Hay días, algunas veces tardes, en las que me invade un cosquilleo. Es un cosquilleo que parte, normalmente, de dos puntos simultáneamente: del perineo y de la punta del glande. No es muy frecuente, ni me viene por ninguna razón aparente… y si no le hago mucho caso, simplemente, desaparece sin rastro hasta nuevo aviso.

A veces le hago caso, claro. Y esas veces, dejo que el río siga su curso. Me voy poniendo a tono especialmente con las manos, siguiendo los deseos de mi cuerpo. A veces parto por los muslos, otras por los pies, rara vez por los pechos, muchas veces por las yemas de mis dedos hacia los brazos… Procuro estar cómoda, arropada. Si hace mucho frío, me voy bebiendo un té. Si me apetece –poquísimas veces, la verdad– jugar con la puerta de atrás, me preparo un rato antes.

Es un ritual. Siempre hay una vela encendida y música de relajación.

Hay un juguetito que me cambió la vida y que me ha permitido volver a disfrutarme. Lo siento, el método tradicional con mi pene ni me ha gustado nunca, es incómodo físicamente –no entro en detalles… ya son muchos– y ni me da mucho placer. Digamos que me van más cómodas las vibraciones que las fricciones.

Me gustan las ondas pausadas y el orgasmo que se alarga. No tengo la dicha de haber probado más de uno por sesión, pero el que me regalo me encanta. Y tantas veces al acabar me pregunto por qué no lo hago más seguido… Me suelo mirar en el espejo desnuda, sonriente, con el pelo de cualquier manera… y me gusta verme y sentirme así…

Pero todo esto fue una conquista que me costó décadas –literalmente– de autoconocimiento, de aceptación de mí misma, de quitarme prejuicios y de dar los pasos para sentirme bien conmigo misma para poder masturbarme con libertad y gozando.

La vergüenza

Si habéis llegado hasta aquí, ¡felicidades 🥳! Tenéis demasiada información sobre mí 😅 No me gusta desnudarme tanto si no es para algo, sin embargo.

Mi relación con mi cuerpo ha sido pésima la mayor parte de mi vida. Eso lo he ido contando muchas veces aquí. Con mis genitales, peor. Ya sabéis que vengo de un entorno ultraconservador y muy puritano, en el que todo lo sexual se entendía bajo la prohibición divina excepto si se hacía “según las reglas” que ya os imagináis: matrimonio (cisheterosexual, claro) y sin ningún método anticonceptivo excepto calcular días1 y, claro, metiendo culpa incluso si se hacía eso. De ese entorno muy sana no iba a salir, la verdad.

Yo le tenía pánico y horror a mi pene. No solo por fisonomía… era más porque lo veía un poco como algo prohibido. Ey, que en mis tiempos de testosterona en la sangre, evidentemente que me masturbaba, pero era con muchísima, pero muchísima culpa. Era un automatismo, casi. ¿El ritual que he contado arriba? No existía… ¿Cómo iba a existir? Era todo una especie de rabia condensada que acababa en una contracción, no en un orgasmo.

Y muchas veces acababa llorando.

Y no hablemos de las poquísimas veces que he tenido relaciones.

Cuando di el paso de transitar, yo cargaba con toda esa rabia encima. Yo tardé casi un año entre que salí del armario y comencé el tratamiento hormonal y en ese tiempo, la verdad, la rabia seguía ahí. Por entonces yo decía que era lesbiana, pero era por inercia. Realmente no era la lesbiana consciente que soy ahora. Y una de las barbaridades que decía era que me prohibía estar con nadie sin pasar por quirófano antes.

Pues sí, querido o querida lectora… La que ha escrito esa apología de su pene antes estaba convencida de que su sexualidad tenía que estar subordinada a una operación.

Sentía vergüenza a un nivel visceral. Esa vergüenza creo que estaba alimentada por el hecho de que… es que yo no conocía realmente mi propio placer. El pene me sobraba, me hería y me lo quería sacar de encima.

Pasó el tiempo, entraron los estrógenos a mi cuerpo y… las hormonas te cambian. Lo he contado muchas veces: no solo son las tetas o la grasita en las caderas o que te mejora la piel… También es la relación con tu cuerpo. Ya el hecho de comenzar a tomar las riendas de tu destino yo creo que hace mucho a nivel psicológico, pero también está el cambio de tu relación con el mundo… Como me pasó a mí, por ejemplo: descubrir con horror cómo un amigo de muchos años se me quedó mirando las tetas incipientes que tenía y luego me acabó de incomodar con un gesto que no me gustó nada… Esas cosas te cambian y son efectos “terciarios” de las hormonas, por llamarlos de una manera.

Y también te cambian las sensaciones. Aquí varía todo mucho según cada quién –las chicas cis me vais a entender enseguida: ¿a que a todas los anticonceptivos os afectan súper diferente?–. Yo tuve una época al inicio en que casi no tenía ganas de tema, que fue uno de los factores que me hizo creer que era hetero… Luego descubrí una libido incipiente que no entendí y que… bueno… no quise entender, así que sucumbí ante la Biblia y me inventé –por tercera vez en mi vida– una especie de voto de celibato.

Ya, pero los estrógenos siguen haciendo de las suyas… aunque la testosterona esté ya en niveles femeninos… Oye, que eso que la excitación viene de la testosterona es mentira: viene de la cabeza, pero los estrógenos también se encargan de activarla, ojo.

Al final todo al diablo y no me quedó más remedio que explorarme de verdad. Se cae la fachada heterosexual y, de repente, me encuentro con que… eso da gustito.

Un proceso integral

Me costó encontrar qué me gustaba y qué no. Hoy, por ejemplo, puedo decir que por atrás me hace ni fú ni fa: solo me gusta usar algún plug de vez en cuando, sin más… pero he probado otras cosas sin mucho resultado. C’est la vie: que no se diga que no lo he intentado… y quizás es que sola no me haga gracia. Quizás acompañada sea otra historia. Dejo la puerta abierta.

Dejo la puerta abierta… ¿Sabéis el avance que significa eso?

No. No ha sido fácil. No ha sido fácil aceptar… Qué digo aceptar… ¡Que me gusten mis genitales!

Pero fue un proceso integral. Yo pude conseguir esto mientras en paralelo fueron pasando cosas, conseguí otras… Y en ese proceso el alma, el corazón, esa parte que nos hace más que un cuerpo ha sido la llave para conseguir hoy en día que yo esté a gusto con esa parte de mí, no solo fisiológicamente, sino especialmente por las sensaciones.

Ya, pero necesité la muleta bioquímica del estradiol –y antes, también de la ciproterona–. Y en otras cosas, he necesitado otras muletas. La depilación láser es una muleta… y sí, aunque si hablara estrictamente del vello sexuado –o sea, el vello que es notoriamente masculino–, solo tendría que quitarme el de los brazos,2 del torso y la barba… Ya que estamos, por qué no entramos en lo estético y vamos a por otras cosas, ¿no? La estética también es una muleta válida…

Eso sí: muletas.

¡La de veces que he tenido que quitarme de encima la idea horrible de que si no consigo hacerme esto o eso otro no soy buena trans o no soy mujer! Ahí estaba poniendo la muleta en el papel de las piernas que debía rehabilitar, ¿no? La tentación era muy dura especialmente cuando estaba pasando por momentos de cambios.

La motivación de por qué hace una las cosas lo es todo. Y yo he encontado unas reglas que me sirven a mí para distinguir si estoy pensando en un tratamiento o algo con actitud sana o con una actitud que, en realidad, esconde algo malo:

  1. Si lo que me molesta de mi cuerpo se me ha ocurrido en medio de un malestar general (ansiedad, tristeza, un mal día), lo descarto porque entiendo que estoy echándole la culpa a una parte de mi cuerpo de un malestar que viene de otro lado.
  2. Si lo que me molesta es concreto (por ejemplo, me molestaba que me estaba quedando calva o no tener pecho) y es estable, me planteo que tengo un asunto pendiente que quizás merezca un tratamiento, pero intento buscarle también una vuelta psicológica. (Pero, claro, la calvicie es por culpa de la testosterona… poca psicología iba a funcionar ahí… Y, de hecho, ha sido extraordinario que las hormonas me recuperaran tantísimo el pelo).
  3. Si es estético y que es estético ni le doy ninguna vuelta: si me apetece, lo hago si las circunstancias lo permiten… pero sí que me pido tener clara que la motivación es estética y no maquillarla de otra cosa. Me pido honestidad. Por ejemplo, depilarme la zona íntima. Eso es un puro capricho estético y no me voy a culpar más por ello como llegaba a hacerlo “porque lo estético, mal”. Pues no, si una tiene claro qué es, adelante 😌

Ese “algoritmo” –cómo se nota que escribo código a veces– viene de muchas noches de llanto, de mucho sufrimiento, de muchas dudas y de mucha ayuda que he recibido de mis terapeutas, lecturas, consejos… Sí, es súper fácil tirar aquí la solución a la que he llegado, pero… de verdad… Primero, es mi solución en mis circunstancias –tener un cuerpo tan andrógino de partida es un privilegio del que soy muy consciente–. Segundo…

Lo segundo mejor que lo escriba en una sección nueva.

La validez de los cuerpos

Una amiga trans una vez me lanzó una pregunta: “¿Cuál es el límite entre lo que necesitamos y lo puramente estético?”. Por ejemplo: que yo quisiera tener pecho, ¿no tiene una parte de estético también? Hay mujeres cis que casi no tienen pecho. Vale, sí, incluso ellas tienen los pezones femeninos que un cuerpo masculino no tiene, pero eso no se ve si vas con ropa… ¿Para qué te metes estradiol, entonces? ¡También puedes ser una chica plana!

Os vais a reír: Sí, el pecho que tengo ahora me encanta, pero me parece un poco muy grande para las expectativas que me había hecho y ahora ando un poco mosca por si van a seguir creciendo –y entonces crisis económica por tener que reemplazar los sujes–, porque sé que las pastillas tienen más efecto ahí que la hormonación por spray que usaba antes. Que no, que no me voy a hacer una reducción… pero para que veáis que planificar esto es imposible.

Hay que aceptar.

Ya, ¿pero qué es lo aceptable? Cuál es el límite de lo necesario y qué es ya más capricho. Sería súper fácil que yo ahora dijera que las mujeres trans que se ponen implantes en los pechos después de los efectos de las hormonas están haciéndolo por capricho… Ya, porque yo estoy del otro lado del privilegio, obvio… Pues no, ni me puedo imaginar la situación que pueda tener una mujer trans que decide pasar por quirófano para eso; ya sea por necesidad o por estética, a mí no me ha tocado esa experiencia.

A mí, por otro lado, me ha tocado pelearme con cosas mucho más psicológicas. A alguna amiga mía –cis o trans, da igual— quizás le parece absurdo que yo sea tan timorata sexualmente.

Pero volviendo a los cuerpos, yo creo que, sí, muy bonito el algoritmo de antes, pero que hay muchas áreas grises. Sin embargo… una quiere que la vean como mujer… y eso, queramos que no, tiene unas… voy a llamarlas “guías” sociales. Biológica y culturalmente tenemos un concepto de cómo se ve una mujer, comparada con un hombre… y podemos ponernos bravas o no contra la existencia de esas guías –yo no–, pero es que existen… y, por tanto…

La tensión es difícil de resolver, la verdad. Mi forma de resolverlo es como dije antes, pero aun así las dudas a veces son complicadas: “¿Quiero esto por presión social, por miedo a que me vean como chico o porque lo quiero para mí?”. Ahí entra el canon de belleza muy fuerte… Y luego tenemos mensajes bien intencionados que nos dicen: “Todos los cuerpos son válidos”… que sí, pero a una persona –cis o trans– que tiene un malestar genuino con una parte de su cuerpo, quizás es que necesita la muleta de un tratamiento o de una cirugía o de una rutina de gimnasio o lo que sea para poderse sentir en su cuerpo.

No somos ángeles. Sí, todos los cuerpos son válidos pero tiene que ser válido, primero, para quien lo lleva. Y sé que es peligroso decir esto porque puede parecer que estoy legitimando vivir en el quirófano o hacer dietas dañinas o matarse en el gimnasio hasta el punto de la lesión… Pues no, pero yo no veo el alma y el cuerpo de forma separada ya… Para mí son lo mismo y no me pidáis que lo explique porque no sabría… A lo que voy es a que una parte puede alimentar y nutrir a la otra…

Y creo que la transexualidad lo demuestra de una manera súper bonita. Al menos en lo que yo he observado, las transiciones bien llevadas son las que han equilibrado –con muchísima valentía– qué sanar por psicología y qué sanar por el cuerpo.

Es un diálogo que haces en tu interior y, luego, también con la sociedad. Al final cada uno –cis o trans– decide qué está dispuesto a cambiar de cara a los demás, qué no y por qué. Y yo creo que lo de “todos los cuerpos son válidos” es mejor rehacerlo en algo así como “todos tenemos derecho a buscar una relación buena con nuestro cuerpo del modo que creamos conveniente”, pero como eslogan es demasiado largo… ya lo sé.

Para mí verlo así ha sido liberador, porque le ha dado sentido a que quisiera hacer cambios y a que no los quisiera hacer. De algún modo me ha ayudado a concentrarme en que lo importante es el resultado en su conjunto de la vida que consigues crear…

¿Libre? No, en proceso.

Quien me siga en redes o en este blog sabe que todavía sufro mucho por cómo me juzgo y por miedos como, por ejemplo, qué va a pasar cuando quiera conocer a alguien. Vamos, que me puedo masturbar con muchísimo placer hoy en día, pero solo es un paso.

Es un proceso integral y yo creo que no acaba nunca. La edad y las experiencias nos hacen cambiar las prioridades, podemos arrepentirnos de cosas que hemos hecho y que no tienen vuelta atrás –y tocará aceptarlo– o darnos cuenta de cosas nuevas. Quizás de aquí a un tiempo me decido a retocarme algo… o yo qué sé, quizás descubro cosas nuevas sobre mi sexualidad que ahora ni me imagino.

Lo que sí que creo es que el alma tiene que estar siempre abierta y la tenemos que escuchar y escuchar también nuestro cuerpo… y prestar atención a ese diálogo. Y saber que no hay una fornula mágica… bueno… sí, la hay: la honestidad y la compasión con una misma.

Yo hoy por hoy he descubierto un paraíso carnal que tenía dentro de mí dormido y que, sí, pasando por mucha vergüenza y mucha culpa, lo he despertado. Y así con todo, también con mis emociones. La liberación está en ese proceso, creo. Sí, hay culpa y vergüenza en otras áreas de mi corazón… pero como que una aprende la receta propia que tiene una y la va usando, poco a poco, para conquistar nuevas metas.

Y ese es el viaje… para orgasmos, para sentirte segura o seguro, para aprender a vivir la propia nueva vida, para aprender a vivirte en tu cuerpo –sea como sea–, para cambiar lo que no te guste sin importarte el juicio ajeno o tu propio juicio… Para vivir, ¿no?

Y sí, quizás mis viajes orgásmicos han sido un gancho ingenioso para llevarte por otro viaje, el que de verdad me importaba. Ya sabes: no te fíes mucho de la Filóloga, que trucos… trucos tiene miles con la palabra y la lengua 😉

Con mucho amor, porque sé que es difícil, pero vale la pena ❣️


  1. Y ahora en redes sociales veo tanta publicidad de “métodos” así, que meten miedo sobre los anticonceptivos hormonales… Es retrógrado, pero con embalaje postmoderno. Haced caso a esta transexual que jamás ha tenido ni tendrá la regla, pero que les llevaba la cuenta a varias amigas –no, ni idea de cómo me metía en esos fregados–: rara vez el ciclo es regular de forma natural. ↩︎

  2. La diferencia entre el vello masculino y el femenino en brazos es que el masculino es terminal. Por eso es más grueso y denso. Si existiera una tecnología para atenuarlo solamente, no me lo quitaría… Si hasta me parece súper sexy. Las hormonas pueden atenuarlo, pero suele ser después de muchos años, a dosis altas y ni es algo garantizado. ↩︎