Tengo el deseo enjaulado. ¿Y si lo desenjaulo? Mi mente me pide que no, que lo pasaremos fatal… pero ¿y si me lo dice porque aún duelen las heridas? Mientras tanto, mi corazón sigue triste. Dice que no lo mate de hambre. Y yo, enfadada, me rindo… Decido que me encierro. No, no quiero que me vean.

Pero sí quiero que me vean. Tengo pánico, pero quiero que me vean. Me miento con tal de buscar una seguridad que no existe: no, aún no… ya en un tiempo… así no… cuidado… es que…

Me enjaulo porque paso vergüenza. En la jaula me quedo tranquila.

Vergüenza de que se vean mis heridas, las del alma. Vergüenza de que recorran mi piel. Vergüenza de gustar. No merezco gustar. No merezco que me toquen. No merezco amor. Ni siquiera el mío propio.

Esos son los barrotes de mi cárcel.

Hay días en los que soy capaz de salir de ella. Es que la carcelera soy yo misma. Yo tengo la llave; puedo salir cuando quiera. Salgo y me encanta, pero siento que mis piernas flaquean enseguida y que me siento desorientada y perdida. El deseo me lleva a andas y me entra una culpa enorme… No, no, así no… De pronto la vida me ofrece un regalo… Me aterro. No, no, así me da vergüenza… Vamos dentro de nuevo… aunque lloremos toda la noche.

Recuerdo un dedo acusador. “Eso no se hace” era la frase que repetía. Todo debía estar dentro de un orden. Todo debía ser según sus reglas. ¿El cuerpo? Fuera de las reglas. Y mi cuerpo y mi deseo, pecado capital.

Vergüenza por ser mujer pecadora. ¿Qué haces cantando a Lesbos, pagana viciosa? ¿Qué haces recorriendo tus ingles con la yema de tus dedos, pervertida infernal?

Y me enjaulo… y me vuelvo una sombra que pido que me dejen en paz mientras lloro porque quiero que se pose una mano en mi cintura. Me enfado, me revuelvo, me confundo y me golpeo contra los barrotes. Miro la llave, colocada en la cerradura, y pienso en tirarla lejos o tragármela…

Recibo alguna visita. Nadie entiende por qué sigo dentro de la jaula. Ni yo. No dejo entrar, ni dejo que nadie abra la puerta para que yo salga. La odio, pero es donde paso los días… salvo aquellos días que me atrevo a salir, pero salgo cansada.

El mar es imponente, pero yo no sé nadar… Me han querido enseñar, pero me he hundido cada vez. No quiero llevarme a nadie conmigo, así que ni me acerco a la playa. Sin embargo, en esas noches sola, sueño con el mar. Sueño con alta mar, navegando en un velero blanco, de velas desplegadas que resplandecen seguras bajo el sol.

Me creí todo lo malo que me dijeron y me creí todo el odio que vertieron en mí. Y me quedé en una jaula. Me quedé sola en la playa, cuando zarparon los veleros. La vergüenza y el enfado se ponen a bailar en círculos en torno a mí.

Me desnudo. Me gusto desnuda. Pero me lo guardo para mí. Al menos para mí no es tan pecado ni es tan malo. Les doy la razón a los malos, que son los malos aunque se llamen santos a sí mismos… porque el dolor para mí es lo fácil.

Suspiro desesperada.

No, no es amor ajeno lo que busco. Lo que busco es amarme yo. Lo que busco es quitarme la vergüenza. Lo que busco es que se callen las voces del pasado que me taladran la cabeza. Lo que busco es…

Que desaparezca la jaula en la que me meto yo sola… Y que cuando se diga mi nombre, ya no se pregunte el mundo: “¿Por qué, Ariadna, sigues entrando ahí?”.