La inspiración para este texto de hoy ha venido de lugares muy variados. La última pizca ha sido que me acaban de llegar hace un rato unos juguetes eróticos1 que me han hecho recordar lo que me costó hace unos meses comprarme el primero.2 Costarme de hacerme a la idea de comprar algo que me apetecía, pero que estaba teñido de vergüenza, tabú, complejos… ya se entiende: no costarme por el dinero. Si me cuesta ahora es por el dinero, no por complejos 😅

Otra inspiración, esta quizás menos erótico-festiva, es que alguien que me importa mucho me escribió hace unos días diciéndome que mis textos lo ayudaban mucho a recordar que tenemos que escuchar nuestro corazón. La verdad, no me esperaba que esta persona me leyera en absoluto –¡Hola, si me estás leyendo!– y fue un mensaje que me hizo pensar.

Pensar en qué significa escuchar nuestro corazón… Creo que a esto es a lo que se refieren algunas terapeutas que he tenido cuando me han hablado de darme permiso a mí misma para seguir uno u otro camino.

He contado muchas cosas sobre mi vida aquí y en Instagram. Una constante es que me cuesta mucho –y me desgasto mucho cuando lo hago– superar la barrera del miedo cuando se trata de cosas que tienen que ver con mi cuerpo.

Estos próximos días tengo un nuevo reto por delante –otra inspiración para el texto–, que me da mucho miedo a ratos. Muy parecido a un reto que enfrenté hace unas semanas ya, la de ponerme pendientes… que lo he hecho y estoy la mar de contenta.

Muchas veces, cuando entro en este bucle, me arrastro por los suelos y me pongo a hablar con mis amigas. Y a veces pienso que, de la forma en la que hablo con ellas, es como si, al menos en un grado pequeño, les estuviera pidiendo permiso a ellas para poder hacer algo que tiene que ver conmigo misma…

Es que me ha costado mucho entender qué es ser libre, especialmente respecto de mi cuerpo. He vivido la mayor parte de mi vida en la horrible jaula de que mi cuerpo tenía que ceñirse a un mandato externo, por motivos religiosos impuestos… Era un “es lo que hay” perverso que me destrozó a niveles que, a veces dejo intuir en este blog, pero que creo que jamás podré explicar al completo. Si quería cambiar algo de forma “no natural”, debía ser por necesidad médica, porque… porque eso era el mandato… y, si no, debía pedirle permiso a Dios… o a sus representantes más cercanos…

He estado reproduciendo ese esquema todo este tiempo… y me di cuenta con los pendientes… porque la conversación que me animó a hacerlo fue con una amiga que… no quiero que suene mal esto… es madre y creo que a ella le salió la madre de dentro y a mí me vino un poco el rol de hija desorientada que, en el fondo, quiere que le den permiso para hacer aquello que ya había decidido que se quería hacer.

Me avergüenzo un poco, la verdad… No, no por cómo pasó: sé que fue con amor y sé que yo tengo que trabajar ciertas cosas que, normalmente, se aprenden a una edad más temprana cuando la familia está ahí. No, la vergüenza me viene porque me jode un poco descubrir que hasta ahora he tenido la libertad personal tan coartada… por mí misma ya… por reflejo de cosas que viví hace décadas. Es vergüenza por no aprovechar la vida, sin más.

Paréntesis: la terapia es importante… Sin terapia no estaría escribiendo esto.

La verdad… el permiso nos lo tenemos que dar cada una. Parece una soberana trivialidad, pero… estoy segura de que todo el mundo sufrimos del policía con bigote, como lo llama mi terapeuta.

Por ejemplo, por mencionar algo que para mí es muy natural pero que sé que agobia a muchas chicas: ir a cenar a un restaurante sola cuando no tengo plan con nadie, que es lo habitual (y me lo puedo permitir económicamente, claro). A planes así los llamo citas conmigo misma. Cuando se lo he contado a alguna amiga, ha habido quien me ha dicho que les daría miedo que las miren, que piensen “Está sola”, no saber disfrutar el momento…

Para mí lo fácil sería soltar un “¡Pero si no pasa nada, tía!”, pero no… Sé que, por ejemplo, a las mujeres se nos socializa para estar acompañadas y que una mujer sola, mal… especialmente en ciertos contextos donde se supone que deberías estar con alguien: por ejemplo, una cena en un restaurante guay… se supone que debería ser una cita, ¿no? O con un grupo de amigas, ¿no?

O, por ejemplo, el look de la foto que acompaña este post: sujetador de conjunto sobre americana sin nada más y solo para ir por la ciudad. Ya, es algo que una ve mucho en redes, en influencers y modelos… o si te atreves a hacer una sesión de fotos así un poco urban fashion, o para una fiesta, pero sé que “de normal” –y especialmente en una ciudad como Pamplona– nadie lo lleva… y sorprende. Una vez una camarera de un sitio al que suelo ir –ya, la confianza da asco a veces 🤣– me dijo que le encantaba pero que jamás se te atrevería a llevar algo así. Para mí es… ¿normal y no me costó nada llevarlo por primera vez? Honestamente, con tantos complejos que tengo con lo sexy, que esto no me los active… no sé, es extraño.

Ahora bien, a mí me han dado miedo cosas que para mis amigas son triviales… porque se acostumbraron o porque vivieron esos procesos acompañadas por la familia o amigas en su momento –especialmente la adolescencia– o quizás no acompañadas, pero, de algún modo, lo pudieron vivir como algo normalizado o, incluso, como algo que se esperaba de ellas… La bendita socialización ataca de nuevo y se enreda siempre con nuestras historias personales.

Por eso un “¡Pero si no pasa nada!” no sirve de mucho, la verdad… aunque se dice siempre con la mejor intención y yo misma lo he dicho… Supongo que con esa frase buscamos compartirle a la persona agobiada el entusiasmo que nos genera a nosotros. Es como un abrazo súper cariñoso, pero sin darnos cuenta de que la otra persona igual está escayolada.

Que ojo, muchas veces necesitamos escuchar palabras de ánimo y la experiencia de alguien diferente, como parte de nuestro proceso. A mí aquella amiga me animó a dar el paso de los pendientes –y también el que daré esta semana– y estoy usando el mismo verbo que usó ella. Me escuchó y me animó, sin quitarle el peso de que yo sintiera que se me hacía difícil.

Sin embargo, de nada sirven los ánimos externos si nosotros no nos decimos: Me doy permiso. Y ese darse permiso puede sonar en cada corazón con palabras o notas diferentes… pero tiene que estar. Y ese permiso, de algún modo, exige que nos enfrentemos en nuestro interior a aquello que nos da un poco de miedo… y que la decisión de cruzar el umbral sea más nuestra.

Porque solo nos frenamos en aquello que nos da miedo aunque lo deseemos. Yo no tengo ningún interés en tirarme en paracaídas desde un avión a 8000 pies de altitud y sentirme una Navy SEAL o algo parecido… Por eso la decisión de darme permiso para hacer eso, simplemente, ni existe en mi vida. Donde existe es en aquello que deseo pero tengo los frenos activados. Tampoco me doy permiso para comerme una pizza, porque me gusta la pizza y ahí, simplemente, no hay un freno que yo esté pisando. Darse permiso es levantar el pie de esos frenos.

Por otro lado… darse permiso, en mi opinión, no es “hacer las cosas incluso con miedo” o “superar un reto” u otra de esas frases extrañas que se dicen a veces y que recuerdan a cosas que dicen influencers y coaches en redes. No, para hacer algo bien yo siempre intento entender y diluir el miedo –quitar el pie del freno–, porque he visto en mí y en otros qué pasa cuando una se lanza a hacer algo de forma temeraria, pisando el acelerador a fondo sin quitar el pie del freno. Ya, sí, a veces funciona… y muchas veces se te vuelca el coche.

De hecho, tratar las dificultades como “retos” que una “intenta superar” lo destroza todo… Dejas de enfocarte en lo que quieres hacer para enfocarte, en cambio, en el intento mismo… Sí, a veces ayuda como motivación, pero ¿sabes lo que me pasaba cuando atacaba –ese era el verbo que me decía yo– “retos”? Que me quedaba con un mal sabor de boca después de conseguir lo que había deseado tanto… porque había puesto mi corazón en el “reto” en vez de en el objeto de mi deseo. Acabado el “reto”, no me queda nada.3

Darse permiso es escuchar nuestro corazón, como he dicho… pero también, de alguna manera, necesita guiar gentilmente nuestro corazón hacia el lugar correcto, curarlo un poco si está herido, reconfortarlo… y, entonces, la decisión, el permiso, sí que es libre. Es que se trata de eso, de que seamos libres.

¿Y las consecuencias? Ya, seguramente el miedo a que pasen cosas inesperadas o que no podamos controlar sea el freno más común y complicado… Yo sí que creo que hay que tomar las consecuencias en cuenta siempre… y cierto respeto hay que tenerles… Pero también sin que nos controlen. Por eso, primero el corazón en su sitio, respirar… darnos cuenta de que, en realidad, no controlamos casi nada de lo que nos pasa… y cuando estemos en ese punto, entonces nos podemos dar la luz verde con la seguridad, al menos, de que lo estamos haciendo con nuestro corazón en el lugar correcto.

No, no quiero decir que nada de esto sea fácil. Es un músculo que hay que ejercitar… y a mí me han ayudado entrenadoras –mis terapeutas a lo largo de este tiempo–. Obvio que jode reconocer que una está limitando su propia libertad y que una vive con el freno de mano puesto… pero ese primer reconocer es el primer paso. Y yo todavía meto el freno en muchas cosas… y a saber dónde lo meteré otra vez en situaciones futuras que ahora ni me imagino. Pero tener la conciencia de que una tiene la tendencia a esto… uf, no sé cómo explicar cuánto ayuda a aligerar las cosas y a que una se desgaste cada vez un poquito menos cuando suceda.

Pero, si sientes que te cuesta darte permiso para dar los pasos que deseas, para explorar lo que sea que desees por la razón que sea… pues, confía en mí: tú tienes el poder para darte ese permiso… pero para que sea, de verdad, un permiso –o sea, libre–, cierra los ojos, respira, no te des prisa en aprender y entender cómo eres y por qué eres así –sin juzgarte–, habla con quienes te quieren de verdad, reconfórtate, sana, con dulzura ve silenciando las voces feas y entonces, sí, da el paso cuando tu corazón te diga “Ahora sí”.

❤️‍🩹


  1. Todas tenemos, get over it. ↩︎

  2. Muchas tenemos más de uno, get over it. ↩︎

  3. Y esto se parece muchísimo a lo que pasa cuando eres adicta activa a una sustancia… ↩︎