El verano ya se empieza a notar. Estoy escribiendo esto comiendo una ensalada de pasta fresquita, vestida de tirantes, frente a la ventana. Corre un aire suave porque esta habitación está resguardada del calor; mira al norte y al interior de la finca.

Se me agolpan las sensaciones en el corazón. He vivido muchas emociones este último tiempo: buenas y malas. Me he ido reconciliando con partes de mí. He sufrido agresiones. He vivido tormentas en mi corazón. He sonreído al verme en el espejo. Me he sentido protegida. Me he sentido sola. Puf… De todo.

Las más intensa es la sexual, pero entendida mucho más allá de prácticas o actos. Vamos, sexual en sentido sexológico, en el sentido holístico que se entiende cuando nos encontramos con que esto va más de nuestra psicología que de nuestros cuerpos. El mayor órgano sexual es el cerebro, dicen. Yo diría el alma.

Una de las cosas que he aprendido en terapia sexológica es cómo nos deseducamos adquiriendo ideas que nos vienen de fuera y que nos hacen sufrir muchísimo. Pongo un ejemplo muy típico: la idea de que solo es sexo la penetración. Por tanto, la masturbación no es sexo, por ejemplo.

Recuerdo en una de las clases de “educación sexual”, o sea, en realidad, clases de Religión en mi cole. Uno de mis compañeros hizo la pregunta, súper ingenuamente, de por qué la masturbación es pecado “si es el mismo movimiento” que la penetración. Le llovió el típico sermón de la función: que el coito –sin método anticonceptivo, claro– es sagrado porque abre la puerta a la vida, pero todo lo demás –o sea, desde masturbarse hasta la homosexualidad, pasando por tener un aborto– es “contrario a la naturaleza”, donde naturaleza en realidad es el Dios cristiano, porque… bueno, por San Agustín y Santo Tomás de Aquino, la verdad… Quizás incluso Orígenes también, pero ese no es santo, literalmente, porque se castró a sí mismo “para no caer en la tentación” y no caer en ella castrándote es como hacer trampas.

Una se puede reír de mi anécdota de cole del Opus Dei en los años 00, pero es que… ¿cuánta gente se frustra porque piensa que el sexo es así y ya? Cuántas amigas hetero se me han quejado –hola, soy la consulta de medio mundo y sin título– de que sus novios no entienden el valor de, yo qué sé, un poco de cariño “sin meterla” o de hacer cosas distintas. O algo que he leído en libros de especialistas y que pasa hasta entre parejas mujer-mujer: el malestar de las chicas por no conseguir tener más de un solo orgasmo en un encuentro. En parejas heterosexuales, por la expectativa, pero en una pareja de chicas en la que una de ellas tenga más facilidad que la otra… la envidia y la comparación se pueden volver un enemigo de la relación). ¿Por qué? Porque hay un mensaje externo de que las mujeres somos multiorgásmicas y los hombres no… cuando la realidad es que depende de cada cuerpo, de la forma de excitación, del entrenamiento, del día que hayas tenido… o de la ansiedad anticipatoria que te genera el pensar que debes tener más de uno.

Ya, pero es que el sexo nos da tanto miedo explorarlo que nos rendimos ante la primera idea externa que nos venga para decir “Vale, es esto” y no salir mucho de ahí. Esto vale tanto para la visión súper seca y reproductivista del extremismo religioso –y de ahí es de donde sale el miedo a las personas LGTB– como a la frustración de que muchos chicos cishetero se creen “menos hombres” por “no meterla en caliente” –expresión funesta– o que haya chicas que crean que deben tener más de un orgasmo o, si no, “son menos mujeres” –como contaba arriba de mis lectura–. Todo, todo, todo, todo se resume en una visión de lo sexual de fuera hacia adentro que es súper dañina.

Y yo obvio que he sido víctima también, si no, ¿por qué he acabado en terapia, no?

A mí me da vergüenza mi Eros. Mucho menos que antes, muchísimo menos, pero todavía la siento. Va y viene. Y cuando me entra la vergüenza es cuando me someto a jaulas que vienen de fuera y que las adopto como mías porque eso es lo que hacemos los humanos: todos los pensamientos que vienen de factores externos los disfrazamos como si fueran súper nuestros para hacerlos digeribles.

Yo creo que viviríamos en un mundo mucho más amable y justo si nos tomáramos en serio algo que me dijo la persona más improbable de mi vida…

…o quizás ella no es tan improbable… Quizás es que, en realidad, me da vergüenza admitir que tengo muchísimo más en común con ella de lo que quiero aceptar…

Se trata de una modelo dark pin-up que es dominatrix también a la que se me ocurrió preguntarle, literalmente, cómo se puede perder la vergüenza al Eros… “Empezando y acabando en ti”, fue su respuesta.

Yo no sé si esta chica tiene conocimientos o no de sexología, pero la respuesta es de sexóloga, literal. Cuando digo que ella es la persona más improbable es porque yo –ay, la vergüenza– me sigo viendo un poco “menos” y me sigo viendo como “muy lejos” de alguien así. Ya, pero luego es ver mis fotos y decir: “Ariadna, ¿que no te ves las fotos que has llegado a publicar ?”. La desconexión es muy real.

La realidad es que yo saco mucho de dentro; lo que me falta es confianza en ser yo sin freno de mano. Es un proceso. Es re-aprender-me, así, con guiones.

Esto va mucho más allá de lo sexual, pero la sexualidad –o sea, vivir como seres sexuados– es un eje fundamental de la vida humana que refleja mucho cómo vivimos en general. Ser sexuados significa que tenemos unos modos de ser en público y en privado que se rigen por ese eje, incluso en detalles tan bobos como por qué la ropa de mujer tiende a tener unas formas y la de hombre otras. Podemos querer cambiarlo, pero no podemos negar su origen en el hecho de que somos seres sexuados.

Hay mil cosas que están sexuadas y de las que no nos damos cuenta. O nos damos cuenta en cuanto nos salimos de la norma… O cuando quieres salir de la norma impuesta desde fuera para entrar en la que te sale de dentro. Sin entrar en cómo modelo teóricamente yo la transexualidad, la realidad es que la gran mayoría de la gente vivís sin el privilegio de tener la “doble mirada” que te ofrece el tránsito… bueno, que te ofrece el tránsito si estás atenta a lo que pasa y lo que te pasa.

Todas esas cosas cotidianas que no pasan en la cama pero que vienen de la sexuación son parte de la sexualidad humana también. Muchas citas que he tenido con mi terapeuta han sido más sobre temas así, que no tanto sobre situaciones sexuales. La vida como hombre es una, la vida como mujer es otra, pero mientras estemos siempre atados a “lo que se espera de uno”, vamos a vivir todos con una infelicidad que no sabremos de dónde viene.

Pero esa infelicidad sabemos adónde puede ir. Ahora se está viendo en un aumento de un discurso que algunos llaman “de odio”, pero yo lo llamo “de frustración”. Las normas externas sobre algo tan interno como la sexualidad son como una droga: te dan una tranquilidad momentánea de que “tú sí que sabes cómo va el mundo”, pero como el mundo no es como te dice esa norma… se te lastima el ego. Y de ahí comienza todo.

Voy a ponerme de mal ejemplo. Yo no estoy operada de los genitales. Mi relación con mi pene es sumamente compleja1 y necesito de mucho más tiempo para entender esa relación para luego poder tomar una decisión sobre si me opero o no –y qué operación, porque hay al menos tres–. ¿Cuántas veces me ha venido la frustración y el querer lanzar mala vibra al mundo porque en un post de Instagram alguien no ha sido “perfectamente inclusivo” y hace la relación implícita de mujer-vulva? Miles de veces.

Claro, “yo que sé cómo va el mundo porque sé de sexología y puedo decir que existimos mujeres con pene con fundamentos mucho más sólidos que las tonterías que dice el activismo” me ofendo. Me ofendo solamente cuando estoy tocada y vulnerable, no cuando estoy bien. Cuando estoy bien la información no me afecta así. Si estoy vulnerable, en cambio, necesito aferrarme a una norma; en mi caso, hago de la sexología una norma externa a mí que me define y que, por tanto, si el mundo no la sigue, siento que el mundo va contra mí. Cuando estoy bien soy capaz de entender los matices que hay detrás de todo esto y mis conocimientos se vuelven un entenderme a mí, no un arma contra los demás.

Cuando pones el foco en ti en una realidad tan personal como la sexualidad, en todos sus aspectos, una gana en empatía, en calma, en curiosidad, en disfrute, en todo: no solo “la cama”, sino respecto de la diversidad que hay en el mundo en general. Aceptas más porque te aceptas a ti…

El Eros, la sexualidad, o sea, nuestra humanidad, empieza y acaba en cada uno de nosotros. A partir de ahí es donde nace todo lo bueno que podemos ofrecer. Ahí es donde vamos a encontrar la empatía, la comprensión y una vida feliz… todos… y de paso se nos va a quitar la vergüenza. Es lo que queremos todos, ¿no?


  1. Quien crea que la disforia es una especie de odio absoluto y permanente se equivoca. Son como oleadas y son oleadas que dependen mucho del momento personal en el que una se encuentre. ↩︎