Me he castigado a mí misma mucho por sentir que soy “demasiado cauta” en cuestiones sexuales. Que no debería tener tanto miedo. Que me estoy complicando la vida. Que “las demás” se lanzan más rápido. Que así jamás voy a poder vivir la intimidad. Que mi pausa es, en realidad, una excusa barata para no actuar y, luego, lamentarme y autocastigarme por no actuar respecto de mi deseo… Y esta larga, larga, larga cadena de mentiras no paraba ahí: se enredaba, se enrevesaba, usaba experiencias ajenas para condenarme… me ocultaba contextos personales…

Suspiro. Menos mal que ya no estoy ahí.

Al cabo de los… ¿años…? Prefiero no medirlo en tiempo. Digamos que al cabo de mucha toma de conciencia, me he dado cuenta que mi cauta espera tiene valor. Claro, uso aquí la palabra valor siendo muy consciente de su polisemia… Valor de valiosa y valor de valiente… Sé que es el arrojo el que se suele asociar a la valentía, pero eso es una mentira tan, pero tan grande… La valentía está en querernos a nosotras mismas del modo que nos haga crecer y no en performar acciones que apelan como a ese sentido de heroismo, me parece.

Obvio que una quiere experimentar después de una historia como la mía, en la que, bueno, el sexo ha estado teñido más de negrura que de alegrías. Ha estado teñido de violencia, tanto por parte de otros como por parte de mí misma. A veces ha sido frustrante, muy frustante, sentirme la rezagada, la lenta, la que va coja… preocupada por miedos muy hondos que la gran mayoría de la población pareciera o que los superó en la adolescencia o que no los tuviera nunca…

En realidad, racionalmente sé que los miedos y las heridas son compartidas por el simple hecho de que vivimos en una sociedad que nos ha triturado de muchos modos, pero si hablamos de la erótica, la ha triturado a través de un constante catálogo de normas que “debemos cumplir”. Y sí, la hipersexualización deserotizada –deshumanizada– es un nuevo orden que cumplir, que reemplaza el deber reproductivo anterior… ¿o lo complementa? No estoy segura, pero lo que sé y veo son todas las almas heridas de un modo u otro porque nos han enseñado que la sexualidad es un manual –ya sea uno u otro–, en vez de enseñarnos que es un valor que nos acoge solo por el hecho de ser humanas. En mi caso ha sido la angustia de que me impusieran unas reglas que no podía cumplir y sentirme una desclasada erótica porque entendía mi “no cumplir” como ser inmoral. Entonces te desconectas de tu sexo. Te quedas mirando cómo las demás hacen y que una, en cambio, está sentada en una esquina del patio del cole sin saber ni cómo jugar, ni cómo acercarse y tampoco es que te saquen a bailar…

Sé que no soy ni la primera ni última que se sentirá así… y todo tiene que ver con la mirada. Sí, el trauma te hace sentir inútil, incapaz de hacer, porque, de algún modo, sus acciones se volvieron contra ti y la acción queda teñida de maldad en sí misma… No quieres ser agresora. No quieres ser agredida… O quieres hacer, pero por vengarte de lo que te hicieron: quieres demostrar ante un público imaginado de todos aquellos que te dañaron que les has ganado. Ya, pero eso es seguir atada a tus agresores… aunque sea en tu fantasía. Entonces tu mirada se encierra en lo que haces o dejas de hacer… y si, por los motivos que sean, el hacer no está a tu alcance…

Pero es que cuando hablamos de los sexos el hacer no es lo que importa, sino de quienes somos. Puedes tener todas las ganas del mundo de probar cositas, pero… pero… pero… si solo piensas en el hacer, al final, ¿te importa con quién? ¿Conectas? ¿Con qué conectas? ¿Qué buscas, realmente? ¿Ante quién quieres demostrar qué, corazón? Es natural caer en esa ansiedad en un mundo que ha puesto la productividad como valor absoluto. Quizás el mantra de la hipersexualidad deserotizada que mencionaba arriba sea, en realidad, un eslogan capitalista como Sé sexualmente productiva. ¡Cuánta presión, si encima lo sexual es doloroso para ti!

En mí, ante eso hay un instinto que salta y que me protege: el freno. Ahora veo que me protege y me cuida, incluso cuando he llegado a insultar ese instinto… Es el instinto de querer estar cuidada y acompañada bien en la exploración, justamente porque una pasó por cosas complicadas y una es consciente de la vulnerabilidad que entraña el Eros…

Entonces hay deseo de alguien, concreta o no. Todas las ganas de cosas, pero con alguien con quien navegarlas juntas de forma positiva, aunque salgan mal o aunque me dé cuenta de que eso que yo pensaba que me gustaría no me gusta realmente. Entonces la espera cobra un sentido. Entonces la espera no es la espera pasiva aterrorizada de No me atrevo, pero quiero que alguien me secuestre para suplir mi (percibida) cobardía, sino que es la espera de Necesito unas condiciones para estar cuidada y ahora, de momento, no se cumplen. Es una espera positiva, una cautela que se alinea con un deseo de vivir la intimidad no cargando con el vacío de un querer recuperar el tiempo que me hicieron/hice perder, sino de querer la conexión por sí misma, por lo que puede traer, por lo que puede llevarte a que ofrezcas tú a esa otra mujer…

Curiosamente, lo primero que he aprendido ha sido a decir que no. Que no a lo que no me cuadra, por mucho que, en la superficie, parezca tentador. Pues no. Y no ha sido fácil decir algunos noes. Ha habido incomprensión. “Si te la pasas hablando de sexo y de cómo quieres superar y pasar página…”. Ya, pero es que he tenido que aprender a poner límites y a hacer que se respeten. Aún tengo miedo de que sean sobrepasados no tanto porque alguien los invada, sino porque yo los traicione por querer agradar… por confundir mi tendencia a entregarme con dejarme atropellar.

Hace unas semanas, una sexóloga muy sabia me ofreció un concepto que me ha ayudado mucho a entenderme y a entender una parte peligrosa de mí. Estar entrenada para la entrega total. Una cosa es que me sienta con unas tendencias sumisas súper intensas, complejísimas, pícaras y de una riqueza que me encantan… y otra es, como decía arriba, dejarme atropellar… Una parte importante del abuso que he sufrido ha venido de explotar esa parte sumi mía y transformarme prácticamente en una esclava de las expectativas y deseos ajenos en todos los ámbitos de la vida.

Después de un desliz mío, me quebraron a los 13 años en una sesión tortura psicológica que duró horas. Me vi encerrada llorando en el despacho de un profesor del Opus que tenía en su poder destrozarme el expediente académico –era cargo del cole–, sabiendo que en mi familia lo académico era fundamental… Después de decirme “Es que no sabes quién eres; te lo vamos a mostrar” –y eso significaba que me tenía que transformar en un “hombre”–, te entregas. No tienes recurso para resistir. Ya tenía en casa bastante con jugar a un doble o triple juego por el miedo… porque mi integridad física y mi intimidad no eran respetadas para absolutamente nada si no me “comportaba”, aparte de que me espiaban a mis espaldas lo que había en mis cajones y mis libretas… Y ya me habían descubierto –y castigado– por jugar con cinturones, también…

Cuando creces viviendo que no existe refugio seguro, una reacción posible es la de rendirte. Hay quien fue capaz de escaparse de casa. Yo no. Yo quería, me nacía, no rebelarme. Eso es parte del carácter. Me gusta estar al servicio y yo fui programada para, entre otras cosas, que mi sexualidad sirviese a un principio superior dictado y moldeado por una secta: o la abstinencia ad maiorem Dei gloriam (es literal) o para la creación de una familia… y mi pene me obligaba a ser un hombre, un determinado tipo de hombre –“cabeza de familia patriarcal” o “elegido por Dios”–. Mis coqueteos con entrar en el sacerdocio o a otros votos de castidad juegan tanto, pero tanto, tanto con esa parte sumisa y, a la vez, el ansia de ser elegida, redimida y reconducida…

Todo esto lo cuento… Bueno, primero aclaro que estoy bien, no me ha dolido… cosa que me sorprende mucho y para bien: en otros momentos escribir párrafos así ha sido dolorosísimo. Repito: que todo esto lo cuento porque todo eso fue una perversión y utilización manipulada de partes de mí que yo, en esos momentos, no tenía cómo conocer pero que otros, adultos, sí que supieron “moldear” a su antojo.

Pasa el tiempo, te vas descubriendo, te vas dando cuenta de lo que te hicieron y… escuece. Da rabia. Da mucha rabia. He pasado por fases de querer controlarlo todo, a querer evitarlo todo con mucha amargura –es otra forma de control–, a empezar a reconocer todo el miedo que llevaba en mí… a ir disolviéndolo… a ir llorándolo… a intentar dar pasitos que me han llenado de pánico… a resignificar… a… a…

A darme cuenta de que en la espera, en la cautela, en el saber cómo sí y cómo no… me estoy eligiendo yo y estoy eligiendo con quién me comparto a partir de esa hiperrepresentación de una “entrega” y cómo. Entonces la entrega total real ya no opera. Entonces es juego. Entonces son roles, no una identidad rota. Entonces, oye… Ari, ¿tú te imaginabas estar escribiendo esto en junio 2024? Nop.

Quizás no he hecho nada de lo que me encantaría, pero me he permitido jugar un poquito. Y me he permitido decir que no. Ahora la niña si está en el patio es porque se atreve y, si se queda al margen, es porque quiere. Quiero esperar y ser cauta.

Se llama tener poder, querida.

Ojo, que no es fácil. A veces el Fear of Missing Out duele. Te quedas mirando a veces embobada con cosas que comparten con mucho amor otras y se te hace la boca agua… Ahí lo que toca es abrazarse y, muchas veces, hablar con quien te acompaña. A veces hay emociones muy potentes y sientes el miedo de que “jamás” vas a sentir o vivir cosas que erotizas mucho… Primero, qué bonito es reconocer que las erotizas, ¿no? Ahí ya estás aprendiendo. Indagas dentro de ti y descubres matices nuevos.

A veces es una persona. Te gusta. Sin embargo, necesitas sentir que hay algo que estemos compartiendo. Ese tercer espacio del que habla tanto Sara Torres. En la espera activa y cauta hay un deseo no tanto de “comprobar” si la persona es “adecuada”, sino de ver si tenemos en ese momento vital –de ambas– un espacio para sentir, con vulnerabilidad, con ganas, con escucha y con habla… Yo, en momentos de “rebote”, acusaba a ideas así de ser reediciones del amor romántico, pero ahora veo que no, que defender esa calma bonita no es eso. Porque esa calma se puede plantear como “Me gustas, pero quiero que caminemos juntas lento y con profundidad”, nos lleve adonde nos lleve.

Sin embargo, ahí está Eros guiando… Parece casi como si fuera una neopagana diciéndolo así, pero quizás no es una devoción a un diosecillo grecorromano, sino a unos valores en torno a la sexualidad. No me asusta decir que he ido creando una ética sexual mía –que intento que no sea dogmática, claro– y que eso guía mucho. He tenido pequeños momentos en los que me he dado cuenta de que soy capaz de decir(me) síes deliciosos y también noes necesarios. Y todo gracias a una soltería “forzada”, una cautela, muchas noches de sostener dudas y aprender a cuidarme en esos momentos… muchas conversaciones con mujeres que me han abrazado… y buscando yo el cuidado…

Tía, así sí.

De hecho, me siento muy suertuda. Incluso después de tantos textos tan amargos que están todavía en este Bloguillo…

Y, cariño… Si sientes que estás atrasada, que eres demasiado cauta, que deberías arriesgar más… Cielo, escúchate. Mandas tú. Creo que en estos temas, que inciden en aspectos tan íntimos –por definición–, poner pausa, hablar lo que creas que debas hablar, poner los límites aunque te sientas “injusta”… Todos esos noes y esos prefiero esperar le dan valor a tus síes porque les da la autenticidad de que estás actuando por deseo y no por presiones sociales o de querer vengarte de heridas que te provocaron…

Busquemos dentro de nosotras y entre nosotras con conciencia y cariño, ¿sí? 💜