No te mentiré. Cuando me dijiste que nos viéramos, me temía que quisieras amarme. Aun así, acepté. Sabía que tus manos eran manos de curandera y que ya me habías dicho que las mías también podían serlo… si yo me dejaba. Me dejé. Sin saber cuántos minutos pasaron, nos encontramos en mi habitación y dejamos que corrieran nuestras manos al ritmo de nuestros labios.

Amada y amante, me sentí contigo.

Lavaste mi piel de los miedos y te alegraste de verme aún más bella que lo que habías imaginado –me dijiste–. Yo cogí tus manos y sentí la fuerza de tu alma levantar la mía. Sentí el llamado. Te besé en los brazos oliendo el perfume que solo es tuyo. Recorrí con las yemas de mis dedos la pelusilla de tu nuca. Me acariciaste los oídos con las palabras más eléctricas y la punta de tu lengua.

No arreció la tormenta que me esperaba. No me enjauló la vergüenza. Fui yo. Con el cuerpo que tengo. No con el que me gustaría quizás tener. Fui yo, real en el ahora. Yo. Cada caricia tú me dabas era a mí. Cada caricia que yo te daba era de mí. Real. Carne. Imperfecta y, por tanto, perfectísima.

Nos mordisqueamos y nos degustamos como dos amantes locas en banquete sagrado. Me sonrío al escribirlo. Es que el ritual es bello. Sentí tus dedos en mi cuello. Sentí mi aliento en tu pecho. Sentí el calor de tu sexo. Sentí el calor del mío. Los besos que atrapaban el dulce aroma de nuestra esencia hecha sudor se multiplicaban, mientras mis dedos exploraban los bordes de tus ingles y los tuyos buscaban lo prohibido.

Cuando dos pieles de seda se tocan, no hay más remedio que se amen. Cuando el pecho de dos mujeres laten juntos, decididas a invocar hasta la furia del océano, ¿qué puede salir mal? Nada.

Cada movimiento de búsqueda es también movimiento de sanación. Brujas. Curanderas. Incomprendidas acusadas de ser hijas del diablo. No nos importa. Es nuestra Misa, sobre los altares de nuestros vientres y los cantares que surgían como risas, suspiros, exhalaciones y gritos, nuestros himnos. Himnos de una diosa a la otra.

No sé decirte cuánto estuvimos en el ritual sagrado, pero creo que se contaron horas en los campanarios que nos rodeaban. Cuando todo está bien, no te paras a contar las horas. Deseo que nos veamos pronto. Deseo que estas letras sean conjuro y que yo pueda, al final del viaje, decirte, con tu rostro encima del mío, sonrientes y jadeantes:

–Y todo estuvo bien.