Desnuda me acuesto en la cama, porque a ti, oh Venus, no hemos de dirigirte nuestras oraciones de rodillas, humillándonos. Tú no quieres que nos humillemos; tú quieres que celebremos. Me recuesto entre sábanas de seda y fragancia de sándalo oriental. Cierro los ojos y, acariciando mi suave piel, elevo a ti los secretos de mi alma.

No puedo dejar de pensar en tu mandato. El mandato que pusiste en mi corazón cuando decidí permitir que me moldearas a tu imagen. Me mandaste a amar como una loca y ser, como tú, diosa a la vez que sacerdotisa de tu hijo Eros.

Confieso que he sido débil. Confieso que he mirado al pasado sin tener fe en la misión que me encomendabas, oh Venus llena de gracia. Aun así, mantuviste tu promesa de vestirme con el hábito de seda que regalas a todas las mujeres a pesar de mis miedos. Guiaste mis manos para reconocer otra vez mi cuerpo y me ayudaste a encontrar el regalo perdido que solo entregas a quienes te escuchan. Guiaste mi barca a las islas del Mar Eolio y me pediste que desembarcara en la Isla de la Poetisa.

No comprendí por qué quisiste que me hermanara con las hijas de Safo Divina y busqué respuestas en la niebla de mi mente. Tú enviaste con mano sabia y de amor plena las respuestas, de a poco… a mi alma y a mi carne. Callaste mi mente. Perdí el camino un tiempo, pero me recuperaste. Me rendí. Y me sentí en paz.

Me acerco al monte sagrado, que mantengo en honor a ti como templo. Mi sangre se enciende en llamas de suave calor apasionado. ¿Qué es lo que deseas decirme, amada Señora? Busco en mi cuerpo la miel de tu voz en mi alma.

Me pides que recorra con la punta de mis dedos la gema que nos regalaste a todas. Me pides que me rinda y que relaje las piernas. Me llevo la mano a la frente y suspiro. ¿Soy digna de este honor o debo derruir el templo presente para erigir uno como el que adorna tu cuerpo, querida Madre?

Me enseñaste a que no he de someterme a la esclavitud de mi razón imperfecta. Te pido que me ayudes a que mi corazón reine mientras yo esté viva. Te pido que acoja a Eros Sagrado en mí. Haz de mí un ángel que te sirva con locura. Haz de mí la diosa que yo misma veo en el espejo de mis sueños proféticos. Que yo siga el camino que me dijera aquella hermana cuando moría bajo el peso de la vergüenza: Tu Eros comienza y acaba en ti.

El éxtasis dulce me arrebata. Chillo y gimo y elevo mi cuerpo hacia el cielo. Un rayo de claridad ilumina mi alma. Es la luz de tu cabellera dorada. Es el aroma a jazmín de tu piel bronceada. En tus manos para mí no llevas una rosa, sino una orquídea violeta y una lavanda. Me coronas como reina otra vez como tantas otras veces. Solo es que, esta vez, te pido que claves la corona en mi pelo para que no vuelva a perderla jamás.

Las olas de ese océano vasto de néctar dulce me siguen meciendo… y pronto seré arrebatada otra vez del mundo de los mortales para tocar unos segundos el cielo que te pertenece, Venus mía. Te pido que no permitas que te abandone entre miedos ni que vuelva a hacerme pequeña ni que esconda la luz que brota de los movimientos de mi cuerpo como reflejo de los ánimos de mi alma.

Me entrego libre a ti, Venus poderosa. Que yo sea tu fiel servidora y amante y digna protegida.