Escribo esto teniendo otro borrador –que me está costando mil– en el tintero. No suelo hacer esto, la verdad. Yo siempre intento trabajar un único texto para no distraerme. Sin embargo, en estos momentos no sé qué hacer con aquel otro escrito y el corazón me pide liberarme un poco.

Ando con más energía y tiempo. Se acabó a final de agosto el trabajo en la editorial y en estos momentos estoy en paro. Estoy aprovechando unos días para ponerme “en orden”, como digo yo, porque –sin entrar en detalles– el nivel de desgaste que he acumulado ha sido grande.

“Ponerme en orden” significa explorar sentimientos. Uno de esos sentimientos es el de culpa y desazón respecto de un pasado sexual y erótico y afectivo –pongo todos los adjetivos por si acaso– que muchas veces siento como mal gestionado. Y como soy también muy mental, he estado leyendo mucho, aparte de rebuscar en mí.

Ese rebuscar desemboca en escribir, pero muchas veces, cuando estoy así, lo que sale es turbulento, inconexo y, la verdad, injusto. Me centro en una negatividad que no se corresponde con mi realidad actual… Magnifico carencias y magnifico el miedo hasta el punto de llegar a decirme cosas que no son de recibo.

En el último tiempo, lo que he estado leyendo es, en orden un poco cronológico, pero, claro, he solapado lecturas en algunos momentos:

  1. Thais Dutie et al. Sapphic Fire
  2. Paula Alcaide. Cómo superar un bollodrama
  3. Cristina Domènech. Señoras que se empotraron hace mucho
  4. Cristina Domènech. Más señoras que se empotraron hace mucho
  5. Amelia Possanza. Lesbian Love Story
  6. Dossie Easton y Janet Hardy. The Ethical Slut

Los dos últimos aún no los he acabado.

También he estado leyendo los libros de James Hoffmann sobre café, pero eso no es el tema que nos interesa aquí… ¡aunque los recomiendo! Hablando de café, no sé qué he hecho con el café de esta mañana que ha salido espantoso. (Ari del futuro aquí: el de la tarde ha salido estupendo).

Si me preguntáis qué estoy buscando en lecturas así, pues… muchas cosas a la vez… pero la principal supongo que es referencias y referencias con un cierto peso… Yo necesito saber de dónde vengo… Es muy yo eso… y encontrar en Amelia Possanza un alma que también lo necesitaba y se embarcó en una gesta arqueológica increíble narrada entrelazando las historias de mujeres lesbianas del pasado con la suya propia es –porque aún no lo he acabado– un milagro.

No voy a reseñar los libros… ni resumirlos ni decir de qué van, salvo que me parezca.

Yo de lo que sí que quiero hablar es de mi transformación interna.

Suspiro. Me da pereza poner los enlaces –ya veis que el SEO me importa cero–, pero si echáis la mirada atrás a textos míos de hace no tanto tiempo, veréis una progresión que va de declarar –súper vulnerable– que me daba miedo el sexo, hablar –poco, no he querido detallar– de que he sido abusada, de que he tenido muchos problemas para aceptar mi transexualidad como también que soy lesbiana… hasta que, poco a poco, me he ido acomodando más. He escrito algún relato erótico, cosa que era impensable. He escrito más la palabra lesbiana y, de hecho, me le dije mi farmacéutica ayer que lo era en un momento gracioso que nos acabamos riendo… Eso habría sido impensable hace meses.

¿Estar con alguien? No, no he estado con nadie. Tampoco lo diría aquí… Sí que digo el negativo. No he tenido ninguna clase de encuentro sexual con nadie. ¿Triste? Obvio. Yo tengo ganas. Otra cosa es que estoy en un limbo extraño de sentirme preparada a veces y no muchas otras.

Me cuesta mucho aceptar el deseo sexual. Yo ya no veo el sexo como algo malo, algo tenebroso, algo en donde me pueda hacer daño. Donde sigo “mal” es en que todavía me avergüenza reconocer, por ejemplo, que me guste alguien. Lo que una haga o deje de hacer a partir de reconocer su propio deseo es otra cosa… Yo sí que creo que, a veces, es mejor apartarse por mucho deseo que una tenga… pero lo que no está bien es negar o desatender el deseo por pensar que no está bien tenerlo, asustarse por tenerlo… sentir que una está siendo sucia por tenerlo… o, incluso… y aquí tengo que hablar de The Ethical Slut: mi pensamiento predeterminado es que el deseo –y el sexo– tienen mucho de egoísmo y eso es… tan falso… tan derivado de una visión ocultista y oscura de nuestra corporalidad tan humana.

Esta cita me descolocó mucho (página 62 del e-book):1

So while you’re worrying that your sexual desire could cost you your best friend, the more experienced slut could be wondering why you are the only friend they’ve never fucked.2

La cosa es que a mí, literalmente, no se me ocurre que pueda gustarle o generarle deseo o curiosidad –en el grado que sea– a nadie. No me entra en la cabeza, aunque mi corazón suspire con que alguien “me arranque la alfombra de debajo de los pies” –traduzco un dicho inglés que me encanta–. ¿Sabéis lo peor? Que mi visión totalmente distorsionada me ha hecho rechazar a más de una que se ha intentado acercar y que yo quizás no estaba súper enamorada de ella pero… oye, que curiosidad al menos yo sí que tenía…

…y luego me doy cuenta de que yo solo tenía que aceptar mi propia receptividad –que estaba, pero reprimida– y el hecho de que soy deseable.

Los piropos me descuadran. Hablo de cosas bonitas dichas por personas de confianza, no el imbécil impertinente que te aborda por la calle. Tengo que extraer la respuesta de mi interior. La respuesta es honesta, no es que finja… No, la cosa es no esconderme detrás de un “Ay no es para tanto” o “Es que me ves bonita tú” o, peor –lo he hecho– directamente decir que no, que soy horrible y que “no entiendo” por qué la gente me ve guay y entrar en una espiral dolorosísima de autoflagelación… mientras la otra persona se pregunta cómo es que decirme algo bonito acabe en eso… He tenido que poner mucha conciencia para desarticular un automatismo feísimo.

Me pongo la pamela de sexóloga amateur: piropillo y deseo sexual, coloquialmente, no son lo mismo… pero si hablamos con una visión amplia de la sexualidad y el erotismo humano, ambos proceden de la misma fuente: la actualización de nuestro hecho sexuado. No es que si una amiga hetero me dice “¡Qué guapa!” eso la haga bisexual o bicuriosa… No, pero es un acto de reconocimiento y hasta diría de inclusión en una comunidad, respecto de ciertos atributos que son o se perciben como sexuados. Parece abstracto, pero es fácil. Si una amiga te dice que eres guapa, te está reconociendo como atractiva a un cierto grado; no atractiva para ella necesariamente, sino respecto de unos estándares (si esos estándares son sanos, justos, buenos, etc., eso es otro tema).

Me dejo la pamela de sexóloga amateur en la cabeza, pero sigo ahora ejerciendo de lo que sea que me he vuelto yo con el pasar de los años.

Compartirme se me da fatal. Hay un vértigo como de que eso me vaya a perder, que me van a robar mi ser, que no hay suficiente Ariadna ni para mí misma… y eso se maquilla con estupideces re-sexistas que no voy a ni repetir pero que me las he dicho a mí misma. Leer sobre cómo hacían mujeres lesbianas en tiempos pasados, contra viento y marea, con un ingenio pero también con un deseo súper intenso, arrebatadísimo, me ha hecho sentirme… fatal.

Fatal porque comparo con la llamita pobre que tengo yo en el interior y que yo sé que podría ser mucho más fuerte. “No me quiero quemar ni quiero quemar a nadie”, era una frase que decía mucho hace unos cuantos años… Y… no sé… es que en realidad a muchas nos gusta… quizás no quemarnos, pero sentir el fuego, sentir el calor, sudarlo… la intensidad también es nuestra.

Significa dejarme ver y significa abrir la puerta. Quizás significa aceptar la propuesta –reiterada hace unos días– de una fotógrafa. Quizás significa hacer esa visita y también pasarme –aunque sea– a saludar a una que yo me sé que me hace un poquito mucho tilín… Significa quizás también salir a bailar; me apetecería una bachata o zouk –¡ay, la salsera se nos pierde…!–. Significa salir de mí y no solo de casa, que eso ya lo hago muy bien. Significa dar(me), entregar(me), ofrecer(me)…

Antes de poder dar cualquier paso, lo primero es cambiar el corazón. Es lo que he estado haciendo y es lo que seguiré haciendo. Seguiré leyendo cosas que me atraviesan y me incomodan y me ponen un poco 😰, pero es bueno. Sí, seguiré lamentándome y poniéndome triste cuando no encuentre la valentía para mandar ese mensaje para quedar o decir algo de corazón o, yo qué sé, dejarme besar… Acabo de imaginarme eso último y la reacción instintiva ha sido muy rara… como de auch, no me esperaba ir por ahí. Pues por eso mismo, ahí queda escrito. No sé si lo haré bien más pronto que tarde, pero voy a poner los ladrillos cada día. Algún día, yo sé, habrán cambiado tanto las cosas en mí que no me reconoceré en mi coraje, en mi forma de amar y ser amada, en mis manos y en piel.

Iba a escribir: Y seré feliz, pero me acabo de ver la sonrisa en el espejo y puedo decir que este simple acto de dulzura me hace feliz aquí y ahora.


  1. Me niego a seguir aquí un sistema de citas biliográficas “bien hecho”. He sido académica, me han publicado papers (con otro nombre, lamentablemente) y me sé las reglas APA y MLA de memoria… pero ni loca me pongo aquí a montar un sarao (o sea, BibLaTeX) semejante. ↩︎

  2. “Así que, mientras tú te agobiabas por pensar que tu deseo sexual iba a hacerte perder a tu mejor amiga, la más perra experimentada [de las dos] podría estar preguntándose por qué tú eres la única amiga suya con la que no ha follado”. Mantengo el tono subversivo del original, que se entiende por contexto y es totalmente intencional. Le cambio el they epiceno al femenino por hacer el texto más sáficamente mío y más ligero que con las alternativas estrambóticas que se proponen a veces… ↩︎