Hay una ansiedad muy característica de las personas que hemos pasado por una infancia descontrolada… Como no nos sentimos seguras de peques, nos cuesta sentirnos seguras en el mundo de adultas y nos volvemos unas control freaks de cuidado.

Me pasa mucho que me quiero asegurar de que estoy en el lugar correcto. Y se produce esa paradoja un poco tipo Principio de Incertidumbre de Heisenberg: el hecho de medir algo afecta el objeto medido (y por tanto, afecta el resultado)… pues un poco parecido aquí: quieres asegurarte de que el mundo es seguro o de que tú estás en el lugar o forma correctas y al final… te pones más insegura tú y consigues el efecto contrario…

Estos días que estoy un poco más tranquila, incluso en mi cuerpo, me he dado cuenta del “mal negocio” que es la actitud esa de control. He podido salirme un poquito de mi zona de confort estos días sin destrozos psicológicos y eso es muy, muy, muy bueno. La cosa es mantener esa actitud para que no sea solo un golpe de suerte, por decirlo de alguna manera. Bueno, poco a poco.

Todos buscamos pertenecer. Y yo busco pertenecer. ¿Pero cuántas veces nos paramos a mirar qué es lo que nos pertenece a nosotros? O sea, ¿qué es lo que ya está dentro nuestro? Yo muy poco. Vivo centradísima en lo que me falta y no siempre consigo ver el vaso medio lleno.

Estos días, sin embargo, he tenido los ojos menos cansados y la mirada más clara. También creo que me ha ayudado mucho estar un poco más en contacto con amigas…

Primero, lo más atávico: el sentimiento de que te pertenece tu cuerpo. No solo “habitarlo”, sino sentir los derechos que vienen de sentirlo tuyo. También los deberes. Un ejemplo tonto: que yo soy una loca del café lo sabe todo el mundo… ahora bien, estoy aprendiendo a que, depende de cómo me sienta, tengo un poco el deber de no beber demasiado si no me quiero hundir en una espiral de ansiedad y mal cuerpo. Otro ejemplo, ahora de un derecho: tengo derecho a tener un orgasmo tranquila, sin juzgarme después… o pasarme la mayor parte del domingo en casa en pijama sin arreglarme y sin agobiarme como he llegado a agobiarme en el pasado por estar así. O hacer una videollamada con una amiga yo totalmente desarreglada, si total nos conocemos de hace años. Otro derecho que tengo.

He experimentado que me pongo mejor cuando siento que mi cuerpo me pertenece tal y como es, independientemente de deseos o ideas que pueda tener para el futuro. Eso sí, exige calma… Es tan fácil echarle la culpa a tu cuerpo de cualquier cosa.

Y de ahí, subo al sentir que el mundo y que lo femenino me pertenecen. Y eso es un paso que todavía tengo que acabar de dar. Creo –esto es una idea vaga– que lo vivo mejor cuando pongo mi alma en modo agradecimiento. O sea, cuando lo vivo con el corazón sin querer exigir nada de nadie, pero tampoco con el miedo de que me van a tratar mal –y que me merezco que traten así–. Es como un punto neutro que ayuda a saltar a la felicidad de agradecer cuando, naturalmente, los demás me tratan bonito. Esto no significa dejar pasar las faltas de respeto… pero se gana tanta paz cuando dejas de ver fantasmas macabros donde no los hay.

Ah eso sí, y puede parecer paradójico… para mí pedir permiso para ciertas cosas es mi forma de pertenecer a las mujeres en ciertos aspectos. Y me encanta. Me funciona, creo que ayuda a quitar del medio prejuicios propios y ajenos… No sé, pero para mí pertenecer no significa sentarme directamente en los asientos de honor sin preguntar. Es paradójico, pero lo vivo así.

Lo que sí es que muchas veces me quedo un poco con el quiero más cuando me siento así o alguien hace un gesto bonito conmigo. ¿Supongo que es normal? Lo que no es bueno es que, a veces, eso se vuelve un poco en mi contra. Creo que es sano si se mantiene como en una ilusión agradecida por las cosas buenas y fe en que vendrán más. Pero es una cuerda floja a veces.

Lo que me debería pertenecer más es la aventura. La vida es una aventura: nunca sabemos qué viene, aunque yo me obsesione con querer controlarlo y aun cuando en mi vida haya tenido momentos súper inciertos que conseguí superar. Cuando digo a veces que quiero soñar bonito es justo por esto: es que quiero recuperar la fantasía, que te da ese gustillo por ¿Uy y ahora qué? en plan bien.

Hay tanto por vivir y yo… bueno, seguramente no estaba del todo preparada para todo… y una se debe dar el tiempo también… pero hay que prepararse para algo, ¿no? Y obvio que una se prepara para mejorar las cosas. Para eso yo quiero aprender a soñar bonito –y no ser esclava de pesadillas catastróficas–, un poco para decirme: Lo bueno te pertenece.

Que mi corazón se llene de esta magia… 💜