Aún a día de hoy, incluso cuando me pueda ver mucha gente muy segura, publicando fotos semidesnuda, contenta, sociable, escribiendo relatos eróticos alegres y bonitos y, en general, muy bien en ese universo que es el cómo habitamos el cuerpo… aún a día de hoy… hay días que siento vergüenza.

Son días en los que comienzo a sentirme mal, a sentirme menos, a sentir que cualquier momento erótico va a ser una pesadilla, que, “condenada” a ser súper física –lo soy–, tendré que prohibírmelo todo para poder sentirme “segura”… Me pongo triste, me tambaleo, me… me… no quiero ser una carga porque es que entonces menuda mierda estar conmigo, no, mejor me mejoro yo sola y cuando esté lista –¿pero cuándo?– me atreveré, pero claro es que así sola cómo y cómo sabré que estoy lista y… y no, será imposible, pero ¿mientras tanto qué…?

Colapso.

Y es todo mentira.

Son mentiras que todavía crecen en mi alma. Por ejemplo, la mentira de que una tiene que ser perfecta para poder vivir el Eros bien. Y no. Una tiene que ser real, con las vulnerabilidades, con los miedos, con todo aquello que a una le gustaría cambiar… Eros no exige, pero nos susurra que nos entreguemos tal como somos aquí y ahora, con el alma y con el cuerpo que tenemos aquí y ahora.

Rendirse a la mentira de que una no está lista y sentir vergüenza por no sentirse suficiente es un automaltrato sutil. Es exiliarse, primero, del propio cuerpo, pero, además, de la posibilidad de recibir amor que te puede ayudar a cerrar heridas. Quizás una tiene que no estar lista para que surja el alma a través del cuerpo y… decir… aunque duela… Te cuento… mira… he pasado por todo esto… necesito que vayamos más despacio… o más rápido…

–¡Te harás daño!

No, sé que ya no, al menos no daños graves como antaño. Confío en todo lo que he vivido y aprendido, que no lo es todo, pero es mucho. Confío en que he abierto mi corazón a mis amigas, que nos protegemos y nos aconsejamos. Para estar no hace falta entendernos… hace falta corazón. Si algo podría hacer mejor es justamente abrirme más para sentirme aún más rodeada y sentir aún más que estoy protegida contra posibles daños que tampoco sé muy bien cuáles serían ni por qué tendrían que suceder. Pueden venir, sí, pero la mentira consiste en susurrarme que tendrán que venir, cuando no.

–No vales. Eres una cosa rara. Nadie te va a querer realmente. Eres… eres…

–¿Qué soy? –respondo desafiante–. ¡Dímelo a la cara, a ver! No, “querida” mentirosa, ¡con esas ya no me hundes, eh!

Cuando miro dentro de mí, acecha la Gran Mentira. La Gran Mentira es que la luz, el poder, esa energía increíble que llevo dentro, si la dejo salir, hará daño, quemará, destruirá a aquellos a quienes quiero en esta vida. De pequeña me tendían una trampa: me reconocían ese fuego, me decían que lo alimentara, pero cuando veían sus colores me castigaban… Querían que lo tuviera, pero que lo amoldara a sus intereses, que tuviera los colores que ellos querían… Me inyectaron la vergüenza.

Sin embargo, encerrando ese fuego y desoyendo mi naturaleza preciosamente feroz la que acaba quemada y triste y dañada soy yo.

Soy fuego de mujer. Lo he sido siempre y aquí me atrevo a decirlo sin ningún escrúpulo. Soy un fuego que brilla en millones de colores, en muchísimos talentos, en sonrisas, en bailes, en palabras, en… en mil cosas. Tengo muchos dones, solo que no son los que yo pensaba que tenía. Y he descubierto que soy bellísima, profundamente erótica, agradable, atractiva –en muchos sentidos, no solo el físico– y todas esos son colores que me habían prohibido… y que yo me prohíbo a mí misma muchos días.

Siempre digo lo mismo… si yo soltara las amarras…

La vergüenza –creo, no soy terapeuta– es casi un hábito o un estado. Todavía la siento susurrada por la Gran Mentira. La combato mirándome en el espejo. La combato agradeciendo de corazón cuando alguien me dice algo bonito, también de corazón. Sí, muchos días aún me siento poca cosa, siendo una cosa enorme, pero es caminar cada día para vestir mi propia luz como atuendo nuevo. Combato la vergüenza buscando a Eros en mi cuerpo y dejándome llevar por todas las emociones en el encuentro conmigo misma. A veces es duro, pero siempre es bonito. Combato la vergüenza permitiéndome soñar que la vida es mucho más que ese cuadro gris que me pintaron en casa. No, la vida probablemente me siga sorprendiendo –a veces frustrando–, pero es tan colorida como los colores del fuego de mi alma.

Con un fuego tan colorido, ¡cómo de intenso es el deseo y el llamado de Eros! Me llama. Me llama para que me una a su madre. Me inspira a que siempre acabe escribiendo sobre él de alguna u otra manera… y lo hago… pero una parte de mí me miente –ya como último intento, ya la voz quebrada y derrotada– con que no es “decente” dedicarle tanto tiempo y tanto arte al sexo, al amor, a todo este universo. Ese pequeño demonio intenta, ya sin fuerzas, decirme:

–Lo de sexóloga, una veleidad… si no te has acostado con nadie desde S… si no sabes… si…

–Ríndete –le digo a ese demonio enano con mi cara, pero triste–; ya no tienes poder aquí.

No hace falta ser perfecta para ser. Ya ejerzo, dentro de mis límites. Me importa romper las mentiras que nos decimos. No soy terapeuta, pero tengo derecho a expresar lo que he vivido… que ha sido todo profundamente sexual. La represión absoluta de mi ser –del fuego– ha sido por ese motivo y no otro: debían anularme, porque yo era un peligro para el orden sexual de ellos. Me atraviesa. Eros me ha robado de los brazos de la Oscuridad para llevarme los de Safo. No sé por qué. A veces me pregunto si me lo merezco –esa pequeña mentira–, pero luego miro lo que he aprendido y…

¿Cómo no voy a emprender el camino de compartir lo que sé? ¿De compartir lo que siento? ¿De unir cuerpo, alma, mente, pensamiento, sentimientos, experiencias? ¿Cómo voy a decirme la mentira de que no lo valgo si mi vida ha sido acumular pasos y ordenar con el talento de mis dedos en el teclado qué demonios es lo que somos como deseantes y deseados?

Mi vida vale. Yo valgo. No lo sé todo y debo ser responsable con qué digo y escribo… pero la verdad es que yo estoy de sobras consciente –no “lista”– para Eros en todas sus formas… incluso como su mensajera en estas páginas que aquí escribo.

Yuhu!