El placer es el que marca las rutas del deseo. La frase no es mía, sino que me la dijo en una conversación Leyre de Mujeres desde la frontera. A mí me parece un resumen súper bueno de muchas cosas que he estado reflexionando junto a otras compañeras como ella sobre la relación entre deseo y placer.

La verdad –siendo muy franca– este es un tema en el que ciertas lecturas de sexología me han liado más que ayudarme. Mi experiencia personal con esto es que, primero, hay una diversidad de criterios muy grandes y de definiciones, incluso. Yo no veo mucho acuerdo entre qué quieren decir unos con deseo y qué quieren decir otros. Tampoco se ponen de acuerdo en si el placer es importante o no, cómo, en qué lugar o qué es exactamente el placer… ¿Solo es el placer fisiológico, también podemos hablar de lo espiritual? ¿Es bueno buscarlo? ¿Hay que aceptarlo sin expectativas? Por supuesto cada escuela defiende su manera de ver las cosas. No critico a nadie: vengo de la lingüística, otra ciencia donde las escuelas tienen muchas diferencias hasta en definir cuál es el objeto de estudio a veces.

En el medio, yo: la chica que tiene su historia, que se interesa por estos temas y que no solo estudia la teoría sino que está literalmente haciendo un estudio de caso consigo misma, aplicando ideas… y este blog es casi el informe de seguimiento semanal de la investigación.

No voy a entrar aquí a hacer una revisión de la literatura o un metaanálisis del estado de la cuestión porque mis años de academia pasaron hace mucho tiempo. Sí que quiero hablar de cómo siento yo la relación entre deseo y placer. Esto es personal; esto no es ni pretende ser sexología.

Yo creo que necesito una vuelta a lo básico, a escuchar mi cuerpo, porque el sexo, el Eros, va del cuerpo. Al menos yo lo vivo así, como he explicado muchas veces. Yo tengo una vivencia del deseo muy corporal y muy visceral, especialmente ahora que estoy muy segura en mi propia identidad –va de la mano, supongo–. A la vez tengo un anhelo de intimidad. Sí, claro que quiero zorrear, pero quiero un zorreo sofisticado –me acabo de inventar el término–: con cuidados, mucha picardía, muy libre, pero sin dejarnos tiradas, sin escondernos y… mira, puede ser una noche solo, pero esa noche hacemos “equipo”, querida mía… Y si te veo que algo pasa y me pides que estemos en calma hablando, por lo que sea, tía, que te voy a escuchar y te hago un tecito para que estés a gusto… si te gusta el té. Claro, tiene que ser recíproco si soy yo la que se cae por el barranco porque las emociones son demasiado o lo que sea. Que vemos que nos gusta acompañarnos más, nos acompañamos más y si hace falta hasta nos casamos y que vengan tus otras dos amantes a la boda y nos reímos de la sociedad hipócrita en la que vivimos.

Ese párrafo resume lo que quiero en estos momentos… lo que luego quiera o no en el futuro no lo sé, pero ahora esas líneas me representan mucho. Mucho mejor que teorías, mucho mejor que posts largos… Yo quiero pasármela bien y que te la pases bien conmigo. Intentarlo, obvio. Sé que un día puede ser un mal día y que los planes se vayan a la mierda. A mí me importa la intención: que haya una intención de que compartamos un momento guay con nuestros cuerpos en toda la gloria de nuestro sexo. La verdad, me dejo de rollos sobre si hay amor siempre o no el sexo o si se pueden separar o qué es cada cosa… No, yo siento esto y quiero esto más o menos como lo he escrito arriba y que venga la vida a guiarme: que los teóricos le pongan etiquetas, diseccionen y escriban papers sobre mí.

Quizás yo vivo este anhelo así porque mi inercia es el dolor, la tristeza y la oscuridad. Yo vengo de eso. Mi cuerpo ha conocido poco placer. Cargo con un hartazgo y la sensación de que hay mucho más allá fuera de lo que he tenido que soportar. Sí, tengo en mi haber experiencias incluso alguna que he contado que me parece bonita y la guardo en mi corazón, pero hay un “consuelo” –la palabra puede ser problemática– que ansío. No de cualquier manera, porque, bueno, tengo mis valores, pero yo me he sentido muy egoísta y culpable por sentir como siento, después de leer a según qué sexólogos. No les echo la culpa: soy lingüista y sé que la comunicación puede fallar en muchos puntos. Aunque tengo ahora mismo la tentación de ponerme en plan análisis racional duro, en este momento da igual dónde estén los fallos exactamente: lo importante es que tengo que cuidar una sexualidad que fue dañada por fanáticos religiosos y cuidarla significa alimentarla de cosas que me animen a hacerla crecer, a vivirla más libremente y, al final, a encontrar mi camino.

Mi camino pasa por el placer. Yo, si no estoy atenta, me vuelvo rápido una amargada de cuidado. Mi exceso no es el hedonismo; mi exceso es un automaltrato puritano muy jodido. Para mí el placer es algo que quiero reconquistar, porque vengo de su ausencia y eso es un extremo que yo creo que nadie defendería como bueno.

Ahora bien, el placer me aterra y el moralismo me agarra por lugares insospechados. Reflexionando sobre el último post, me quedé un poco “mal” por el comentario sobre el consumo de cuerpos, porque me acabé preguntando si no estaba ahí pecando de un moralismo muy sutil… No lo sé, pero sí que me ha venido a la cabeza la frase esa de “Un pervertido es simplemente alguien que tiene más sexo que tú”. Y también me preguntaba si todo el discurso sobre la intimidad no era también una moralina encubierta no en general, sino en particular para mí: porque yo siento muchas veces que cargo de requisitos qué es lo que tiene que ser “intimidad” que la hacen sentir inalcanzable para mí. Yo me hago muchas trampas en el solitario, vamos. Es lo que pasa cuando el terror sexual ha reinado a sus anchas en el alma y todo se siente muy desconocido.

Para un cuerpo para el que el placer es algo no tan conocido, os aseguro que las reacciones son muy fuertes… Yo puedo llorar porque me cojan con cariño la mano. O sentirme descolocada aquella vez que una amiga me rodeó la cintura para cruzar la calle. Yo he tenido muchas “primeras veces” así en este úlimo tiempo y he tenido que aprender a vivir que lo normal es eso, no la inanición a la que ha estado mi cuerpo, y que no hay nada de malo en que yo necesite ese cariño de esa manera, con esa intensidad y con estas ganas.

El poder del placer creo que está en que no es ambiguo. Sabemos si lo estamos sintiendo o no. Si tenemos dudas, es que no. Para el placer hace falta acción… para alguien como yo, eso es salir de la zona cómoda del deseo que acaba siendo ahogado por el miedo. Y no es fácil, porque hay hábitos que romper, pero se puede hacer paso a paso y con cositas que no son necesariamente sexuales. La anhedonia suele ramificarse a más lugares de la vida.

Por otro lado, el placer muestras las rutas del deseo. Yo donde siento placer sé que hay deseo. Yo puedo, por inseguridad, cuestionarme demiado si lo que siento es o no deseo y más si es “correcto” o no. Confío mucho en mi cuerpo, pero mucho, en esto… Imagino que lo que necesito vivir es una relación de interdependencia entre placer y deseo donde ambos entren en resonancia cuando deje de centrarme en preguntas y, en cambio, me centre en las respuestas que ya tengo en mi cuerpo.

La verdad, no sé muy bien por dónde comenzar. O quizás sí, pero se me hace cuesta arriba o me da mucho vértigo. Mi sexóloga –qué paciencia que me tiene– me anima a seguir este camino y a experimentar y a jugar… Porque desear, deseo. Sí… Y el placer me está indicando rutas que no me he decidido transitar… aunque sepa que me vendrían bien para desenredar una parte de la madeja que aún no me he atrevido ni sabido desenredar.

Poco a poco, pero con las intenciones del alma claras y fijándome en lo que llevo dentro, no en lo que creo que tengo que adoptar de fuera.