No es fácil hablar de los bajos fondos. Es una parte del cuerpo que hemos aprendido a esconder, porque hemos aprendido a esconder el sexo. Y, obviamente, para alguien como yo, ese juego de escondite se volvió algo perverso y dañino. Hoy quiero escribir una carta de amor a esos mis bajos fondos.

No es que quiera exhibir ni que no valore el pudor. Si es pudor para valorar el tesoro que es nuestro cuerpo, entero, es bueno; es libertad y amor por una misma. Tanto la exhibición indiscriminada, a piel abierta, como el pudor tacaño lleno de miedo creo que son los dos dañinos y muestran muchas heridas sin sanar en aquella persona que cae en lo uno o en lo otro.

Pero esconder la realidad, tapándola con el manto de una moralidad llena de miedo, nos ha envenenado. Nos ha envenenado a ti –que no sé quién eres– como a mí –transexual–. Que no somos tan especiales las transexuales lo digo mucho… pues en esto no creo que seamos tan distintas que el resto… Solo cambian los colores de las manifestaciones de nuestras heridas, nada más.

Hablamos de que somos más abiertos que antes en el sexo. ¿Lo somos de verdad? Bueno, hemos sacado a la luz y hemos normalizado cosas… pero ¿lo hemos hecho bien? Es que seguimos dándoles una importancia a los bajos fondos que… que los estresa… y que nos estresa…

Yo a mi pene lo he odiado por “inútil” y por “fuera de lugar”. Curioso cómo le echaba la culpa a él de lo que, en realidad, eran heridas de mi corazón. Me ha costado mucho –y todavía no sé si he llegado al buen puerto– hacer las paces con mis bajos fondos… aceptar explorarnos no según un rol obligatorio que enseña la sociedad, sino que buscar mis vías para que yo me sienta a gusto con mi cuerpo… y con lo que mi cuerpo aporta a mi identidad.

Pero ese camino ha sido dificilísimo… Todo lo que nos rodea sigue jugando al escondite con respecto a nuestros genitales. Venga, toma estas dos ideas básicas de cómo usarlos y olvídate. Ese parece el mensaje. Y creo que el mensaje es tan básico y tan reducido tanto sobre penes como sobre vulvas… y sobre nuestros cuerpos en general…

(¿Cuántas veces habéis escuchado a sexólogos decir que el órgano sexual más importante es el cerebro… y el más grande nuestra piel?)

El desánimo ha estado a la vuelta de la esquina muchas veces. Ni siquiera es por mensajes radicalmente transfóbicos… La mayoría de las veces es porque yo no he prestado atención a lo que me dice mi propio cuerpo. La de veces que me he amargado mis propios orgasmos siguiéndoles la corriente a pensamientos intrusivos horribles… Una no puede evitar esos pensamientos… pero sí que una debe aprender a que se queden aislados y se disuelvan en aire…

Y en eso, vaya maltrato que les he dado a mis genitales… Cuánto miedo les he metido dentro por mis miedos… Cuántas veces he ignorado la realidad de cómo me tratan a mí incluso desnuda para preferir el miedo, el oscurantismo y jugar al mismo juego del escondite que hace la sociedad…

La misma delicadeza que le regalo a mis pechos, esa delicadeza es la que quiero regalarle a todo mi cuerpo… Al final es el mío. Me acompañará toda mi vida, unido a mi alma, entrelazado con ella. Si mi alma se asusta, se asusta mi cuerpo… Lo he sentido, he vivido ese trauma muchas veces… Y no, no está bien. Lo que está bien es el cariño.

Estoy segura de que tendría problemas análogos o parecidos si hubiese nacido con una vulva o si me operara… porque el juego del miedo no distingue, en realidad.

Y parte de ese miedo es la tentación de volverme loca. He aprendido que las razones con las que nos abrimos lo definen todo. He aprendido a no masturbarme si el motivo es por demostrarme no sé qué… No, un orgasmo es más sagrado que eso: tiene que ser libre, libre de querer demostrarse a una misma nada, tiene que estar libre para que, cuando llegue, detrás de él no vengan corriendo la culpa y el vacío… Cuando es bueno, lo que queda es plenitud, la sensación de haber amado con y a través de nuestro cuerpo… ya sea sola o con alguien…

Hoy en día, cuando el frío lo permite, cuando me miro desnuda en el espejo, lo que veo es un cuerpo coherente, a pesar de la aparente incoherencia. Y eso es la carta de amor más grande que le puedo escribir a mi cuerpito.

Sí, siempre cabe que alguien me juzgue. Es humano. Creo que el escondite que hacemos desde hace miles de años viene del miedo al juicio… Sin embargo, yo sí que quiero confiar en que yo misma sabré acercarme a quien le encante cómo y quién soy. Hay como una desconfianza implícita en mi propio criterio en ese miedo a que alguien se va a desilusionar o se va a espantar a última hora, de repente… ¿Qué problemas he tenido? Realmente, ninguno, y no creo que “no se me note” que soy trans.

Así que sí… confieso que he sido muy injusta a veces con una parte de mí… y que es hermosa, en realidad. Y que sí, las hormonas han ayudado mucho, como muletas, para hacerme más fácil mi proceso de hacer las paces… Me gustan mis sensaciones, me gusta lo delicado que es mi cuerpo, me gusta cómo me siento y eso es lo importante.

Los bajos fondos no se merecen ser tratados como monstruos que hay que esconder o como dioses que mostrar sin cuidarlos… Se merecen ser tratados como algo humano, hermosamente imperfectos y hermosamente libres.

Espero haber sido lo más delicada que he sabido ser… 💜