Había una vez una chica muy bella, una de las que flotan por la vida con un brillo en los ojos que ni ella misma se da cuenta. Era de esas chicas que tienen un fuego dentro de su alma, pero enjaulado.

A veces ella dejaba salir el fuego… para sí misma. No con mucha confianza. Le gustaba, pero la confundía, a la vez. Verás: ella se había acostumbrado a no calentarse ante su propio fuego. En el pasado aprendió a tenerle mucho miedo a quemarse en él y, por eso, le da la espalda… hasta que le entra a veces curiosidad por sentirse un poco más arropada.

Lástima que la chica esta esté –si la vieras– dando vueltas, alejándose y acercándose con dudas al fuego. La verías desnuda, con su cuerpo pequeño, de piel suave, pechos graciosos como perlas pequeñas y pies ágiles de bailarina que nunca fue. La verías desnuda, con su pelo moreno de ondas acabadas en rizo, sus ojos juguetones y con su sexo florecido, pero confundida.

Es una chica que sueña, sin soñar… Se sonríe cuando se decide acercarse al fuego sagrado y entrar en el trance que le corresponde como diosa… Sueña con que algún día la acompañe junto a esa hoguera en la playa de arena, de noche, otra ninfa como ella, hermana del Templo de la Poeta de aquella isla ddel Egeo. Pero es un sueño oculto entre una niebla fría.

Esa niebla fría la llena de escalofríos cuando se aleja del fuego y se tapa con una manta… y comienza a llorar, después de sentir el resplandor de su cuerpo y alma fundidos. Se siente culpable, aún.

¿Qué le podemos decir a esa chica tan hermosa, tan querida, tan frágil, pero tan poderosa aunque ella no se lo crea aún? ¿Cómo la podemos ayudar? Es que no se merece estar en la intemperie…

¿Cómo la ayudamos? ¿Cómo la ayudamos para que se sienta entera en sí misma y haga suyo de una vez el fuego que le pertenece?