Aix… No, pimpollín, este no es un post de 10 tips para ligar. No, a mí lo que me fascina es otra cosa: el miedo a dar el “temido salto”. ¿Por qué nos tomamos el momento de decir Me gustas como una declaración? Ni que estuviéramos declarando la renta a Hacienda… Cuánto contenido que anima a que seamos directas –especialmente las mujeres y más especialmente las mujeres sáficas–, que no tengamos miedo a decirlo, que no pasa nada… Si hace falta explicarlo es porque el miedo existe. El miedo nos calla… y cuántos amores mueren en el silencio de Me gustas ahogados…

Yo soy la primera que se ha callado amores. También soy la primera que ha vivido con sufrimiento decirle a alguien que me gusta, con ese sentimiento un poco complicado de “me la estoy jugando” y de miedo a que todo eso arruine la amistad… El sentimiento de que declararse “mierda, es súper incómodo”. Y, a la vez, todas las amigas que te apoyan animándote a que se lo digas porque “no tienes nada que perder” y “el no ya lo tienes” y…

Voy a ser un poquito complicada. Yo entiendo la buena intención de animar a la gente a que se digan las cosas pero creo que la incomodidad es una señal que no hay que ignorar. Damos demasiado peso a la declaración de amor y ese peso es opresivo.

–Pero hay que decirlo, ¿no?

Sí, pero yo creo que si no estás a gusto diciéndolo hay algo que trabajar. Follow my lead, my dear.

Vivimos bajo la tiranía del amor romántico. Uno de los efectos de este es que separa muy claramente amistad de amor: la amistad es platónica, el amor es erótico. Sí, hoy en día te puedes follar a un amigo a una amiga, pero ya entonces rápidamente cambiamos las palabras: follamigos o amistades con derecho o lo que sea… Ya distinguimos. Ya estamos mirando la relación de una manera diferente a una “amistad a secas”. Asumiendo que la mayoría de las personas son monógamas –cero problema ahí–, entonces, en el momento en que se cristaliza como romántica una de esas relaciones, todas las demás se vuelven platónicas otra vez. Es un sistema discreto donde, si hay “trasvases” –un follamigo, por ejemplo– la inercia al final es volver al punto de equilibrio donde todo está separado.

Entonces, bajo esa forma de operar, expresar tu deseo se puede volver complicado. Estás rompiendo la barrera invisible que impone la sociedad. De repente, se puede sentir como un antes y un después en una relación que tenía un carácter y ahora, pues, resulta que una de las partes quiere cambiárselo. Uy, DRAMA. “Quiero que solo seamos amigos”… “Eso fue antes de empezar a salir; en ese momento éramos amigos”… Separamos, cortamos y distinguimos. Amistades por un lado y con unas reglas; parejas por otro lado y con otras reglas. Lo que haya en el medio, bueno, son “parches”.

Nos da miedo “cruzar el umbral” precisamente porque lo vemos como un umbral. ¿Lo es? No tiene por qué. Lo vemos como umbral porque creemos –nos han hecho creer– que gustar es algo reservado, algo especial, algo que hay que “guardar” para el momento y la persona adecuada. No se lo vayas a decir a cualquiera. No se lo vayas a decir en cualquier momento, por favor: “Hazlo bien”, o sea, móntate una cita… Reduce los riesgos… Es más, a una “amistad con derechos” no le dices que te gusta si no es para avanzar la relación. Declararte lo cambia todo: no hay vuelta atrás.

Vaya estrés. Normal que dé miedo. Normal que pueda hasta parecer agresivo: “¿No estaré atacando las bases de una relación que ya está bien como está?”. Ya, chica, pero es que a ti te gusta esa persona… ¿Le vas a pedir que lo adivine?

Si quieres comunicar tu deseo, pues sí, decirlo va a ser la mejor apuesta. Mucho mejor que intentar robar un beso o confiar en una telepatía que no existe. Y, a ver, robar un beso te puede salir bien… o terriblemente mal… pero ahí el problema es que eso no es consensuado –independientemente del resultado–, así que, por favor, no caigamos en eso. Cuidémonos. Y cuidarse implica a veces la valentía de hablar.

Pero es que hay otra dimensión de no-consenso: no decir lo que queremos expresar, callarnos el amor, es no mantener una relación consensuada para con nosotras mismas: estamos yendo contra lo que queremos y lo que sentimos… Quizás sintamos que estamos protegiendo a la persona que amamos, pero a costa de no cuidarnos a nosotras mismas. No hay nada de heroico en callarse el deseo y mucho de maltrato hacia una misma.

Y sí, tía, que a mí me cuesta horrores decirlo. La teoría es estupenda hasta que te encuentras en la situación y te vuelves un flan y se te revuelve todo y, encima, te culpas el doble porque sabes que, en realidad, lo mejor sería decírselo. Cariño, que está bien ser contradictoria, que somos productos de un ambiente social determinado, que tenemos miedos, que hemos pasado por experiencias que quizás nos duelen y no queremos repetirlas, que sí, que en los libros todo es muy genial, pero… yo sé lo que es estar una noche entera llorando por no saber si escribirle a una chica que me gusta para quedar porque “Uf, ¿se lo digo o no? ¿Y si lo nota? ¿Y si no lo nota?”… y acabar decidiendo que no le escribo porque el peso de la angustia es demasiado.

La angustia. El peso. Las lectoras sagaces habrán visto que hemos vuelto al inicio. Al inicio yo decía que cuidado con el peso, porque, si te pesa decirle a alguien que te gusta y que la deseas eróticamente, puede ser una señal de que hay que trabajar algo ahí. ¿Qué? Pues dependerá de tu caso: puede ser algún bloqueo tuyo… o puede ser que quizás la relación no te ofrezca aún el espacio que necesitas para poder exponerte y ser vulnerable de forma segura… o una mezcla de cosas. Ahí yo creo que lo suyo es observarse a una misma y, si eso, pedir ayuda a un profesional de la sexología.

Pero lo que yo sí que creo es que no es bueno desoír qué te quiere decir esa angustia, si aparece. No vivimos en una utopía donde expresar deseo por alguien sea tan neutro como preguntarle si le apetece un café. El sexo activa emociones fuertes. Todo es una cuestión de si las emociones que sentimos en esa situación nos llevan a una disfunción o no. Nervios va a haber siempre, porque hay expectativas –si no, no sería deseo–, pero una cosa es que sean manejables y otra cosa es que te lleven a darle mil vueltas al tema, a agotarte emocional y mentalmente y, al final, o a una parálisis o a una acción un poco irracional o impulsiva.

Yo estoy trabajando esto mismo en mi vida estos momentos. No tengo todas las respuestas, pero sí ciertas intuiciones e intenciones.

La primera es la cultura de los cuidados, que es un concepto feminista. Aparte de que expresar el deseo es una forma de cuidarnos a nosotras mismas y de darnos el permiso de experimentar un placer y una vivencia sexual, decir las cosas es también cuidar de la otra persona. No, no voy a hacer el argumento simplón de que decirlo es ser honesta y que por eso es cuidar. No es falso, pero creo que hay más. Se trata de que normalizar la expresión del deseo es reclamar para nosotras la sexualidad. No hay que olvidar que las mujeres todavía cargamos con el peso de siglos y siglos que ordenaban que nuestro sexo era un simple instrumento para ellos y para la reproducción… y eso nos prohibía a nosotras expresar el deseo. Nosotras, como máximo, deseadas.

Por eso, recuperar para nosotras el deseo, el placer y su expresión es un acto de cuidado colectivo, no solo individual; tiene mucho de político. La otra persona te puede decir que sí, que no o que también está hecha un lío, pero más que simple “honestidad”, estás abriendo las puertas a un cuidado mutuo donde se podrían cubrir las necesidades… o no, pero al menos hablar de lo que sentimos ya es cuidarnos. Independientemente de si hay o no encuentro, nos estamos regalando mutuamente la libertad de decidir. Eso es cuidarnos también.

Vale, quizás en esto estoy hablando muy para y entre mujeres, pero me importa y me sirve como guía y objetivo a incorporar en mi vida. No dar por supuestas las cosas, expresarlas, a su vez no culpabilizar la expresión –si alguien se te declara y a ti no te gusta, declina lo que te ofrece pero abrazando y respetando la vulnerabilidad–, etc. Todos esos son valores de la cultura de los cuidados y que, en algo donde nos atraviesa tanto la vulnerabilidad, con más razón que viene bien.

La segunda es el valor del placer. Tengo planeado escribir algo en detalle sobre esto, pero la idea viene a ser que si miramos la sexualidad humana como algo positivo, nos quitamos la mochila cultural que impone barreras entre qué es una amistad y qué una pareja, resignificamos el placer –muchísimo más allá del simple orgasmo– y lo planteamos como central y algo legítimo que proponer para compartir, entonces el drama se diluye. Entonces es más difícil que te veas como agresiva o inadecuada. Entonces no estás proponiendo algo malo o reservado: estás proponiendo humanidad y compartir algo agradable con alguien que te importa. De nuevo, lo que suceda después… bueno… nadie te lo puede decir, pero sí que es importante resignificar cómo vemos nosotras eso mismo que deseamos.

La tercera y última –por hacer tres– es el valor de la intimidad. Y aquí me voy a detener más.

Por intimidad yo entiendo profundidad en la relación entre dos personas. Puede ser sexual, puede no serlo. No tiene nada que ver con desde cuándo conoces a esa persona, ni cuán larga o corta es esa relación. A veces construimos espacios muy íntimos con personas que ni siquiera conocemos físicamente, sino por internet. Yo creo que la fuerza de la expresión del deseo va muy ligada a la intimidad construida… En mi experiencia, si hay intimidad tu propuesta no va a producir un corte, independientemente de si es o no correspondida. Podrá sorprenderle que, un día, le digas lo que sientes, pero la intimidad vence la mentalidad del “umbral”.

Ay, en este momento estoy con una sonrisa en los labios recordando a alguien porque fue el mejor ejemplo de cómo la profundidad, esa intimidad, permite que todo se hable con calma, con cariño, buscando abrazar lo que la otra persona necesita… Parece muy hippie, pero es verdad. Lo que pasa es…

Lo que pasa es que nos puede el consumo de cuerpos. Y quiero que se me entienda muy bien. Esto no es un ataque contra el sexo casual. No: yo me cuido mucho de no acabar haciendo giros de 360 grados que acaban en tesis conservadoras caducas. El consumo de cuerpos se refiere a un sexo sin intimidad, por puro hacer, sin interés ninguno realmente por la otra persona, porque lo que te interesa es satisfacer las ganas y poco más. En una sociedad como la nuestra, ultra-acelerada y donde el capital sexual sirve para alimentar el ego, la intimidad es un espacio amenazado. La intimidad, más que tiempo, requiere “formar equipo”. Si, en un encuentro casual, lo que se proponen los amantes es formar equipo, va a haber cuidados, va a haber escucha, va a haber interés… aunque quizás no se vuelvan a ver en mucho tiempo… Ahí también hay intimidad.

Los peores procesos amatorios que he vivido han coincidido con una falta de intimidad. Los peores episodios de angustia para expresarme ha sido en situaciones en las que, ahora mirando con frialdad, veo que no se había formado ese equipo… por múltiples razones. A veces, simplemente, no se da. A veces la otra persona no quiere pero no te lo sabe decir. A veces es que tu ansiedad te está haciendo ver cosas donde no las hay… O por la razón que sea… Las personas y las relaciones entre personas son complejas y por eso he abusado del se impersonal en este párrafo, porque es que… es que hace falta suerte y contexto y muchos factores no los podéis controlar ni tú ni la otra persona. Pero si no hay intimidad suficiente, es verdad que se me hace muy cuesta arriba… e, insisto, no es que la intimidad garantice que vas a ser correspondida… No, la intimidad garantiza el espacio seguro para ser vulnerables.

Porque el núcleo de todo esto es una palabra que no he usado en todo el texto: seducción. Hoy por hoy me gusta pensar que la seducción es compartir la creación de esa intimidad que hace posible muchas cosas. Seducir no es seguir pasos o estrategias. No hay tips. La seducción natural es crear intimidad juntos o juntas, del modo particular que suceda entre cada pareja, y eso da el espacio. Si lo vemos así, ¿dónde queda la posible sensación de agresividad o qué espacio le queda a la mentalidad dualista de que expresar el deseo cambia la naturaleza de la relación con esa persona? En una relación que es íntima, no cambia la naturaleza de nada porque le digas que te gusta o porque te lo digan a ti… en una relación así nos sostenemos mutuamente.

Pero seducirnos para la intimidad requiere la valentía de querer crear un espacio seguro… un espacio de amor… Entonces ahí nos podemos liberar de miedos ante el descubrimiento erótico.

–Es que ella me gusta mucho, Ari, ¿qué le digo?

–En vez de centrarte en decir, céntrate en seguir construyendo juntas la intimidad ya sembrada.


Esto ha acabado siendo más largo de lo que yo esperaba. Eso sí, yo quiero acabar el texto con unas líneas muy llenas de cariño.

Vuelvo a decir que yo ni tengo todas las respuestas ni soy una maestra en nada de esto. A mí me cuesta. Me permito sentirme a veces muy lejos de la valentía que menciono arriba. Seguramente me seguiré callando amores. Seguramente me frustraré muchas veces más, tendré que volver a centrarme y volver a abrazar mis valores cuando eso suceda. No soy perfecta. Nadie lo es ni lo será nunca.

Sin embargo, se trata de cambiar la brújula y de cambiar de norte. Son hábitos. Es práctica. Vale, yo no tengo mucha ocasión para la práctica: ya vendrá el momento. También una tiene que ser consciente de las circunstancias personales, de cómo es la red de afectos que una tiene, cómo es el lugar en el que una vive… mil cosas.

Me lo digo a mí, pero también te lo digo a ti: Si nos cuesta mostrar nuestro deseo, calma. Entre la educación, la sociedad y las posibles experiencias que hayamos vivido, puede haber mil razones de por qué nos cuesta y a otros pareciera que no. Lo importante es poner la intención y acostumbrarnos a dar pasos… los que necesitamos nosotras… a nuestro ritmo…

Siempre cuidándonos entre nosotras y a nosotras mismas 💖