Ayer viví una pesadilla. Antiguamente me pasaba mucho más, pero quizás justo porque ahora me pasa mucho menos, cuando pasa, el golpe se siente más duro: se siente como un retroceso, sin serlo. Claro, hoy, en calma, veo que el avance es justamente que me pase menos… pero cuando estás en medio de la tempestad… qué distinta que es la perspectiva.

Una cosa llevó a la otra. La camisa de la foto es de mis favoritas. Me la compré en mi cumpleaños y llevaba queriendo comprármela meses. Me queda genial y ya quisiera tener más parecidas… pero…

Pero ayer una vocecilla me decía pareces un chico.

Estuve cerca de cambiármela por otra, pero me negué. No. Cuando me viene el arranque yo intento no rendirme porque racionalmente sé que es un disparate.

La vocecilla siguió activa todo el santo día. Qué importan todos los cambios por los que he pasado, mis tetas, mis caderas, mis sensaciones, mi piel, mi pelo… Qué importa todo el descubrimiento que he hecho acerca de mí misma. A la vocecilla todo eso no le importa… y sigue avanzando en su ataque sibilino…

Porque no se queda ahí, no… Cuando la serpiente muerde, muerde para envenenar todos tus pensamientos, no solo cómo te queda una prenda… No…

El efecto cascada es total. Ya debilitada, cualquier cosa activa cada vez más cosas más horribles. Un vídeo de salsa en Instagram… inmediatamente la vocecilla me empieza a hablar… Jamás podrás volver a bailar en pista, que, si lo haces, será un infierno, que te sentirás fuera de lugar, que todo será violento porque una tía trans no debe bailar de leader con chicas, que nadie te entenderá, que serás una paria…

Y sigue, claro…

Susurra… Te quedarás sola. ¿Quién querrá estar contigo? ¿Quién aguantará tu proceso? Es imposible que salga bien contigo… que no sabes nada de eso. Solo vas a sufrir… Quédate sola…

Y sigue, todo el día. Mientras tanto, para aguantar el día me pongo a dar paseos a un ritmo frenético, sudando cuando hacen 5 grados en la calle. El ataque se vuelve más pesado: pasa a detalles absurdos, juicios implacables, mentiras que sé que lo son. Mi alma intenta escaparse del cuerpo para no sentir más los golpes…

Y llego a casa… y lloro.

Y llorar me libera.

Y mientras tanto, ¿sabes quién ha sido la víctima de ese crimen? Mi cuerpo. Si acabo llorando es porque ya no aguanta más el castigo. Lo malo es que aguanto demasiado castigo, porque he aguantado mucho castigo… Acabar llorando es el KO necesario para parar la locura que, ayer, me robó buena parte del día.

Insisto. La parte buena es que me pasa muy pocas veces ya. Antes esto era muy frecuente.

Consuelo de tontos, lo sé. Odio perderme a mí misma en ese abismo. Yo querría no estar ahí. Ayer, en medio del llanto, me costó reconocer mi rodilla como propia. A ese nivel de despersonalización puede llegar una cuando se ha visto sometida a algo así.

Lo que nos decimos sobre el cuerpo es fundamental. Lo que decimos de otros cuerpos es fundamental. Obvio que esa vocecilla usa un repertorio que no es mío. Esa voz está alimentada por basura que viene de fuera, pero que he dejado entrar… ya sea porque era muy pequeña para defenderme o porque quería hacerme daño yo misma.

Todos tenemos un relato sobre nuestros cuerpos. Lo sano es que sea un relato realista, pero, a veces, no lo es y cuesta tiempo y esfuerzo desmontarlo para montar uno que sí que sea sano. Sano es realista, eso sí. Tampoco vale una fantasía desconectada de la realidad… sería otra clase de escapismo.

La realidad mía es… todas me tratan como a una más, incluso desnuda… lo cual contradice tantos relatos falsos que me narra la vocecilla. ¿Necesito más respuesta que eso? No, pero la vocecilla se jacta de que ella es más fuerte porque es más compleja que esa respuesta “facilona”. Ya, pero es que la realidad que vivo es… pues eso…

Las respuestas simples suelen ser más verdaderas, pero no nos satisfacen la ansiedad. A veces nos perdemos tanto que nos cuesta ver cómo la realidad nos ha bendecido y nos ha abrazado con amor.

Yo no he vivido nunca ninguna clase de trastorno de conducta alimentaria, pero los testimonios que he conocido se parecen mucho a la vocecilla que he contado antes. Usará otras palabras, pero se parece mucho en tono. Por ejemplo, el sentimiento de que no perteneces es similar. Hasta hay intersecciones muy fuertes como, por ejemplo, el miedo de ir a la playa o ponerse un bañador… no sea cosa que nos sintamos juzgadas por la anatomía…

La compasión hacia el propio cuerpo es la salvación. Mirad, yo comencé el tratamiento de depilación láser en una posición psicológica pésima, de mucho odio hacia mi cuerpo. La he ido cambiando y eso ha tenido efectos súper positivos hasta el punto de que me permito no quitarme los pelos que van saliendo entre sesiones si no me da la gana pasarme la cuchilla. Se ha vuelto una elección libre, tanto seguir el tratamiento como qué hacer durante este proceso, que es de largo plazo. Mi relato era como de una obligación extraña y ahora es diferente: es de oye, me apetece ir así.

El ejercicio es ese. Compasión… y, luego, si encima celebramos el propio cuerpo, incluso mejor, pero, lo primero, compasión. También compasión por los cuerpos ajenos. Nadie sabemos qué lucha está llevando la otra persona… o cómo se vive… qué le han dicho en el pasado, que se le ha incrustado en forma de vocecilla maligna que está agazapada para asaltar.

El otro ejercicio que sí que tengo que comenzar a plantearme es socializar con el cuerpo. Puede ser reconciliarme con el baile o probar otra cosa… yo qué sé, jiu-jitsu… Simplemente, redescubrir que nuestros cuerpos son hechos sociales también, que es uno de los cambios críticos que se produce en la adolescencia –que yo nunca tuve–. El cuerpo es el vehículo social primero, mucho antes que el habla o las ideas.

Alguna amiga me ha dicho que me lance un poco a lo loco, pero aquí –lo siento– voy a seguir la pauta de mi terapeuta de, primero, seguir trabajando mi seguridad y, por ahora, poner esto como objetivo.

Es que los traumas, que se reencarnan en ese relato más o menos perverso, se tienen que tratar, no borrar. No es solo sacártelos, sino también preparar la zona para que cicatrice bien, curar bien y… todo eso toma tiempo. ¿Cuánto? Depende.

Claro, no me gusta perderme así. Me gusta sentirme en mi piel y me gusta reconocerme como la chica en la que me he ido construyendo por fin… Es como un derecho básico que nos tenemos que dar a nosotros mismos y que, bueno, yo he tenido que ir aprendiendo a dármelo.

Siempre, siempre hablémosle bien a nuestros cuerpos. Entonces nuestra alma encuentra su hogar. 🏠