De vez en cuando me da por sacarme fotos como la de la portada de este post. Me gusta porque me conecta con una parte erótica y artística que tengo ahí, aunque probablemente pasen años antes de que me ponga delante de una cámara ajena a hacerme una foto así. Una amiga de Barcelona –fotógrafa de verdad– algo me dijo hace un tiempo de hacer una sesión boudoir, pero ni he ido y, la verdad, creo que antes prefiriría otra cosa más sencilla antes de lanzarme a algo así delante de alguien que no sea yo.

Eso digo ahora, también… Quién sabe, quizás cambio de opinión…

Pero a mí me viene bien. Me conecta los cables, dicho de una manera que creo que solo voy a entender yo.

–Eres muy guapa –me digo a mí misma.

Queridas lectoras,1 me ha costado mucho decirme algo así y, además, creo que son palabras que obtienen un significado cada vez más profundo a medida que voy viviendo más días, más semanas y más años. Sí, me encanta mi cuerpo… pero estos días estos viviendo algo que va mucho más allá, algo complicado –que no malo– y que tiene que ver con esa belleza que a veces llamamos “interior”, pero que para mí todo va unido ya. Somos una sola cosa, carne y espíritu… a la vez. Separar “bellezas” es absurdo.

Yo tengo dentro una parte muy complicada. Es una niña triste, dolida, herida, maltratada que se siente impotente y, por tanto, se enrabieta, se enfada, se deprime… La pobre se siente abandonada porque lo fue y eso la hace sentirse muy poca cosa. Quiere salir a jugar, pero recuerda palizas, cosas violentas… y no se atreve, pero se enfada consigo misma por no atreverse… Como es lista, busca tirar el enfado a otras cosas o a otras personas –y muchas veces con razón–, pero, en realidad, ella sabe que, en realidad, se siente desconsoladamente perdida.

Y yo, la adulta, no he querido escucharla… porque también, en sus lágrimas rabiosas, dice verdades… pero son verdades que duelen de un pasado doloroso y lo fácil es ignorarlo… hasta que…

Hasta que el cuerpo te recuerda las cosas. Primero te las recuerda solo mostrándote reacciones que no entiendes… Luego esas reacciones se vuelven cada vez más violentas. Miedo. Vergüenza. Malestar. Nudo en el cuello. Ansiedad. O mi parálisis erótica cuando se trata de alguien a quien le gusto o que me gusta a mí.

Hasta ahora yo intentaba darle respuesta a todo eso en mi cabeza y nada… Ese camino mental solo me ha llevado a dar círculos sobre mí misma.

–Es que el cuerpo también recuerda.

Esa frase me la dijo alguien en un sitio al que tuve que ir por unos papeles y del que me estuve quejando todo el día de tener que ir… “¿Para qué ir si me pueden mandar las cosas por email?”… Ay, pimpollín, menos mal que me hicieron ir físicamente hasta allá, porque la recogida de documentos se transformó en una charla con ella, alguien que sabe de estas cosas. Por email jamás habría tenido esa conversación y jamás habría recibido esa pequeña perla de sabiduría que necesitaba.

Ella se refería al trauma, específicamente sobre el trauma sexual aunque no sea algo escabroso como una violación. En mi caso, son otras cosas pero, nuevamente, cuerpo y alma son lo mismo… Y el cuerpo vaya que sí que recuerda. No recuerda necesariamente con imágenes como la mente, pero recuerda con sensaciones, con tensión, con un “estoy bien pero no del todo y no sé por qué”…

Mis contradicciones se volvieron muy obvias… Las vi clarísimas bajo la luz intensa de un foco, como de estudio de cine.

Las palabras de esta sexóloga me acompañaron desde la salida del lugar, volviendo a casa… y… y…

Y…

Fue escuchar al cuerpo y creo que no puedo explicarlo del todo solo con palabras. Lo que creo que puedo explicar es que sentí el dolor de la niña. Sentí el abrazo desesperado de una parte de mí. No, no fue agradable. Fue esperanzador… pero no agradable. Fue confuso. Avalancha de sensaciones, recuerdos, se me activaron muchas cosas a la vez…

Entonces decidí escuchar a la niña también… sin cortarle el paso a su rabia, pero sí respondiendo con amor por las dos, por esa Ari niña que ha estado mal y por esa Ari adulta que está mejor pero no acaba de despegar. Esto fue hace un par de días y duró unos cuantos. Mientras tanto, el cuerpo seguía y sigue recordando. Llevo un dolor de cuello horrible estos días. Y siento oleadas de las peores sensaciones, pero que se van lavando como la marea lava una playa… Lloro pero no es doloroso… es… sin más… es en paz, en silencio… No es sufrir… Es lavar.

Mi terapeuta, al escuchar todo esto en la última sesión, estaba orgullosa y hablamos sobre cómo sobrellevar todo esto. Eso sí, me dijo:

–Estás constantemente viéndote como una mujer herida.

Y tiene razón: me veo así… porque la niña se ve así. Sin embargo, la que está al mando es la adulta, la Ariadna del presente… Sin renegar ni negar lo que pasara en otros tiempos, es el ahora lo que vivo. Y en este ahora, sin negar las heridas –estarán toda la vida–, es importante cambiar la mirada.

–Yo veo a una mujer que, a través de una historia dolorsa, ha luchado, ha aprendido a agradecer hasta las cosas más pequeñas… Y lo que has hecho, implicándote en el proceso, tiene un valor enorme. Ponte en valor.

Esas palabras de mi terapeuta las hago mías… Lo que pasa es que con palabras no basta y mi terapeuta fue clara con ello. Me ha mandado a hacer una especie de botiquín de primeros auxilios de autoestima, que implica hacer una manualidad –una cajita–, escoger recursos… Y la idea me encantó. ¡Manos a la obra!


Escribo sentada en la cama, con un té a mi lado. Vuelvo a ver la foto y se me ocurre soñar. Se me ocurre soñar que podría hacer esa sesión de fotos que decía al inicio –todo es organizarse–, pero no por “salir de la zona de confort” o por hacer de eso un reto. No, simplemente, porque es algo que querría hacer. A la niña le haría ilusión ver a su adulta favorita guapísima, endiosada, hecha una obra de arte.

Y a mí me gustaría ver a la niña sana… Eso va de la mano de que el cuerpo pase página. También necesita que yo me vea a mí misma con dulzura. Soy una superviviente… eso me ha enseñado muchísimo sobre la vida, seguramente mucho más de lo que me doy cuenta. Creo que de ahí viene la luz que brota de mí… Creo que de ahí viene esa sexiness que tengo a borbotones. Soy una tía muy real, la verdad…

Obvio que a una le gustaría una vida más cierta, más estable, más fácil… y que decir La dificultad me hizo como soy sabe un poco a autoconsuelo para autoengañarse… Prefiero: La vida (sin calificativos) me ha hecho la mujer que soy y esa vida me ha llevado hasta aquí.

Ojo, eso no justifica lo que le hicieron a la niña. Lo que vivió –lo que viví– fue injusto. Dan igual los detalles porque los podéis encontrar regados por el blog. De hecho, yo creo que para poder pasar página bien hay que leer bien qué dice la página. Yo he entendido el daño como un daño que me pasó, pero hubo culpables y cómplices con nombres y apellidos… Entender que yo no tenía control ninguno me está ayudando a, por ejemplo, dejar de sentir una angustia muy profunda en el cuerpo con respecto a ciertos temas… porque mi cuerpo se sentía culpable. Pues no, no tienes la culpa, querida… No la tienes… y en eso la niña respira con los ojos como platos al descubrir que no, ella no está rota.

Me veo en la foto y no veo a la mujer herida. Veo a una chica sexy que se atreve. Pero no solo en el cuerpo, sino también una chica que se atreve a enfrentarse a miedos, revisar las cargas que lleva encima, lavarse las heridas sin importar cuánto escuezan… Se me conoce mucho como intelectual racional, pero mi parte emocional es preciosa, es rica, no está “dañada” ni es “pecaminosa” ni nada de las cosas que he llegado a escuchar dichas sobre mí. Lleva su tiempo, voy a mi ritmo, pero voy. Llegaré. Lo sé.

Si esto os está pareciendo una especie de panegírico de mí misma es que lo es. No es otra cosa. No lo disfrazo: esto es que me estoy dando un abrazo y un beso a mí misma con mis palabras. Esto es un acto de amor profundo y una promesa de cuidar a la niña interior. Bienvenidas todas a mi intimidad. Qué sexy ha sonado eso.

He construido. Eso es lo que importa, aun cuando no me he aclarado en algunas partes todavía.

¿Que cómo estoy? Un poco mareada, un poco confundida, preocupada por cosas pendientes que me tienen estresada, aún un poco dolida –claro–, rabiosa con el pasado también –pero dejo a la niña que lo esté, cuidándola– y también sorprendida por un repentino “silencio” en la cabeza. No sé, yo me paso los días dándoles mil vueltas a cosas y… estos días… menos.

Me abrazo, me quiero y sigo caminando 💗


  1. Es que creo que solo me leen mujeres, por la (casi nula) información que tengo. ↩︎