Ella era una amiga increíble. Quizás el mundo no nos llamaría “amigas”, porque entre nosotras la barrera de la intimidad era un colador. Sin embargo, yo la llamo así porque es cómo nos llamábamos entonces la una a la otra.

No importan los detalles de cómo llegamos a dormir en casa ajena juntas en la cama del dueño de casa… mientras este dormía su borrachera en el sofá del salón, en la primera planta. Ella y yo, en cambio, nos acostamos juntas en la cama de matrimonio, rogando por que se nos pasara la niebla alcóholica y poder así dormir algo.

No era la primera vez que estábamos desnudas en una cama. Tampoco era la primera vez que dejábamos que nuestras manos se pasearan por nuestros cuerpos. Sin embargo, esa vez…

–Quizás tengo que aprender de ti –me dijo, triste.

Para mí ella era la mujer que conseguía que yo rompiera barreras en lo erótico. Nunca fuimos nada “oficialmente”, porque además… en ese momento yo no llamaba sexo a lo que teníamos. Hoy, con lo que sé de sexología, puedo decir que lo era. No había genitalidad, de acuerdo… pero… pero el Eros estaba ahí en las ganas de refugiarnos la una en la otra estaban ahí.

Si voy un poquito más atrás, al porqué de la borrachera a tres bandas, es porque el dueño de casa había tenido un desastre emocional con su ex, mi amiga con el suyo y yo estaba mal y desorientada por completo… y decidimos juntarnos porque, en ese momento, éramos muy buenos amigos y necesitábamos esa purga espiritual… y alcóholica… y tal…

–Quizás es que voy muy rápida con los hombres –me decía ella–. Quizás tú, que te quejas de que vas “lenta” con las mujeres, seas la que tiene razón.

El deseo de una mujer lesbiana no sé si es como el deseo de una mujer heterosexual. Sí, ella era hetero. No, que hayamos tenido nuestros momentos no significa nada acerca de ella. Sobre su deseo solo puede hablar ella.

La forma del deseo supongo que cambia según a quién deseamos, ¿no? No lo sé.

Yo solo sé que me he quejado mucho de mi “ritmo lento”. Me he quejado porque, antes, era un ritmo lento paralizado por el miedo al sexo y al deseo… era un fuego intenso que se extendía en el tiempo… y eso me destruía, me quemaba, me cansaba y me ponía mala…

La culpa que sentía por mí misma…

Eran turbulencias extendidas a veces meses… Lo odiaba… Me odiaba… Envidiaba la naturalidad que veía en todos los demás seres humanos en esto y yo me sentía rota por completo. De ahí a andar moralizando hay un paso…

Leí hace tiempo que muchas víctimas de abuso compartimos el sentimiento de “reloj roto”. Saberlo me ha ayudado mucho… cuando me siento así ya sé de dónde viene y me refugio en mí para cuidar las heridas que hayan podido reaparecer…

Hoy es goce. Hoy le doy la razón a ella y acepto lo bueno que ella veía en mí hace años sin yo reconocerlo… Hoy me gusta el viaje sin esperar un destino. Para eso he tenido que descubrirme a mí, entender mi yo-mujer como me dice mi terapeuta, entender mi yo-lesbiana como digo yo, aceptarme y quererme y saber que el Eros, el hecho sexual humano –copio a los sexólogos– es un jardín que es mejor vivir experimentándolo que imponiéndole nada.

Ella tenía razón. Hace muchos años. También tuvo razón en otra cosa esa misma madrugada, una cosa mucho más íntima.

Yo hoy, querida, aunque no sepa nada de ti hace mucho, te digo gracias y deseo que todo esté yéndote genial.

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