Querida Ariadna:

Sé que has estado desanimada. Seguramente cuando leas estas líneas, lo sigas estando un poco. Me he enterado de que, bueno, te están preocupando un par de cosillas del cuerpo y ya sé cómo es tu cabeza: te pones a pensar que todo se va a pique, te sientes mal, te preguntas si no has hecho mal tú algo, te preguntas si puedes confiar en quienes te tratan y te quedas agotada delante del espejo o en la ducha pensando y repensando…

Y se te ve en la carita.

Sé que además tienes otras cosas más a largo plazo que te preocupan también sobre tu vida en general… y también cierto tema con el cuerpo bastante gordo. No me preocupas porque sé que eres prudente… de hecho, demasiado prudente a veces.

Yo no te quiero invalidar lo que sientes. Lo que sientes es legítimo. Tienes derecho a estar con dudas, sentirte desorientada, sentir un poco como que no sabes cómo pedir ciertas cosas… Tu vida –ninguna, en realidad– no viene con manual de instrucciones.

Yo vengo a decirte:

Cariño, celebra que te has atrevido una y otra y otra vez. ¿Hay algún miedo que no hayas superado, más tarde o más temprano? Tía, no es que no tengas miedo; lo tienes… ¿Pero no te has parado a pensar en que eres mucho más valiente que miedosa? ¿No te has parado a pensar que todas las amigas que te lo han dicho, quizás, te lo han dicho de corazón y no por decir?

Tía, que has hecho burradas, has arriesgado al límite, te has enfrentado a toda una maleta de odio y prejuicios que te cargaron de peque, has ido poco a poco arreglándote como tú quieres y todo para recuperar tu vida. Cielo, que tu vida es para una novela, es la vida de una heroína cotidiana.

Te lo vuelvo a decir: acostúmbrate a celebrar que te atrevieras a dar pasos, a tu ritmo y al ritmo que marca la realidad también, y a celebrar los frutos cosechados. Sí, siembra y labra la tierra, pero tú sabes que en el campo se festeja por lo alto lo que se cosecha, sin dejar de lado el trabajo. Sé que no eres más creyente, pero el libro del Eclesiastés quizás te vendría bien leerlo otra vez.

Lo has hecho genial, Ariadna. Lo harás genial: te lo aseguro. Todo saldrá bien. Sigue yendo a terapia, sigue escribiendo, sigue disfrutando de tu cuerpo, háblate bonito, habla con tus amigas, vive y vívete. Ahora tendrás unas vacaciones más largas a partir del jueves: disfruta. Disfruta de haber vencido a la muerte, corazón. Por eso te llamo diosa: no solo por el legado espiritual de ciertas culturas respecto de mujeres como tú, sino porque has hecho lo imposible. Y lo volverás a hacer.

Celebra. Celebra la vida. Te mereces celebrarla.