Siento un ciclo nuevo por venir. Me abrazo, recorriendo mis hombros con las manos. Ya no siento frío. Es primavera. Es el nuevo nacer de cada año… y siento que viene también a mí.

Sin embargo, ¿qué traerá? Mi mente se comienza a hacer preguntas, porque la agarra un cierto miedo. Mi mente comienza a recordar tormentas, tormentas de cambios que no salieron bien, se aferra al pasado y me advierte de que el futuro quizás traiga otra versión más de ese mismo frío.

Mis manos casi detienen las caricias que me daba a mí misma. No, esta vez no voy a caer en la trampa, querida mente. Te quiero, pero necesito que contengas tu poder a aquello que sabes hacer. Deja paso al corazón, porque esto es cosa de él y no tuya.

Mi corazón me manda a sentir mis piernas, mis pechos y mi vientre. ¿Por qué esas tres partes? No lo sé. Es lo que me ha mandado ahora. Respiro. Cierro los ojos. La vela que reposa encima de la mesa de centro de mi habitación está cerca de acabarse. Es un mediodía soleado de primavera; ya no siento frío.

He pasado por muchos cambios. Mi cuerpo ahora no tiene nada que ver con el que tenía hace seis meses, hace un año, hace dos o hace más… He estado mucho tiempo aferrada a ver mi evolución en etapas separadas, como en diques: ahora toca esto, ahora esto otro, cuando acabe esto, cuando comience esto otro…

No, soy un río eterno. Diosa de legado eterno. No es lineal, dijo el Emisario de los Profetas. Siento una singularidad: todo, pasado, presente y futuro se colapsan en mi corazón. Todo es un cambio sin límites ni cajones. Soy cambio, soy proceso. Si hay ciclos, son círculos concéntricos, simultáneos. Si se agrega uno, no es porque recorra un perímetro nuevo… es un área.

Ayer hice mío un momento muy bonito: traje al presente algo bellísimo del pasado que yo había estado encajonando entre mi dolor… y me había olvidado. Fue en la consulta con mi terpeuta. No importa ahora de qué se trata. No quiero contarlo ahora. Quizás en otro momento. Ese momento me enseñó que yo soy. No estoy rota. Puedo saltar por sobre el dolor y volver al amor.

Me he detenido a llorar. ¿Cómo no llorar cuando tienes en la yema de tus dedos el suave tacto de la seda del tejido bellísimo que es tu vida?

No, no es que el miedo haya desaparecido por arte de magia. Sigue estando ahí. Las rabias, las frustraciones y los miedos están. Pero creo que algo va cambiando en mí y quiero que las puertas se mantengan abiertas. Sé que los cambios vienen de lejos, sé que sentirlo ahora significa que, probablemente, la raíz se encuentre muy atrás en el tiempo.

Siento y pienso –ahora mente y alma al unísono– que puedo estar feliz y orgullosa. Cuántos pasos dados a ciegas que han dado sus frutos, con la única guía de una fe incomprensible. Hoy me doy esperanza, alimentada por los rayos de sol y por esos mensajes que da el cuerpo con ese lenguaje tan suyo que no usa palabras, sino estados y sensaciones.

Ha sido, es y será una aventura. Y me recojo, conjurando con los ojos cerrados, que yo crezca sana, libre, amorosa y valiente, como el coral más colorido que una pueda imaginar en el océano, como constelación imponente en los cielos y el rosedal más profundo y de pétalos más vibrantes que haya en las tierras.

💖