Lilith y la víbora

Que el cuerpo de la mujer está híperregulado es algo que no necesita que lo explique yo. Desde la obvia presión estética que sufrimos todas hasta aquellas situaciones particulares que podemos vivir aquellas que estamos «demasiado» fuera del margen de lo definido como «normal», existe una vigilancia sobre el cómo nos vemos, cómo actuamos e, incluso, cómo deseamos, que radica, al final, en una mirada sobre el sexo femenino obtusa y caduca: las mujeres somos el sexo del parto.

La Buena Mujer es la que cumple con el mandato del parto. La Mala Mujer es la que no. Y, obviamente, el parto es mucho más que el simple acto de parir; el parto es solo el punto central de un universo de cosas que gira en torno a este, tanto antes de que suceda, como después… Dada la importancia del hecho de dar a luz, más le vale a la Buena Mujer estar preparada antes y continuar la dignidad del momento después… Antes, que sea decente y buena chica; después, que sea decente y buena madre.

El contenido de qué significa decente y buena, obviamente, varía según usos y costumbres, lugares y tiempos… Tenemos oleadas de más flexibilidad y oleadas de más rigurosidad… pero el núcleo pervive: nosotras tenemos más posibilidades de ser penalizadas por apariencia, fisionomía (y decisiones respecto de esta), comportamientos y deseos porque nosotras somos eso: «el sexo del parto».

Quienes hayáis leído algo de sexología reconoceréis en «el sexo del parto» una formulación quizás más coqueta de la vieja teoría del locus genitālis: los sexos reducidos no ya a funciones genitales, sino a una función concreta de estos… pero luego expandida a través de artefactos culturales porque eso es lo que hacemos los seres humanos una y otra vez. El parto nunca es solo el parto. El parto es parte de la maternidad y la maternidad, a la que se la decora con valores culturales como una determinada ternura, una determinada forma de expresar amor, una determinada forma de mostrar capacidad adulta (para criar) y un sinfín de etcéteras… Nada de eso tiene directamente que ver con unos determinados genitales, pero esos genitales (porque son los «dedicados» al parto) son los que se asocian a todo un universo de actitudes y normas que recuerdan a qué es ser Buena Mujer, porque esa Buena Mujer es lo que entendemos que es ser buena madre.

La chica de 15 años que está de fiesta pensando en cualquier cosa menos de encargarse de criar tres hijos y mantener la casa (porque la casa es el lugar de la crianza en nuestra cultura) está atravesada por las coordenadas de la maternidad «decente»: ahora puede ir en pantaloncillo corto, ahora puede liarse con quien quiera (pero con cuidado), ahora puede «hacer cosas de esa edad», porque luegoluego más vale que vaya actuando más parecido a alguien que pudiese ser madre, aunque decida no serlo. Que sea madre-símbolo si no va a ser madre-actuante. Es más, a veces podemos llegar a escuchar defender el derecho a los anticonceptivos o al aborto en chicas jóvenes porque «esa no es edad para que sea madre» (o sea, buenas madres)… lo cual está lleno de las mejores intenciones que hasta comparto, pero, a la vez, argumentos así a mí me fascinan porque el eje de coordenadas es el mismo que el de las miembros del Opus Dei, solo que en negativo… La adecuación de las acciones se ve evaluada según el parámetro de que ella, nosotras, seamos un buen «sexo del parto». Lo tecnificamos al punto de decir que, claro, a tales edades y en tales circunstancias, lo mejor es que no lo seas: ya lo serás más tarde, como símbolo en tu «feminidad» o como realidad.

(Cuando, en realidad, cualquier decisión sobre anticonceptivos o interrupción del embarazo se debería defender mucho más sobre la dignidad personal de poder determinar un proceso de sexuación… porque es que es un proceso de sexuación, pero es que este tema me desviaría mucho).

Que seamos Eva. Que no seamos Lilith. Y una mujer con una serpiente entre las piernas solo puede ser Lilith.

Hablo de la Lilith que se ha tornado arquetipo cultural, como contraparte de Eva. Lilith no existe en el Libro del Génesis, ni en ningún otro Libro de la Biblia, ni tiene realmente relación ninguna con la serpiente de Génesis 3. Su origen es bastante complejo y, si os interesa, os recomiendo la serie de vídeos del Dr. Justin Sledge (parte 1 y parte 2) como introducción a cómo una clase de demonios mesopotámicos relacionados con el insomnio y los sueños eróticos acabaron personalizados en una figura femenina «primera esposa de Adán» en la Kabbalah y, luego, en el imaginario popular como la Mala Mujer (con poderes ocultos) y símbolo para ciertos feminismos de la mujer insumisa, no solo respecto de Adán, sino de Yahweh también. Eva la madre; Lilith todo lo malo.

Mientras más actuemos y deseemos alejándonos del universo simbólico y conceptual que existe en torno al «sexo del parto», «peores mujeres» somos y más grande es la diana que nos cierne sobre la cabeza… Quizás no suframos ataques, pero sí la sospecha que implica el margen. La lesbiana es margen, porque, en principio, se aleja del sexo del parto haciendo suyo el deseo para con alguien del mismo sexo… Y ahí entran mecanismos de corrección como ese constante fetiche cultural sobre las «maternidades lésbicas». Cuidado, no digo esto para criticar a ninguna pareja de mujeres que decide pasar por un proceso de adopción o un tratamiento de fertilización, pero sí creo bastante evidente que existe un mecanismo de presentación discursivo de exaltación ejemplar de parejas de mujeres famosas porque es una forma de decir: «Bueno, puedes recuperar el hilo perdido un poco, como han hecho ellas, y aproximarte otra vez al Buen Lugar». Insisto: es la intención del discurso público lo que me activa ciertos anticuerpos, no la maternidad en sí.

Ya ni hablar de una mujer que resulta que tiene una anatomía genital que no es la vulva con útero fértil o un cuerpo que acompañe «correctamente» tal anatomía. Pensad en mujeres con discapacidades físicas o mentales incluso si no afectan sus genitales. Cualquier expresión sexuada en ellas se recibe por parte del entorno como menos, como problemática… porque ¿podrá ser Buena Mujer; esto es, Buena Madre, nueva Eva…? Como explica permanentemente Silvina Peirano, a la que recomiendo muchísimo, entre la infantilización deliberada que se hace de las personas discapacitadas y el «asco social» que se enseña para expulsar a estas personas del sistema del deseo (la expresión es mía), el resultado es que da igual si la discapacidad tiene algo que ver con la anatomía genital… Se regula a la mujer discapacitada «por las dudas» poniendo cortapisas, imponiendo nubes de sospecha (Ese malicioso «¿sabrá lo que es consentir?», cuando hay alguna discapacidad mental…) porque «el Buen Útero» no es realmente el útero, sino el sexo mujer entero…

Lo cual es muy interesante porque muestra cómo el locus genitālis tiene una contradicción interna increíble. Tanto definir que el sexo es lo genital por su supuesta función, pero al final, ya que como la función impuesta requiere mucho más que lo simplemente genital, es que se recurre torticeramente a una mirada desgajada de lo genital cuando conviene para poder sostener un locus genitālis que, por sí mismo, no se sostiene.

La lectora hábil se habrá percatado de que ni he referido a mi situación siquiera… a pesar de la foto deliberadamente problemática. Repito… ¿Qué hace una mujer que ya, por anatomía natal, queda excluida de poder dar a luz y, encima, posee los genitales más bien asociados a la inseminación… aunque sea incapaz de inseminar a nadie?

Un mecanismo es el de creer que una puede convertirse en aproximación pero no a la mujer, sino a Eva, la madre-símbolo… pero confundiendo a esta última con «La Mujer». Cuando una de nosotras cae en esto, es Lilith que intenta arrepentirse de ser ella misma sin darse cuenta de que no puede aproximarse a lo que ya viene siendo; es decir, mujer. Una mujer no puede aproximarse a ser mujer, porque ya lo es. Esta confusión puede darse de muchos modos, pero el más sencillo es el de confundir ser mujer con la femininidad codificada en torno al «sexo del parto». Vuelvo a que el problema no estaría en las acciones tomadas en sí mismas, que muchas de nosotras adoptamos ciertos roles de madre simbólica en nuestras comunidades queer, sino en la confusión que procede del engaño en el fondo. Una puede adoptar características y actitudes que proceden de esa codificación nefasta, pero quitándoles el poder ontológico de definición: Hago esto sabiendo, no porque lo necesite para intentar ser; ya soy.

En esa afirmación (ya soy), que es consecuencia de un yo soy quien soy que suena casi a un eco de Éxodo 3:14 del que nos podemos hacer parte todos, cabe la libertad tanto de la adopción de los adornos de la codificación femenina como la rebeldía, entendida como queramos entenderla: como separación indiferente ante los códigos o como oposición a estos. En el momento en el que somos, somos independientemente de lo que hacemos, aunque hagamos (o no) en el mundo por estar en él… Y por estar en él, confundimos hacer y ser permanentemente, porque una de las manifestaciones más palpables de que somos es, justamente, que somos capaces de hacer. Sin embargo, el hacer en realidad es esclavo del ser y siempre haremos según somos, nos guste o no…

Por tanto, las acciones de una mujer que contraviene los mandatos centrales o periféricos asociados a esa mirada de «sexo del parto» que se nos ha impuesto (que es una mirada que antepone una mirada del hacer a la de ser) son las de una mujer. La mujer que decide raparse el pelo es una mujer que se ha rapado el pelo y es una mujer que lleva el pelo rapado mientras lo lleve rapado y seguirá siendo mujer mientras decida llevarlo así o decida dejárselo crecer nuevamente. No es la acción quien define el ser, pero el ser define el sujeto de la acción y, por tanto, la acción. Por cierto, el ejemplo parece poco «interesante», pero si tenéis alguna amiga que por elección lleva el pelo rapado, ella os podrá contar historias bastante esclarecedoras de cómo, por ejemplo, se asume que lo ha hecho por una enfermedad (lo cual vuelve a un juicio de «inadecuación en tanto que sexo del parto») o porque «es que será bollera» (o «pareces un chico»), en vez de mujer, lo cual no deja de ser una amable expulsión del «sexo del parto» por razón de suponer una erótica determinada o suponer que ella «desiste» de la femeninidad «necesaria» que siempre apunta a un arquetipo de madre (al menos potencial) muy concreto. Hasta ahí llega a veces el peso de todo esto.

Yo entiendo que la gran tentación de definir los sexos a partir de lo material, tanto por aspecto como por acciones y por lo fisiológico, da la seguridad aparente de un sistema de parámetros objetivos. Entiendo que decir que somos el sexo que somos y, por tanto, abrir la puerta a que la rebeldía, la posibilidad de ser Mala Mujer, lleve a que exploremos y rompamos límites que ni siquiera nos podemos imaginar en estos momentos da vértigo. Da vértigo abandonar esencialismos, físicos o espirituales, sí, pero son jaulas. Son jaulas que son siempre más pequeñas que el ser y más pequeñas que el desarrollo que puede tener alguien siendo.

También es cierto que el abandono de una mirada que es socialmente compartida no es responsabilidad del sujeto, sino que es de la sociedad. Esto lo digo porque, al final, una escoge sus batallas según las posibilidades que tiene: la disidencia es, por definición, remar en contra. Lilith está expulsada por el sistema, es el Mal, aunque también fascine a todos. La mujer con la serpiente entre las piernas fascina, especialmente si se muestra sin culpa, aunque pueda ser odiada. Lo mismo con cualquier otra vivencia «en el margen». Por otro lado, sostener la disidencia es una apuesta y, como he mencionado antes, también es legítimo adoptar formas que son hegemónicas, como parte casi de nuestra particular rebeldía… El problema es la sumisión a esas formas adoptando el fondo que nos mata.

Así pues las Lilith diversas, las marginadas que no comulgamos ya con aquello de que somos «el sexo del parto» y que nos salimos activamente de las formas derivadas de tal mirada, somos acusadas de poco serias, poco presentables, «masculinas» (como si fuese un insulto), salidas que nos bajamos las bragas y el sujetador a la primera de cambio, exhibicionistas, malas madres, que «damos mala imagen» (esto me lo han dicho por mis publicaciones), caprichosas, no somos girlfriend material (porque esa girlfriend es una pre-esposa potencialmente madre), «poco tiernas», frías, bastas, pero también infantiles y adolescentes a las que hay que sobreproteger para llevarnos por los caminos «adecuados».

De los hombres se podría hacer un análisis análogo, por supuesto. Hay un Buen Hombre y un Mal Hombre, pero dicho análisis se lo dejo para que lo explore un hombre.

Ay, cuando suspiramos luego que «el sexo es complicado» es más porque nos complicamos enredándonos en los haceres y los pareceres en vez de buscar quiénes somos. Aquí me he centrado en la identidad, pero esto se ramifica a muchos otros aspectos más que ya trataré en este espacio en ensayos futuros. Y este es el gran problema al que nos enfrentamos: Estamos, como sociedad, obsesionados con lo visible sin darnos cuenta de que lo visible surge de lo metafísico. Mientras estemos encallados ahí, solo viviremos en jaulas más grandes pero jaulas al fin y al cabo.

A las hermanas en la rebeldía yo os digo, sin embargo: seamos, firmes en quienes somos.

Ariadna
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