo del ojo y una sonrisa ambigua fantaseando de todo…

Están separadas en mí y esa separación significa un abismo que parte en dos mi corazón. Una representa esa parte luminosa y bella del Eros. La otra, esa parte oscura e incómoda. Sí, porque el Eros tiene una parte oscura: una parte animal, una que ansía satisfacción, una que quiere dejarse llevar por el arrebato más irracional, oler sudor y otros fluidos, que quiere perder el control –o que se lo arrebaten–, que agarrar con fuerza tu culo presionando mientras tú me mordisqueas el lóbulo de la oreja y nos reímos borrachas de las emociones que nos están regalando nuestros cuerpos, a nosotras mismas y entre nosotras…

Sin embargo, es oscura porque también es espiritual… Esa parte visceral, feroz, de fuego que quema lo justo, pero no calcina… se la puede llamar hasta egoísta. Sabe que el deseo no se satisface realmente jamás y aún así transgrede e invade la piel ajena y se deja vulnerar… Es un acto salvaje, de buscar encontrarnos tan, tan, tan, tan dentro que no podamos distinguir dónde acaba tu ser y dónde comienza el mío… Y no, no hace falta penetrarnos para ello. Una mano hábil puede robar el alma de una amante. Un beso puede chupar el último aliento. Un orgasmo es una pequeña muerte y, compartido, ¿quién dice que no es un sacrificio en el altar de tus brazos, mi amor?

Que una mujer escriba así… que dé rienda suelta a la Zorra en sus palabras y en sus anhelos y diga, literalmente, Soy fiera, soy bestia, soy fuerza, soy zorra depravada en el Eros… eso, querida mía, no está todavía tan bien visto… El deseo femenino, como máximo, se permite que se exprese como una sensualidad dramática, pero no como fuerza aniquiladora, no como poder explícito… Al deseo femenino se lo condena a un poder implícito como máximo.

Aún más radical es esto si se trata de una mujer sáfica como yo, lesbiana… maldito prejuicio que nos imagina solo como seres de luz… No, cariño, entre nosotras podemos ser bacantes enloquecidas… o no… o algo en el medio… lo que dispongamos nosotras, no la imagen esterilizada de lo que es una mujer que ama a mujeres. Nuestra erótica es infinitamente diversa: nunca presupongas.

El Eros tiene una parte oscura y vive en mí y con fuerza. No, el Eros no es todo luz y bonito… En el encuentro hay dos personas y la fusión es imposible. Siempre hay separación. Siempre hay una otra. Siempre seré otra que tú y tú otra que yo. No seremos iguales nunca. Habrá sentimientos desagradables. Habrá momentos de mucho placer muy oscuro también, en el que nos dejemos arrebatar quizás por cosas que no parecen muy “de mujeres” o que alguien podría juzgar hasta violentas… Sin embargo, es oscuro no por violento, sino porque permite la invasión, exige la vulnerabilidad, nos expone a ser gravemente heridas y, aún así, pudiendo serlo, no es violento porque, si está Eros, tú y yo nos estamos exponiendo así de irracionalmente de mutuo acuerdo y queriendo vivir tal fuerza porque nos pone, nos gusta y ni sabemos por qué. Puede ser un juego brutal –los hay que me incomodan– pero es por juego que tiene unas reglas… las reglas acordadas por ti y por mí, amantes enloquecidas que nos queremos comer y devorar y ser devoradas ¡y que nos reventemos los sesos por favor porque quiero sentirme absolutamente fuera del mundanal gris de lo racional! ¡Malditos benditos estrógenos, que me lleváis por el descontrol hermoso!

La Dama se espanta:

–¿Desde cuándo escribes así? ¿Desde cuándo sientes así?

Abrazo a la Dama. No la voy a abandonar. No. Ella es la que cuida. Ella es la que inspira la necesidad de intimidad, de cuidados, de amor, de complicidad, de que tú y yo nos sintamos seguras. La Dama es la parte del Eros que busca construir un vínculo, de muchos tipos, porque es la que mira a la amada como quien ese: otra persona, otra mujer. Siempre he sentido la fuerza más primal de la Zorra, pero siempre también he sentido la calidez suave y necesaria de la Dama, porque sin ella… sin ella es cuando existe el peligro de violencia. Ella, aunque le espanten las formas de la Zorra, es la que abre el corazón a que el juego tenga unas reglas y, por tanto, un significado… Es ella la que muestra un interés por conocer a esa mujer, es ella la que interviene si la oscuridad trae consigo heridas involuntaria en las almas amantes… Es ella la que hace posible el amor…

Solo que esto funciona si la Dama y la Zorra conviven dándose el espacio que se merece cada una.

Yo he favorecido tanto a la Dama, porque aceptarla es muy fácil: aceptar una parte de una que cuida, que ama, que busca crear intimidad… eso es fácil. Son valores asociados automáticamente a la mujer. Sin embargo, la he cargado de responsabilidades que no son las suyas: la he puesto a cargo de esa parte de la seducción que busca el arrebato, que quiere la carne… La Dama no sabe hacer eso porque no nació para ello. Su poder es otro. Favorecerla a ella, condenando a la jaula a la Zorra, solo me ha traído tristeza y una tristeza muy incomprensible a primera vista: ¿Por qué pareciera que solo cuidar no satisface los caprichos de Eros?

Aix, me acaricio las pantorillas… como me manda la Dama para darme ternura. La Zorra me susurra, con una sonrisilla ambigua de sus labios pintados de oscuro:

–Es que has tenido miedo de sentir…

…la intensidad, la invasión, el arrebato, el rapto, el secuestro… la liberación momentánea que solo es antesala de una idea más perversa de una amada que me tiene inmovilizada por su savoir faire. O la excitación de decirle al oído que me haga… mientras mi cuerpo grita Sí, sin ningún género de dudas porque de pronto mi pene de mujer deja caer una gota de flujo líquido sobre su ombligo…

Cuando has sido abusada, todo lo que significa vulnerabilidad se confunde con abuso y violencia. Ordené a la Dama meter en la jaula a la Zorra sin ni siquiera proponérmelo… y solo la he dejado salir para masturbarme… porque no me fiaba de su fuerza ante otra persona. No he querido sentirme agresora porque cualquier cosa que me inspire la Zorra me lo puede parecer… Pero si ves con atención, querida lectora, esto también es falta de confianza hacia la Dama: ella se encarga de los límites… ¿No confías en ella?

Sin embargo, la Zorra tiene razón: he tenido miedo de sentir. De sentir el inmenso poder del placer, en primer lugar. Me da miedo perder el control por el placer… También de sentir las penas y dolores que trae Eros a veces. O de sentir la transgresión en mis carnes o verme a mí controlando el cuerpo de una amada porque así lo desea y que le encante… o sentir el trance extático de dejarme llevar, cosa que no he hecho nunca… ¿para protegerme? Pero ahora tengo unas ganas de dejarme seducir y llevar y que me hagan… Escribo y, a la vez, noto en el pecho el miedo a todas esas emociones tan antiguas y bestiales codificadas en nuestro ser… Mayormente he sentido dolor y tristeza de guerra –de Eris, no de Eros–… ¿Cómo será Ariadna bañada en la leche melosa de las emociones que trae Eros, incluso cuando se agria esa leche?

Aceptar la dualidad es… no sé… ¿Cómo se hace? Sé que es aceptar que ambas ellas coexisten siempre en mí, que no están en distribución complementaria, como diría una lingüista; esto es, que se vaya una cuando está la otra. No, las dos bailan juntas. A veces guía la Dama. A veces la Zorra. Pero están las dos. Me incomoda la fuerza y poder de la Zorra, de esa Ariadna en celo que decía mi sexóloga. Me incomoda que la Dama ahogue mi deseo con la preocupación de que “No, es que aún no es el momento”.

Pero, como decía al principio, quiero mirarme con ternura y mirando hacia una nueva historia. La ternura significa abrazaros a las dos. Sois yo. Acostumbrarme costará. Bueno, en fotos he sacado a pasearte, Re-perra Zorra, un poquito… y en los relatos… Y a ti, Dama, Protectora Maternal, te he acusado de ser un problema y no lo eres… Os pido perdón, porque es pedírmelo a mí. Soy una mujer con luz y sombra, que hoy proclama que no castrará el deseo de sus partes incómodas… Sé que puedo vivir las emociones más sórdidas que se me presenten, como también disfrutar y cultivar las más tiernas. Soy las dos en una: no dos mitades, sino una mezcla inseparable de dos fuerzas que se hacen hermosísimas juntas.