Unas llamas suaves comienzan a lamerme el pecho, pero por dentro. Su raíz está en lo secreto de mi sexo. Nacen de ahí y trepan como arañas rápidas y sigilosas hasta mi corazón, extendiéndose a mis senos. Alguna se escapa a mi cuello. Necesito llevarme la mano al esternón. No es calor. Es como un viento cálido con olor a jazmín.

Me miro en el espejo, desnuda. “Mira en qué mujercita te has convertido”, me dice una voz amable. Me saco un par de fotos con el móvil. Confieso mi vanidad, pero es que he aprendido a agradecer todos los días mi cuerpo. Las lenguas de fuego me lamen proponiéndome que me recueste y juegue un poquito conmigo misma.

El pene crece un poco. Crece delicado. No molesta ya. Molesta solo por teoría. Molesta solo cuando estoy baja de energías. Molesta solo si yo permito que moleste. Borracho de estrógenos, su erección es suave, el orgasmo es de placer y los olores son otros. Pide mimos de arpa, no percusión. Pide lo que mi alma pide desde hace siglos.

¿Estamos haciendo las paces? No lo sé. Ay… Me toco. Me sonrío.

Solo sé que ahora estoy bien. Me llevo las manos a mis piernas, me acaricio, presionando suave hasta las ingles. Las llamas se hacen más altas, pero suaves. No es un calor que me consuma. Es un calor como el que da una chimenea en invierno: calor que me revive, no me quema.

Mis pechos me piden un pellizco. Me excita. Me duelen mucho, pero me llenan de alegría. Los pezones tiernos y la piel suave. Me sigo mirando en el espejo y me sonrío más.

Estoy bien. Estoy más que bien. Soy libre.

Me levanto de la mesa sobre la que estaba sentada, me miro la espalda y me recuesto en el sofá. Tentaciones todas, pero quería saborear mi estado antes de entregarme a Eros. El móvil vibra. Me ha escrito una amiga preguntándome una cosa. Ya le contestaré. Modo avión. Adiós mundo. Hasta en un rato.

He descubierto que soy un mar de sensaciones. Que soy tremendamente física en mi erótica. Yo, que me escondía detrás de las palabras y cubría mi piel para que no me tocaran… Resulta que me he mentido. Resulta que adoro que me toquen. Resulta que quiero que me cojan con cariño, pero bien. Resulta que el miedo era todo mentira.

Puedo sentir mi corazón bombear la sangre hacia mis mejillas. Sangre que puedo decir que es sangre de mujer. Y la sangre lo cambia todo. Te cambia la mirada. Te cambia el deseo. Ahora es deseo de verdad, honesto, dulce y amoroso. Es un deseo como las llamas que guiaban mis manos hacia mi intimidad.

Me paso el dedo por el análogo del clítoris. Quizás debería eliminar lo de análogo. Me siento conectada con el templo. Seré diferente, pero vosotras os encargasteis de enseñarme que siento cada día más lo mismo. ¡Qué miope he sido! Pero ya no.

Me siento como flor en primavera. Exhuberante. Abierta. Exhibicionista. Orgullosamente erótica. Sin vergüenza. Preparada. Con ganas de libertad. Con ganas de compartirme en las habitaciones más recónditas y que me comanden los labios y las manos de alguna otra selecta dama del Club de Playa de aquella isla griega y de compartir a viva voz la libertad que he aprendido a vivir… Yo, adoptada, pero mi corazón y mi eros, mi mente y mi sexo… mi yo entera, Ariadna… acepto la corona de lavanda… Es que…

Saco del cajón el vibrador.

Ya no quiero sentir la vergüenza. Me divorcio de mis penas. Quiero enamorarme de mis alegrías… y casarme con ellas. Alegre, contagiaré alegría… y con esa alegría, el amor valiente y la valentía amorosa que nos debemos todas para romper las cadenas con las que nos quieren atar… a todas, a las nacidas y a las adoptadas.

Y comencé mi viaje de ondas suaves y mimos, sin prisas… solo entregada a las llamas.