He querido escribir sobre transexualidad desde hace un tiempo, no tanto sobre conceptos ni mucho menos hacer pedagogía, porque no quiero ser pesada ni hacer sentir a la gente que se tienen que “iluminar” con este tema ahora porque es “el signo de los tiempos”. La verdad, lo que importa es que mis amigos me quieren, me respetan, se preocupan por mí cuando estoy mal y se alegran con cada uno de mis pequeños éxitos. Eso es lo que realmente importa; no hace falta estudiar sexología para querer a otra persona.

Entonces, he querido siempre escribir contando mi experiencia. Hay cosas que creo que son buenas que la gente sepa de primera mano y, ojo, sabiendo que mi experiencia es la mía y que cada mujer trans es un mundo, aunque haya similitudes y patrones parecidos que suelen repetirse… Y si ya entramos en la vida de los hombres trans o de las personas no binarias, las experiencias son muy distintas… Así que yo, la verdad, creo que es bueno que contemos cada quien la nuestra y así aportamos un mosaico lindo que rompe los estereotipos y nos muestra como seres humanos.

Y he ido contando cosas a lo largo de los posts en este blog o en Instagram. Pinceladas, sin más. Sin embargo, quería escribir algo más centrado en cómo me siento como chica trans, quizás contar un poco cosas de mi infancia, de cómo he vivido ciertos cambios…

De hecho, voy a contar un secreto…

Durante mucho tiempo quise escribir un blog llamado Los Diarios de la Disforia o The Dysphoria Diaries –no estaba segura de si en español o en inglés– exclusivamente centrado en cosas que fuera sintiendo o experimentando. Al final no lo hice porque no me quería encasillar en ese tema y preferí, primero en Instagram y ahora aquí, darme más libertad y escribir de lo que me diera la gana cuanto me diera la gana…

O sea, siempre he querido escribir sobre mi experiencia.

Este fin de semana lo intenté y… fallé. Me hundí en recuerdos horribles, acabé llorando y, lo peor, me di cuenta de hasta qué punto, para mí, ser trans está ligado a muchísimo dolor, mucha vergüenza y mucha culpa. Vamos, que estoy muy lejos de ser esa transexual orgullosa que se come el mundo y tiene súper asumido su lugar en el mundo como una mujer más.

Quienes recuerden mi inicio de transición seguramente se estén sorprendiendo. Al principio hasta llevaba la bandera trans en una pulsera en mi muñeca… y yo ni había comenzado el tratamiento hormonal… Era muy peleona y estuve en primera línea del activismo, hasta el punto de participar en un foro europeo con representantes de la UE…

Miro atrás y todo eso ahora lo veo como un mecanismo de supervivencia. Estaba apenas reconstruyendo mi vida después de quedarme sin casa y sin dinero. Estaba dándome una razón para seguir viviendo… Ahora pienso qué temeraria llegué a ser: casi sin ropa de mujer, sin maquillaje –y el maquillaje que empecé a llevar era barato, del malo y me lo ponía sin brochas–, sin vivir las hormonas y ahí estaba yo… peleando por los demás mientras ponía en pausa la pelea por mí misma.

No me arrepiento. Me sirvió… De algún modo, Ariadna creció así…

Me empecé a asustar cuando ya comencé las hormonas. La terapia de reemplazo hormonal te cambia. Te cambia no solo porque te crezcan los pechos y te haga más redondita la cara o porque tus sensaciones cambien –no sé cómo describir el cambio–. Te cambian la forma de pensarte, de verte… a medida que vas cambiando vas viendo cómo te vas haciendo. También creo que te cambian la forma de pensar, pero no sé si porque las hormonas actúan en el cerebro o si es porque los cambios físicos te llevan a ciertas experiencias nuevas que hacen que cambies… ¿o quizás es una combinación de las dos cosas?

La vida en estrógenos no tiene nada que ver que la vida en testosterona.

Y poco a poco me he ido dando cuenta también de qué pasado he tenido… Como si las cortinas que tapaban mucha mierda se hayan ido corriendo poco a poco, de forma acompasada con los cambios positivos que he ido viviendo.

Intenté escapar de todo esto con otro mecanismo de supervivencia… el mismo con el que me torturaron de adolescente: la religión… solo que esta vez yo decidí que iba a ser evangélica bíblica en vez de católica y los sermones los escuchaba en podcasts en vez de ir a misa. Necesitaba ponerles riendas a los cambios, que sentía que me llevaban por delante…

Especialmente la libido.

De las chicas trans que conozco yo soy la rarita a la que le ha subido la libido con las hormonas. No es que antiguamente no tuviera deseo sexual, simplemente no podía mantenerlo: eran fogonazos muy intensos que me incomodaban muchísimo y me tocaba con un automatismo sin placer ninguno en el que…

No quiero entrar ahí. Solo diré que había una parte de autotortura psicológica que asociaba a masturbarme. Sí, eyaculaba. ¿Orgasmos? Imposible si estás en ese estado psicológico. Sigamos por otro lado.

De repente al cabo de unos cuantos meses de hormonación me encontré con una libido… de verdad. O sea, sostenida, variable, una que puedo buscar, que me da placer, intensa pero impredecible (en el sentido guay)… Y eso me acojonó viva. Era como si, de repente, mi cuerpo me hablara en una lengua alienígena… y me gustaba cómo sonaba… pero era incomprensible. Sentir placer con mi cuerpo… no sabía que era posible.

Entonces me volví una puritana de cuidado que decidió que iba a ser célibe… Ah sí, como en mi adolescencia… que me duró hasta segundo de carrera… Sí, ya, esa maniobra ya la había hecho, por vergüenza también, y entonces tampoco había funcionado.

O sea, más tiempo sin enfrentarme a las heridas, sin buscar crecer, sin buscar entenderme con honestidad y de verdad. Los salmos son preciosos, pero no te ayudan a salir de un pozo de traumas y heridas muy profundas…

Acabé reventando otra vez hace unos meses y me di cuenta del daño que me estaba haciendo. Fui pidiendo ayuda, me atreví hace poco a volver a terapia, también ha ayudado mucho que me ascendieran en el trabajo de modo que ahora estoy más tranquila en lo material. Vamos, que yo me refugiaba en la Biblia también porque antes del ascenso y aumento de sueldo a día 15 de cada mes estaba con la nevera vacía comiendo arroz blanco “dopado” –así lo llamaba– con azúcar y maicena durante días… ¿Qué traumas vas a trabajar de esa manera? Te aferras a cualquier cosa.

Estaba escapando de algo que en un momento me dijo una de mis terapeutas hace muchos meses: “Ariadna, fuiste víctima de abuso sexual”. Me acuerdo que le repliqué de mala manera que nadie me había tocado de pequeña… Ahora me acuerdo, sin embargo, de lo extraño e incómodo que era mi pediatra chileno –otro señor del Opus–, pero… quiero ser justa… no voy a acusarlo de algo que no recuerdo más que como sensaciones y de que yo le pegaba patadas cuando me quería revisar “ahí abajo”. Pero no, lo que viene a ser abusos sexuales “al uso”, yo le recontraaseguré:

“No recuerdo que nadie me tocara”

No lo recuerdas, pero en todo caso psicológicamente abusaron de ti por motivos sexuales”, me hundió ella.

Ningún crío –uso un “neutro”1 a posta aquí– debería pasar lo que me hicieron a mí.

Voy a ser un poco… rara… y diré que entiendo (parcialmente) que vivía en Chile en los años 90, principios de los 2000. Era un país que, en ese momento, estaba dividido por la ley del divorcio y por la aprobación de la píldora anticonceptiva. Ni hablemos de derechos LGTB o de aborto… O sea, el contexto no ayudaba.

Ahora bien, si ves a un niño o a una niña sufrir, callarse en casa, ocultar sus dibujos –me la pasaba dibujando la chica que yo quería ser–, sentir escalofríos cada vez que llegaba mi padre a casa… no fuera que se “diera cuenta” o… más tarde… que le contaran lo que hice… No hacen falta leyes ni una sociedad progresista: ahí hacía falta amor.

Y no quiero entrar en muchos detalles porque entonces repetiré el ciclo de volver a vivir más dolor y este post se irá al Hades de los ficheros informáticos eliminados… Y no, quiero publicarlo.

Me cuesta ser trans porque siempre me sentí cuestionada. Nunca me sentí querida tanto como para abrirme y hablar de lo que yo sentía, lo mucho que odiaba los cambios de mi pubertad… lo mucho que me gustaba aquel chico y… ¿esa chica también?

En un momento crítico me descubrieron un par de profesores. Interceptaron una carta de amor que le escribí a un compañero de clase –repito: cole masculino del Opus– firmando como Jessica. Creo que esto pasó en 6º o 7º de EGB.2 Recuerdo una de las tantas tutorías que me hicieron… que fue, básicamente, un chantaje. Sí, el tutor era otro del Opus. O me “comportaba” o esto iban a saberlo mis padres.

Recuerdo llorar a moco tendido en ese despacho, con ese señor delante, diciendo que sí, que me comportaría… que aquellas cartas –habían interceptado más, supongo que me delataría un compañero– no tenían importancia ni volvería a suceder…

Me rendí siendo una cría. Solo me levanté otra vez cuando mi vida se había hecho añicos décadas más tarde de tanto, tanto, tanto peso acumulado, tanto tiempo sin quererme, tanto tiempo reprimiendo, tanto tiempo acuchillándome… porque pasaron los años, me independicé, viví en Barcelona… todo el mundo creía que era un chico guay (eso sí, que solo tenía amigas y probablemente sea gay porque es súper sensible…), mientras me ahogaba bebiendo ron y cerraba la puerta de la habitación para bailar Lady Style al volver a casa a la madrugada, después de los sociales de salsa… imaginando que era la chica que no había podido ser aquella noche en la pista.

Por supuesto en casa mis padres siempre han sido lo más contrarios a todo lo LGTB posible. También se añadía eso. Se me agolpan anécdotas y cosas, pero… para qué contarlas… La peor quizás fue que después de un intento de suicidio, en la universidad, mi padre me acusara de si es que “no era yo muy sensible por ser gay” en plena sala de Urgencias.

Admiro mucho a las personas LGTB que se viven súper libres. Las envidio y ojalá algún día sea así yo. Sí, me hago selfies, he ido construyendo mi estilo, vivo más fuera de casa que en casa… socializo… Vivo más tranquila, dejé el alcohol y tengo ganas de vivir. Por algo me preocupan estos arranques de dolor… porque no me dejan vivir al 100%… y yo quiero vivir al 100%.

Pero, cuando me llaman “reina” o “bonita” por la calle, con cariño… o cuando me miran con buenos ojos… o cuando yo miro con buenos ojos… o cuando quiero hacer algo para mi cuerpo más permanente que la ropa o el maquillaje… una parte de mí se resiste, me castiga… Me digo cosas como que no me merezco ser contada entre las mujeres, me he refugiado en podcasts que abusan de una transfobia de baja intensidad y hasta he llegado a maldecir que parece que soy atractiva.3

Y mi “ruptura” en estos momentos incluso llega a mi orientación sexual. En este momento no sé lo que me gusta, porque no sé qué ha sido inducido por la vergüenza y el miedo y qué es verdaderamente lo que me nace. Todo está confuso. Recomiendo mucho sobre esto en concreto un vídeo con el que me he sentido muy, pero muy identificada: Shame de Natalie “ContraPoints” Wynn.4

Toca terapia y toca dejar de sufrir… pero no acallando, ni buscando atajos, ni culpándome, ni cuestionándome una y otra vez… No, tengo que dejar que el dolor curse, como dicen los sanitarios. Es una mierda porque yo soy la primera que no quiere aparecer como una figura trágica –mi nombre no ayuda 🫠– y que está con la carita larga a veces.

Pero me gusta ser humana y me gusta ser real, aunque signifique la cara larga una temporada… Lo bueno es que es dolor que viene de antes, que ahora sé de dónde viene. It’s a lot, I know. Poco a poco. Solo quería dar salida a cosas que han estado anegando mi alma un tiempo… Es curioso… Si he llegado así de bien cargando una mochila tan pesada, ¿de qué seré capaz sin esa mochila?

Y algún día hasta quizás me guste ser trans y me sienta orgullosa de todo lo que he vivido y viviré. Ojalá que sí 🏳️‍🌈


  1. En realidad es un epiceno. Perdonad que sea doctora en Lingüística. ↩︎

  2. Ni idea cómo es ahora, pero en aquel momento en Chile teníamos 8 grados de EGB y 4 grados de “Educación Media”, sin divisiones de currículum… como el antiguo BUP español… Aunque III y IV Medio –sí, Media iba con numerales romanos– eran casi más un preuniversitario que otra cosa y, entonces, con las optativas sí que elegíamos un poco “rama”, pero era bastante informal: cualquiera podía cambiar optativas a final de semestre. ↩︎

  3. No sé, no lo puedo medir yo, pero mirarme me miráis, chicos y chicas. ↩︎

  4. Para mí ha sido un descubrimiento súper reciente. ↩︎