“A nosotras se nos educa en el terror sexual”, me dijo una sexóloga en una de esas conversaciones que me acaecen. Bueno, la génesis de esa conversación está en un hilo de artículos y en una nube de debate público que se ha ido dando estos días sobre un tema en concreto, pero del que no me voy a recolgar. Más que nada porque, que algo sea una inspiración no implica que una deba identificarse con dicha inspiración.

Y en buena medida me descuelgo porque, justamente, quiero dejar el terror de lado… Mucha, mucha población cree que la educación sexual es saber evitar ETS y saber usar métodos anticonceptivos para evitar embarazos no deseados… o sea, apartar lo malo. Ahora se habla más también de red flags, que es apartar lo malo en el plano psicológico de las relaciones… Todo suena a reducción de daños –un año en una editorial dedicada a drogodependencias deja huella en tu vocabulario– y no está mal, pero… pero…

Las sombras

Aquí estoy yo. Mi “educación sexual” fue la del Opus… y curiosamente hay mucho en común en ellos con ese prevenir lo malo con el que se queda la población y las instituciones… En el Opus el anticonceptivo y el método de prevención de ETS es la abstinencia hasta el matrimonio… Es mala anticoncepción y mala prevención por pura chiripa… para ellos esos son efectos secundarios de lo que realmente les importa: que, según ellos, el sexo es un don divino cuya función es principalmente la procreación, que ha de ser sin barreras para la acción divina –o sea, un condón o los anticonceptivos hormonales son más poderosos que su dios y por eso él ha de prohibirlos–. Como es un acto de co-creación, debe estar santificado por el sacramento del matrimonio. El placer y la expresión amorosa en la relación sexual entre esposos no se prohíben –no son calvinistas–, pero se deja claro que son algo secundario… una consecuencia de la santificación sacramental…

Y si transgredes eso… el infierno, incluso en la tierra… Enfermedades, una vida rota, falsos placeres que solo traerán tristezas… “Mira lo mal que lo pasan las mujeres promiscuas” –ya, pero como dentro no conoces a ninguna, te lo crees– y qué mal va la sociedad por haber caído en los pecados de Sodoma y Gomorra… Los divorcios han dejado a la deriva las familias y, especialmente, a los niños… Los homosexuales saben que no pueden participar en la co-creación, por lo cual “reclutan niños”…

Terror. Terror sexual. Tu sexualidad pasa a ser juzgada por una divinidad, interpretada por una serie de señores. Quieres cumplir: no quieres equivocarte en elegir esposo porque no debes divorciarte de él… Ay de ti si eres sáfica y te gusta una mujer… trágate esos sentimientos, pídele a tu directora espiritual que te busque un hombre… o busca a un primo segundo… o quizás mejor la castidad… Es que hay que hacerlo bien ante el dios… y ante su virgen… Ay, la virgen ejemplar… Es que, en realidad, a ella se le dio el más alto honor justamente por no dejar que un pene entrase en su vagina. Santísimo himen de María de Nazaret, ora pro nobis.

Mi historia es más extrema que la de la gran mayoría de la gente, lo sé. Pero si tu idea de tener educación sexual es saber evitar problemas, ya sea ante ese tal dios y sus secuaces o ante los riesgos bien reales del mundo… por mucho que tengas una vida sexual activa, tu visión de la sexualidad va a ser negativa; la va a dirigir el terror.

–Sé que lo hago mal, pero es que…

Eso me lo dijo una amiga un día que estábamos en un grupito de amigas comiendo una pizza en un bar. Ella sistemáticamente dejaba que sus parejas sexuales no usaran protección con ella a sabiendas en una fase no-monógama por la que pasó. Ella conocía los riesgos; no la detenían… pero ese día, en confianza, entre otras amigas, sin hombres en la mesa…

–Sé que lo hago mal…

Culpa.

El terror no se manifestaba en ella en una parálisis como se manifiesta en mí. Se manifestaba de otro modo: en miedo al rechazo que pudiera sufrir si le exigía a un hombre usar condón. Arriesgaba en su salud, pero buscaba cumplir en el de las expectativas de los demás. Su terror sexual era el no ser deseada y, luego, se torturaba y el terror que le venía encima era el doble… Lo estaba haciendo mal, porque estaba violando los principios en los que había sido educada: principios de reducción de riesgos… sin quedarle nada más… el mal estaba definido sobre prácticas… Pero transgredir y ponerse en riesgo no es vencer el terror: es casi darle la razón. De ahí la culpa y el decir “Sé que lo hago mal, pero…”.

Mucha gente parece estar sexualmente rota. Yo lo he estado por culpa de los dementes del Opus. Otras personas lo están por otros motivos. Sin embargo, lo que nos une es que estamos follando a escondidas de nosotros mismos. Con miedos. Miedos distintos. Pero miedos. A veces transgredimos para sentir el chute de valentía… pero el miedo sigue. Y todo es porque, en el fondo, seguimos pensando en la sexualidad como algo misterioso, arriesgado, ¿prohibido, aunque nos veamos “abiertos”…? En definitiva, algo que está en una dimensión distinta… Yo caigo en eso también… por qué soy tan extrovertida hasta que me percato de que está entrando un componente erótico en juego, aunque las habilidades sociales sean las mismas… Quizás porque creo que estoy entrando en otra dimensión separada de la “normal”.

Pero es que no podemos mirar nuestra sexualidad a través de la lente de las sombras. Entonces nos quedaremos en, simplemente, cómo no pasarla mal, con destellos de placer… teñidos del color cenizo de nuestro terror arraigado. No, es hora de hablar de la luz.

Enciendo una vela y la alzo al cielo.

Las luces

Comienzo con timidez. ¿Cómo explicaría alguien como yo el lado positivo de la sexualidad? Tampoco quiero caer en los clichés fáciles de confianza, comunicación, pasión, conexión… porque todos esos clichés se van a la basura cuando se confrontan en el alma de alguien aquejado por el terror. Creo que tengo que escribir esto como si lo explicara para mí misma.

Uy. Esto se complica.

Yo digo muchas veces que la sexualidad es humanidad. Los animales no tienen sexualidad, aunque tengan sexo, porque en ellos no juega de ningún modo ni el deseo ni la identidad, que son fundamentales para nosotros. Deseamos a partir y hacia una identidad: Me gustas. Te gusto. Me gusto a mí misma. La sexualidad no es solo la mecánica, sino que en ella está muy presente quiénes somos, por dónde hemos pasado, qué queremos de ese encuentro, qué no queremos, por qué estamos aquí, por qué hemos dejado de vernos, ¿volveremos a vernos?, me gusta cuando me tocas así, me encanta escucharte hablar, ¿quieres ver una peli?, me aburro… ¿vienes a casa y echamos un polvo?, no me apetece, tengo miedo, me has hecho perder el miedo, no sabía que esto me gustaría, ¿probamos?… La mecánica es lo de menos.

En esa humanidad nos podemos cuidar o descuidar. Todo lo que tiene que ver con prevención de lo malo es, simplemente, cuidarnos. Realmente no hay más. Es expresión de que queremos que nuestro momento sea un momento de cuidado. No es simplemente evitar que nos pase algo que no queramos, sino que podemos y yo creo que deberíamos mirarlo siempre como una acción positiva más que demuestra que nuestro sexo es con amor. El amor puede verse y sentirse de muchas maneras, pero lo que siempre tiene en común es que queremos que el otro esté cuidado, bien, que no reciba daño… o mucho más, que reciba algo bueno.

Siento que estoy diciendo una obviedad… Seguramente, pero es que muchas veces las obviedades son justo las cosas de las que nos olvidamos más.

Un impulso así es mágico. Es un impulso que nos lleva a superar nuestra individualidad para buscar otra porque encontramos en aquella algo que nos gusta… y el cuerpo cambia en ese impulso y nos regala sensaciones que no son solo sensaciones: son parte de la historia con alguien. Y también son parte de la historia con nosotras mismas. El autoerotismo también es una búsqueda que hacemos, solo que de esa parte erótica que está en nuestra alma y, al final, también es un diálogo entre quiénes somos, cómo nos queremos ver, qué queremos, qué sentimos, cómo, nuestra historia de vida…

La verdad, me siento un poco hipócrita en este momento. Sé que he dejado de lado esa sensación escabrosa sobre el sexo que tenía hace un tiempo, pero siento que no soy digna de escribir bien de esto si todavía me aqueja tanto miedo, si todavía me ata para dar pasos hacia el sí…

Esa, la del párrafo anterior, es mi vulnerabilidad que lleva años queriendo salir… “Di sí; ¡muéstrate!”. Resulta que, como es mostrarse, la vulnerabilidad es luz. El sexo sano no es una dinámica de poder; es una dinámica de vulnerabilidad. Cuesta ser vulnerable, especialmente si te han metido el miedo en el alma y en el cuerpo… es que el miedo te distorsiona la mirada para ver solo dónde está el poder: el que puede vencerte, claro está. Pero no, la sexualidad bien vivida se nutre de la vulnerabilidad… Yo reconozco que la mayoría de las veces que me masturbo comienzo medio llorando. Es ahí donde me permito que la vulnerabilidad salga a flote: encontrándome conmigo misma… y es cuando me dejo llevar por ella que sale a la luz todo el oleaje de sensaciones. En general, las mejores cosas ocurren cuando dejamos que la vulnerabilidad nos acoja y nosotros a ella. En todo. La sexualidad es vulnerabilidad y por ello es un lugar donde hemos de poder confiar… y donde confiamos si vemos que sí.

Confiar no borra el miedo, al menos no de inmediato. Confiar es quitarle el poder. Yo aquí me diría que confiase y esas son las palabras más difíciles que se me pueden decir.

Me tienta volver a las sombras, hablar de la nube negra que acaba de cruzarse por mi corazón… No, Ariadna, mantén la vela en alto. Ya no son horas de tinieblas.

El amor existe. Y creo que hemos de volver a hablar de amor cuando hablamos de sexo. Sí, muchas veces amor se reduce socialmente a lo que algunas llamamos mito romántico, pero realmente Eros –mi querido y odiado– es mucho más. Vaciar la sexualidad de amor es transformarla en mecánica y, a su vez, llenarla de amor no quiere decir volver a viejos paradigmas opresivos. No, llenarla de amor significa llenarla de humanidad y de significados compartidos, de ese saber que tú me vas a acompañar y cuidar y yo a ti lo mejor que podamos, que cometeremos errores pero intentaremos remediarlos, que nos sabremos un poco inútiles, pero que queremos jugar para un rato, para mucho rato, para toda una vida o para un tiempo que no conocemos o no queremos definir… con una sola persona o con todas las que queramos… Eso ya es la libertad… pero que en nuestras elecciones siempre haya amor, sin importar la forma del vínculo.

Yo creo que esa, la del amor, es la luz más importante. Es la que todavía me quema los ojos porque no estoy acostumbrada a esa luz. Es esa luz la que te indica: “Oye, no pasa nada por tener miedo, pero dilo, no vas a ser menos…”, “Pongamos los medios para que nos sintamos seguras”, “Me pasa esto y no sé cómo hacer”, “Me gustaría conocerte, ¿quedamos para un café?”.

A mí me hubiese gustado que me enseñaran esto en vez de cargarme con miedo… A mí me gustaría que me hubiesen explicado que un beso tiene el significado que le demos las dos. Que alguien puede desearme a mí porque me quiere y le gusto. Que tengo derecho a expresar el deseo… Que hay mucho de bonito en que los seres humanos tengamos esta forma de acompañarnos y querernos y que no es ofensiva, ni sucia, ni mala. Que nuestra vulnerabilidad es una virtud.

Me estoy sintiendo la peor mensajera posible de este mensaje, pero lo lanzo casi con un grito, porque estoy harta del terror. No, no sé compartirme aún y vacilo mucho entre sentirme preparada y terriblemente incapaz, pero sé que se trata de compartirme y no de un sinfín de reglas, precauciones y obligaciones y expectativas inventadas. Sigo sosteniendo la vela… Al menos, quiero que brille… y nos haga ver la sexualidad iluminada y alegre, con la luz que se merece.

Espero que la luz me inunde por completo. Que nos inunde a todos por completo.