Los seres humanos tenemos ciertos reflejos que no sé de dónde vendrán, pero están ahí. Cuando encajamos dos piezas de un rompecabezas o de cualquier otro objeto que tenemos que montar, hay un pequeño chispazo de satisfacción. Supongo que es dopamina, pero no soy neurocientífica así que, probablemente, no tengo ni idea de lo que estoy diciendo. Sin embargo, la satisfacción de hacer calzar dos elementos separados para crear o recrear un nuevo objeto único, eso creo que lo conocemos todos.

Esa sensación es la que he ido consiguiendo con mi deseo erótico. El puzzle no está del todo armado, pero las piezas han ido encajando. De repente, el alma y el cuerpo van al mismo paso. De repente, el orgasmo ya no duele ni trae ansiedad. De repente, me permito vivirme sin preocuparme ya de que la parte herida me condenara por hacer eso o aquello: “Es que una señorita no hace…”. No, querida, una señorita lo que hace es lo que le da la gana cuando está sola y, cuando está acompañada, lo que les dé la gana a las partes implicadas.

No hay juicio. No hay un tribunal esperando a la puerta de mi habitación para fiscalizar mi deseo, mi ritual o la santidad de mis intenciones. La Soberana de Mi Deseo soy yo. Mi carne celebró con rabia, liberada. Mi alma suspiró, dejando el peso enorme a un lado… los brazos cansados de levantar esa piedra tantos años… pero feliz… Cuerpo y alma se fundieron en un abrazo, llorando. Sentí las dos piezas del rompecabezas unirse.

Entonces miré mi cuerpo y dije: Me gusto. Fue un me gusto dicho con tranquilidad, con las sombras de la luz de mi habitación marcando mis curvas, mis partes íntimas y me sentí completa. Sentí que, por fin, había hecho un clic. Ya soy perfecta, siendo absolutamente imperfecta y siendo absolutamente diferente.

A mi lado, reposaba una bola negra, como de cristal grueso, en cuyo interior parecía vivir una tormenta de color violeta y verde. Era Vergüenza. La cogí entre mis manos y la besé, llevándomela al pecho. He pasado muchos, muchos años odiándola y culpándome por sentirla. “Si siento vergüenza es porque algo está mal en mí…”. No, cielo, querida Ari del pasado, Vergüenza es esa mensajera que te avisa dónde tienes el alma imperfecta para que te sanes amándote… Vergüenza lo único que quiere es pasar el menor tiempo posible contigo, pero se quedará contigo todo el tiempo que haga falta hasta que aceptes tu imperfección y veas que eres amada también en todo aquello que crees que es imposible de amar en ti.

Me refiero al cuerpo. Me refiero a tu vida. A tu pasado. A los granos que tengas. A los pelos. A cómo te comportaste aquella vez. A tus errores. A tus deudas. A tus genitales. A tus dudas. A todo eso que has llamado insalvable, malo, vergonzoso… A todo eso Vergüenza te invita a que exhales y digas: “Me amo y seré amada por todo eso”.

La bola se tornó blanca en su interior y se disolvió en el aire con un sonido como a risas de niña alegre.

Y entonces deseé. Me deseé. Es que solo se puede desear de verdad si aceptas y amas que eres imperfecta, terriblemente imperfecta. No solo en cuerpo, sino que deseé a la Ariadna que podría ser. El futuro es incierto, el deseo es incierto… nada garantiza que se cumplan las imágenes de mi deseo… ¿Me hará caso ella? ¿Le gustaré? ¿Esta noche cómo será…? ¿Conseguiré esa vida con la que sueño? Pero esa incerteza es la que llena de vida nuestros días. En esa incerteza es cuando se enciende la llama del alma y… el espíritu y la carne se mueven, encajados, a ver qué puede pasar. Y Miedo empieza a desaparecer.

Viéndome imperfecta, comencé a desear y, deseando, comencé a perdonarme. Lo uno lleva a lo otro. Acepto que he hecho mal muchas cosas y se me abre la puerta a quererme más. La Diosa entonces se vuelve humana y más divina… Dejé de ser mármol y pasé a ser carne alcanzable para mí misma y para quien quiera saborearme.

Si yo hubiese sabido que mi Lógos me iba a llevar por este camino, ¿habría comenzado a escribir este texto?

Es como si Eros fuera un dios de la guerra que pide que nos rindamos, que perdamos la guerra para que la ganemos y conquistemos así el deseo, el sexo, el sentirnos-en-nosotros que nos pertenece… Es desorientador, es todo lo contrario a lo que nos enseñan, es mágico y es humillante.

Volví a verme desnuda y me reí. Me sentí liberada otra vez, porque por qué no y quiero sentirme liberadísima todas las veces así… Me miré los detalles del alma también y me sonreí, aunque viera un alma cansada. ¿Pero sabes? Es parte de lo tan imperfecta que soy. Y me sentí más liberada de la tiranía de la perfección. Y me sentí más deseable porque me sentí parte de la humanidad, de la real… me sentí natural… porque la naturaleza se cansa, se alegra, se apena, se enfurece, se ama, se excita… Me sentí una humana crudamente real.

Y me sentí vulnerable. Había tomado una decisión que me comprometía a no buscar atajos que, luego, solo traen duelos. Había aceptado el cuerpo de Ariadna, aceptado el alma de Ariadna… Había aceptado que jamás seré la mujer perfecta y de diseño con la que nos quieren engañar. Una última voz me quiso llamar mediocre, pero yo ya no la escuchaba.

He conquistado mi deseo porque he conquistado mi humanidad y, por eso mismo, mi divinidad. Respetaré el camino de mi corazón honrando la absoluta imperfección contradictoria y tan bellísimamente dulce que soy y seré siempre.

Miré atrás, a lo que había escrito. Y entonces, vi que lo que comenzó como un texto sobre conquistar el deseo erótico ha florecido como un canto a lo que es ser humana… ¿Por qué no me sorprende?

Y entonces mi ser me regaló una de las sensaciones más bonitas que he sentido en muchos, muchos, muchos años.