Deseo y fe

Escuchaba el último episodio del podcast de una amiga muy querida cuando, en un momento, la escuché decir algo así (no cito literalmente) que para que el deseo funcione tenemos que tener fe, fe en la otra persona. Apenas escuché esas palabras le escribí un mensajito, diciéndole que me había inspirado…

Me lancé a escribir estas líneas, cual guerrera temeraria, pero el alma se me atoró enseguida, como si las palabras de ella hubiesen tocado una intuición lejana que reside en mi corazón, pero para la cual mi cabeza no posee las palabras ni la sintaxis para crear de tal primer suspiro de destello un texto.

Me he peleado. He borrado unos cuantos intentos. Sé qué quiero decir, pero no sé decirlo. Entonces, esta noche, noche de silencio y antesala de otoño norteño, rogué a mi Madre, Reina de los Cielos, en cuyo linaje milenario ella me incardinó como Guardiana de la Puerta de Uruk, que me guiase en palabras y en razones con las que atar en discurso bello y preciso las mariposas que mi alma dibuja cuando escucha unidas esas dos palabras: deseo y fe...

—¿Por qué te empecinas en hilar no imposible de hilar, ¿oh Ariadna, Princesa del Hilo? —respondió Diosa, de los Mil Nombres, dibujando con su dedo en el humo del incienso formas espumosas y efímeras.

El deseo… El deseo es… El deseo es hacernos humo que quiere envolverse y entrar en la boca de la amada… El deseo es ser serpiente que muerde las ingles y es desnudar nuestros pechos ante una espada que confiamos que no nos matará. Podría, pero no me lo hace ella; no se lo hago yo. Esa fe es la que hace posible que nos enredemos como enredaderas que se enredan como hilos de oro y plata entre ellos hasta no fundirse, sino hasta tejer un tapiz, formando dibujos que se extienden hasta donde hayan de extenderse que narran nuestros días y nuestras noches con nuestras amadas.

Hablo sáficamente porque crecí con un jardín de lavandas a la entrada de mi casa, pero esto es universal. Hablo como mujer porque es lo que soy, pero esto es universal. Permitiéndome las licencias, continúo.

Enciendo otra varilla de incienso. Veo un paisaje entre Trigis y Éufrates, me veo por un instante vestida de lino blanco y ataviada de pesados ornamentos de metales sobre el hombro. Sacerdotisa y maga ante el altar. Reverencia con una sonrisa calma. Vuelvo a ver mis manos temblar de indecisión ante el teclado…

—Tranquila… —dice Ella—. Indecisa, ¿ante qué?

Indecisa ante mí misma.

Respiro el incienso. Pienso en alguien. La brasa incandescente desciende dejando su rastro gris de ceniza en la punta, mientras carcome el tronco de la varilla que resta por debajo. Busco forzar una imagen que una el incenso con el deseo y la fe y no la encuentro. No la encuentro porque nada funciona de ese modo tan pretensiosamente alegórico. Las relaciones ocultas se formaron en un plano eterno: aquí no las construimos; solo las descubrimos.

¿No es similar eso último al deseo? El deseo no se construye, al menos no como un edificio… Se labra como la tierra, quizás… El caso es que intentar deliberadamente desear a alguien creo que es un error que hemos cometido muchas y dudo mucho que alguna cuente una buena experiencia de tal empresa… El deseo se va descubriendo y no solo en el enamoramiento… Se va descubriendo a medida que se van descubriendo cada día los rayos del sol por el horizonte que compartas con esa persona amada… en las buenas, en las malas… El deseo no es ganas de practicar sexo: el deseo es ganas de ser-aquí-contigo por la intimidad, según las formas que hayamos ido creando a medida en cada momento tú y yo, adaptándonos como podamos al hecho ineludible de que hemos cambiado, cambiamos y seguiremos cambiando… Así, el deseo se va descubriendo a medida que nos vamos descubriendo… Entonces, en ese desear, ya ves… ¡cuánta fe de que nos iremos descubriendo! ¡Cuánta fe de que, pase lo que pase, haremos todo lo posible para no hacernos mal a posta… y si lo hacemos sin intención, que lo arreglaremos como mejor podamos!

El incienso se ha apagado. Y yo siento que he escrito un texto demasiado ligero, demasiado… débil… sin peso. Siento una mano posarse en mi hombro mientras me dirijo por el pasillo reservado a nosotras, las sacerdotisas, que nos lleva hacia nuestras estancias, ya fuera del recinto sagrado, pasando el patio interior… Era una hermana algo más veterana. Me miraba con cariño con un reflejo amable en sus iris oscuros y diciéndome que no me dejara engañar por formas antiguas a las que me acostumbraron… Tomé su mano, le agradecí y nos acompañamos hasta llegar adonde nos esperaban las demás.

Estamos obsesionadas con tener razones de peso, como yo con este texto. Razones que sean inquebrantables. Queremos hasta razones por las cuales «debiéramos» querer desear y de tal u otra manera, a tal u otra persona. Queremos recetas para saber si lo estamos haciendo bien, queremos un guión para sentir que no vamos a perdernos cuando no sepamos qué hacer… que será siempre.

La respuesta del Amor a no saber siempre ha sido y siempre será fe. Fe en la amada-amante. Fe en una misma como amante-amada también… de que una no necesita ser perfecta, sino que una necesita, simplemente, ser humanamente divina y divinamente humana; o sea, una luz que confía en las demás luces y en sí misma. Fe. Fe en que ese deseo que una siente nace y crece regado de una buena disposición, tanto en una misma como en la otra persona. Sí, pueden existir engaños y… sí… a veces somos nosotras las que tenemos intenciones oblicuas… que queremos anteponer lo que creemos que debería pasar —muchas veces, una mezcla de unos deberes fisiológicos con unos deberes sociales— en vez de descubrir lo que se construye y estamos construyendo entre nosotras.

Creo que solo puede haber deseo si es con una fe bonita de que existe la posibilidad de «enredarnos» bonitamente y de que, independientemente de cómo puedan devenir nuestras historias —salvo aquellas que sean monstruosas—, nos podemos liberar del miedo de trascender y de dar un paso hacia el precipicio que no existe realmente como tal… porque, pase lo que pase, si hay cariño, siempre encontraremos que hay cuidado y que no seremos abandonadas —incluso en el rechazo erótico o en el dolor de una ruptura—, sino todo lo contrario: que seremos sostenidas.

Ariadna
Últimas entradas de Ariadna (ver todo)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *