Quiérete mucho es un mantra que escuchamos una y otra y otra vez. Es fácil hoy encontrar cuentas en redes sobre salud mental, mindfulness, cuidado personal –tanto del cuerpo como de nuestro espíritu–, cuentas que denuncian asuntos que tienen que ver con nuestra alimentación actual, hay marcas que venden tazas y artilugios con frases guays… Sí, el mensaje de quererse mucho es… ubicuo.

No me quejo. Me parece bonito. Me parece sano… Más sano, obviamente, que pregonar el nihilismo como en Tumblr en su época de hegemonía emo. Es sano, siempre que entendamos un poco de qué estamos hablando cuando hablamos de querernos, cuidarnos y esas cosas.

Querernos es amarnos. Parece una tautología decirlo, pero me parece que tengo que decirlo. Amar a alguien no es, simplemente, compartir los momentos bonitos, vivir entre nubes rosas y estar en una especie de narcotización en la que sentimos hasta la respiración más sedosa. Amar puede incluir eso, también incluye estar en silencio mientras tu pareja llora desconsolada sobre tu hombro o animar a esa persona a hacer algo que tú no entiendes pero que es importante para ella. Amar a veces también es sostener a alguien con firmeza cuando está por caer en algo objetivamente dañino… A veces es esforzarse por ponernos en el lugar del otro. Otras es arrebatarse juntos en un fogonazo de pasión compartida… Otras es mantener una conversación incómoda sobre lo que no está funcionando…

Con una misma es idéntico.

Las relaciones sanas de pareja, creo yo1 que vienen siempre de la mano de aceptar al otro. Y aceptar es un verbo complicado, porque, para que sea de verdad, tiene que ser aceptar cómo es el otro… y no aceptar cómo creemos o queremos que sea… Y a veces aceptar a alguien implica darnos cuenta de que no podemos tener con esa persona la relación que nos gustaría.

Con una misma es idéntico… pero con un caveat: estamos atadas a una relación de por vida con nosotras mismas.

Hablo de esto porque… bueno… aceptarse es difícil… Y quererse se complica mucho cuando se nos venden atajos que se olvidan del aceptarse. Y se complica aún más cuando las personas condenamos herramientas, vías o métodos que para otras personas son medios que las han ayudado a encontrarse y aceptarse. Vaya Catch 22.

Encontrarse. Es un verbo muy trans, la verdad. Lo decimos mucho para hablar de encontrar quiénes somos… Tiene su antecedente homérico en la Odisea, supongo… o en Jasón y los Argonautas… ¿Es el vellocino de oro una metáfora de la identidad? Ítaca sí que se ha usado así… al menos para la identidad política de un pueblo.

“¡Que te pierdes, Ariadna!”. Insisto: ser filóloga y lingüista es dañino para la salud mental. Te revuelve las ideas en un cóctel imbebible.

Volviendo a los medios… Es tan fácil moralizar sobre el cómo aceptarse. Un ejemplo “fácil”, por extremo, es decirle a alguien que quiere hacerse una cirugía plástica el típico “¡Pero si no lo necesitas!”. Yo misma se lo he dicho a más de una amiga. ¿Qué hay detrás de eso?

Sí, hay una parte de respeto –no quiero decir miedo– a cualquier cirugía, porque todas tienen riesgos y es normal no querer que alguien a quien queremos caiga en el lado malo del riesgo… Esa parte hasta puede ser normal y sana. Es conciencia de que queremos a alguien, sin más.

Pero también puede haber una condena del medio que busca una persona para sentirse mejor. Es tan fácil pensar que aceptarse es un acto mágico que hacemos en nuestra alma y… listo, nos hemos aceptado. Pues no, somos alma y cuerpo… A veces necesitamos cambiar la energía del alma para ver mejor nuestro cuerpo y a veces necesitamos cambiar el aspecto para calmar nuestra alma. Todo está unido. No hay un orden lineal; no hay un grafo de dependencias.

Y claro, una cirugía plástica… Es que eso es “claudicar” ante el materialismo… Es un atajo, nos parece. “Si ya estás genial”, “Es que no ves lo guapa que eres”, “Te va a quedar artificial”, “Te vas a arrepentir”… Detrás de esas frases, que –insisto– alguna se la he dicho yo a alguna amiga, está el juicio moral… Está el juicio Yo decreto que no lo necesitas. Soy autoridad. No me desobedezcas. Yo sé más que tú.

¿Y por qué andamos decretando lo que necesitan o no los demás? ¿Quizás porque es más fácil tener una conversación incómoda con los demás que tener una de esas bien incómodas conmigo misma sobre lo que necesito yo? ¿Quizás proyectamos en esa advertencia de “te estás equivocando” nuestro temor a que estemos equivocadas nosotras sobre nosotras mismas?

Ojo, el peligro de caer en un atajo y acabar haciendo algo permanente para lo que no estábamos preparadas existe… Pero no es el medio en sí el que es un atajo… El atajo está más bien en el proceso de decisión y en actuar según una idealización, en vez de la realidad… o sea, sin aceptarse lo suficiente como para que el nuevo paso sea sólido. La misma cirugía, la misma ropa o el mismo hábito pueden ser un medio para que alguien se acepte más o un medio de huida para no resolver algo diferente… Aun así, no es nuestro lugar el de decidir si el medio de otra persona es un atajo o no.

Hay versiones más duras y otras más light de esto. La más dura, creo, es la dirigida a alguien en concreto. Luego están las sociológicas, las condenas un poco a fogueo…

Hace unos días me saltó en Instagram un post de una sexóloga que decía, en letras grandes, No te depiles (ya sabemos el qué). No tengo el enlace porque era publi; ni sigo la cuenta. Lo camuflaba como un debate y, de hecho, en los comentarios había de todo… Claramente esto había sido una estrategia para generar interacciones en su cuenta. Sin embargo, esto mismo también lo he encontrado en libros serios de sexología. Y el argumento no deja de ser “que es una moda”… Traducción: “Haz lo que quieras, pero es una moda (o sea, mal, te estás dejando influir… no estás siendo realmente libre… estás siguiendo a las masas…)”.

Y es curioso, porque la sexología se la pasa diciendo que seamos libres. Oye, pubis peludo, pubis decorado, pubis sin rastro de pelo… pubis libres. Y ojo, yo sé de dónde les viene la crítica –ventajas de ser una doble agente del sexo 🕵🏻‍♀️–: de que es verdad que hay hombres que exigen a las mujeres una estética sexual determinada… Entonces la reacción se vuelve condenar la estética como moda, como que es algo que hacemos “por ellos” y negando la posibilidad de que hay quienes lo hacemos porque nos da la gana y, encima, sin pareja desde hace años –Hello, darkness, my old friend… 😢–. No, lo que hay que condenar la coacción.2

Criticar cosas llamándolas modas es la esencia del hipster, pero detrás está el mismo juicio moral. Es una moda, yo no me someto a modas, porque soy superior… y voy a enseñarte que seguir modas no es ser realmente libre… porque soy la nueva gurú Maharishi.

La realidad es que el autoamor exige y es una expresión de profunda libertad… especialmente libertad respecto de lo que piensen los demás. Es difícil, porque lo que hace una persona puede activar inseguridades en otra persona… ¿Me lo vais a contar a mí, que antes de transitar llegaba a sentir rabia y odio por casi cualquier cosa que hicieran mis amigas para autoafirmarse? Y me salía la Inquisición del alma, encima…

¿Cómo era que lo disfrazaba? Ah sí, “que solo lo natural era bello”. 2022: Hola, aquí os habla una cuyas tetas son un producto del estradiol sintético 🙋🏻‍♀️

Me he centrado mucho en el cuerpo en los últimos párrafos. De algún modo, es lo que choca más y lo que más guerra despierta. Sin embargo, como decía al comienzo, la búsqueda por quererse más también pasa por cambios en el alma. Y aunque en la sociedad parezca –bendito subjuntivo– que aceptamos mucho más los cambios espirituales que llevan a la aceptación… pues… no… Es igual que el cuerpo: se aceptan más los cambios ajenos que son cómodos para el resto.

Un ejemplo que se me ocurre es el de quien abandona una carrera universitaria de “las seguras” –you know the type: Derecho, Medicina, ADE, blablablá– por una vida artística o por montar una empresa o, simplemente, por una carrera también universitaria pero “menos segura” –you know the type: Filosofía, Historia, incluso las ciencias puras–. No solo se ponen de los nervios los padres… Se ponen de los nervios los amigos, los antiguos compañeros de clase, y el “¿Pero estás segura?” resuena por todos los pasillos, junto al “¿Y qué vas a hacer ahora?”. Añádase el típico: “¿Y si sigues la carrera y lo otro lo vas haciendo como hobby?”.

Y eso afecta mucho. Coarta. Es el instinto protector de los demás en alerta máxima… y mal. También está un juicio de que la persona no sabe lo que está haciendo con su vida y que, probablemente, sea inmadura… que tiene pájaros en la cabeza… “La vida no es así”.

Yo a mediados del doctorado empecé a mostrar signos de que no quería acreditarme. La acreditación académica es un invento burocrático que te da acceso a ciertas plazas más avanzadas… como una pre-oposición, pero sin examen. No quería acreditarme porque estaba bien segura de que no quería seguir en el mundo académico. Buenoooo, cómo se ponían mis compañeros de posgrado, por favor…

Por supuesto una tiene más fuerza en ciertas cosas que en otras. Y yo, en este momento, tengo cositas pendientes que tengo que trabajar para aceptarme, para quererme más… algunas exigen cambios… Si es que… a ver, que me conocéis, que si escribo de cualquier cosa es porque yo necesito aclararme, aunque a veces esconda más o menos qué me pasa…

Sí, en este momento hay un cambio que se me bloquea por… bueno… voces de fuera.

“¿Y si escribieras sobre ello?”, me dice una voz que conozco demasiado bien…

¿Y si…?

(¿Continuará?)


  1. Hablo de lo que he observado en parejas duraderas que conozco… yo aquí mucho no puedo hablar. ↩︎

  2. Por hablar de algo desagradablemente común en el mundo de la salsa: la de amigas que se han hecho un aumento de pecho por coacción de sus entonces parejas… Y, luego, normalmente sus parejas las acaban dejando. Sin embargo, esto no puede servir para condenar el aumento de pecho (y yo caí en condenarlo por esto en su día…). Lo que hay que condenar es que otra persona intervenga en el cuerpo de otra… ↩︎