Me hicieron el otro día una pregunta. Me dejaron un poco sorprendida. De hecho, buscando respuestas, solo pude sentirme perdida. Me había hecho una pregunta una muy buena compañera de camino. Si me la hacía ella, no era para que yo me perdiera; era para que yo caminara.

Me pregunta ella, atendiendo a mi tardío nacimiento, qué es lo que para mí significa vivir como mujer esta vida. Y yo me atraganté con saliva. Pensando. Rumiando. “Espero no equivocarme en la respuesta”.

La pregunta me pareció injusta, al principio. Ella lleva toda la vida y yo apenas un suspiro. “Es fácil preguntar con certeza”, pensé, arrebatada… ¿Qué iba a saber yo, una simple aprendiz y recién llegada?

Sentí la necesidad de huir. De huir de la pregunta y de sus respuestas. Sentí que, quizás, nunca tendría la bendición de saber qué significaba ser una más “de verdad”. Me dije que eso era cruel. Me dije, entonces, que quizás lo sabría en muchos años. El consuelo no supo a consuelo. Supo a derrota también.

Me vi desnuda ante el espejo. El de cristal no; el del alma. Me sentí pequeña. Me sentí que siempre sería la pequeña que necesitaría de ternura, de caricias y de mimos. Sentí sed. No de agua; de cariño. Me sentí no débil, sino vulnerable. Fuerte, pero frágil. Segura, pero insegura. Libre, pero aún avergonzada. Con un cuerpo que es alma y un alma que es cuerpo.

Sentí necesidad de decirlo. De decírselo a algunas amigas. Todas me entendieron. Todas sentían lo mismo. Los días de las mujeres son un sinfín de colores. Algunos colores brillan. Algunos colores son opacos. Algunos no tienen ni nombre. Todas me entendieron.

Recordé. No, ninguno de ellos jamás me entendió. Ninguno de ellos, incluso con cariño, supo entenderme. Entonces me dolía, porque yo no me entendía. No les deseo ningún mal, ni los culpo de nada. Solo es que yo era una extraña en una ciudad que no me correspondía.

Quizás para mí mujer significa un universo. Un universo cuyos bordes no sé dibujar. Conozco algunas de sus galaxias y las formas de algunas de sus constelaciones… Es un modo de ser y de estar que no sé definir; solo sé distinguirlo por contraste… Quiero explorarlo. Quiero explorarme en ese universo. Me siento a gusto.

Lo que me duele es que las pocas cosas que sé definir me diferencian. Me hunden. Me dan vergüenza. Bajo la cabeza. Entonces siento unas manos que me cogen el rostro y dirigen mi mirada hacia lo que me une al tapiz de estrellas. “Trasciende el apellido…”, me dijo ella. Se refería a un ancla cuyo nombre comienza por la vigesimoprimera letra del alfabeto. Levemos ancla. Veo recuerdos. Modos. Un sentido de ubicación que no sé ni de dónde me viene. Lo ubico en mi esternón, creo.

No es que tal o cual cosa sea de unas o de otros. No es azul o rosa. Tampoco es la visión ajena, aunque ayude. Es el modo. Son las formas. Es la conciencia interna, que se refleja hacia fuera en usos y costumbres… El encaje desde dentro hacia fuera… Y me sienta mejor este encaje. Me sienta mejor mi cuerpo ahora que antes… Ese es otro encaje.

Y lo que está por venir. ¿Me lo imagino? Y entonces sí que me miro ante el espejo, esta vez ante el de cristal, desnuda.

Me quedo en la imperfecta reproducción de mis sensaciones. En mi corazón hay mil cosas que las palabras no son capaces de reflejar. Me rindo. Me rindo con cara de embobada al ver a todas las demás brillar en el firmamento tan naturalmente. Algún día brillaré así y seré parte de una constelación. Mientras tanto, tengo que cuidar mi luz, por pequeña que sea.

¿Qué significa ser mujer para mí? Para mí, significa haber encontrado mi universo y sentirme en casa. Me encantaría ser capaz de explicarlo mejor, pero no puedo. Quizás mejor así.

Me pido paciencia.

Y a todas… gracias 💜